Crispación

Leo en la prensa mexicana: Parecía que trasladaban a la reina de la frontera o a alguien de su nivel y calaña. Llevaban a la mujer en una camioneta que llaman perrera. Marchaba una patrulla por delante y otra por detrás, escoltados por un pelotón de soldados y una tanqueta, convoy digno de Bagdad o Basora. «Ahí llevan a una de las grandes jefas del cártel». Pues no. Se trataba de Cipriana Jurado Herrera, asesora de familias víctimas de feminicidios en Chihuahua. Detenida con todo lujo de violencias al regresar de acompañar a una madre para reconocer los restos de su hija en el servicio forense (La jornada 14-IV-08). Y ¡ay de quien trate de indagar en esta masacre ininterrumpida de mujeres y niñas de Ciudad de Juarez!, será implacablemente perseguido, torturado o muerto por las fuerzas del «orden».

Esto es asquerosamente cotidiano en países «democráticos», con partidos de izquierdas, izquierdosos de medio pelo, fascistas y demás fauna neoliberal. Líderes campesinos, indígenas que luchan por sus tierras, ecologistas que se revelan contra los desmanes de constructoras extranjeras (españolas) lo tienen crudo, corren la misma suerte.

Es que son países a caballo entre el subdesarrollo, la opresión, la explotación y tantas y tantas otras degradantes lacras. Son el gran feudo de las multinacionales de los monocultivos, de la energía, de constructores salvajes, de banqueros sin escrúpulos, de cárteles del narcotráfico… Por eso los derechos humanos brillan por su ausencia.

No es como aquí, en la vieja pero «sabia y avanzada» Europa, en el estado español o en nuestra Euskalerría. Aquí, los derechos humanos son sagrados. Ya…

Eso al menos es lo que deben opinar una buena caterva de botantes e incluso «botantes exquisitos». Los que instalan en el poder a los Bush, los Sarkozy, los Berlusconi, los Aznar, los Zapatero, etc.

Cierto que en nuestra opulenta Europa, cotas y necesidades básicas, educación, sanidad, alimentación, están (por ahora) relativamente cubiertas. Logros en general arrancados tanto a la codicia de las élites capitalistas, cuanto a la inoperancia de los políticos. Sus revoluciones y sufrimientos han costado al pueblo. Sin olvidar los expolios que ha debido soportar y soporta el tercer mundo para mantener nuestro estatus o, si se quiere, nuestro despilfarro.

Aterrizo, y he aquí uno de los muchos motivos de tantas crispaciones. Esos países tan caóticos, cuando no en el umbral del subdesarrollo están dirigidos habitualmente por personajes impresentables, aliados con el narcotráfico cuando no con el crimen. Lo más irritante es que nuestros «líderes» europeos no sólo no condenan o frenan su corrupción (o sus crímenes). Los gobiernos europeos -y especialmente el gobierno español en América latina-, cuando no callan, apoyan y se aprovechan estas políticas criminales y devastadoras.

Esta permisividad, y este no condenar, la desnutrición, los crímenes de estado, etc., les hace tan cómplices y tan criminales. Y es que no solo no les condenan, les tributan todo el protocolo propio para tales «indignidades», y compadrean en las cancillerías con orgías pantagruélicas.

Los políticos y los voceros de los pesebres mediáticos, -hastiante, hipócrita y monotemático discurso- parecen resumir todo el conflicto vasco en que se condene la violencia. No voy a entrar una vez más a valorar el sinsentido político y la agresión a los derechos humanos que supone la actuación de ETA. Lo que si me resulta insoportable, crispante, es que los responsables o cómplices de la masacre diaria de oriente medio: Irak, Afganistán, Palestina, por citar los más notorios, vengan con tales exigencias.

PP, PSOE, PNV, etc., antes de sentarse en sus poltronas, y antes de exigir ninguna condena oficial a nadie, que hagan un ejercicio de honestidad. Que condenen las políticas criminales de Bush, Sarkozy, Zapatero, Berlusconi, de la propia ONU… -la lista sería interminable-. ¿Acaso todos estos partidos no son responsables de propiciar, apoyar, contemporizar, obtener pingües beneficios de estos conflictos, vender armas que matan, etc.? Son maestros en la política de doble rasero. Manejan todo un estamento judicial experto en fabricar delitos y figuras delictivas, que con la cobertura demagógica y capciosa de su estado de derecho aplican con total impunidad a quien denuncia la perversidad de su «statu quo».

No es para describir la crispación que nos corroe a muchos al ver salir de la cárcel a renombrados mafiosos que han arrasado el patrimonio público, mientras por simples delitos de opinión muchos honrados vascos se pudren en la trena.

No vamos a descubrir ahora los procedimientos goebelianos de estos partidos que fuertemente apoyados por los medios manejan, intoxican y manipulan a los ciudadanos. Hoy sabemos que la información la dan los empresarios. ¿Alguien duda de que los estados de nuestras ambiguas, mejor dicho, falsas democracias, están enteramente al servicio de las grandes empresas? Son las grandes empresas mediáticas las que nos dicen qué debemos pensar, lo que es y lo que no es noticia. Ellas dirigen los intereses y las mentes de los ciudadanos hacia un bote de pintura ensuciando un batzoki o una casa del pueblo, hacia una noche loca de Ronaldiño, hacia las disipaciones de una pedorra mediática o hacia un folletín luctuoso, según les interese…

Ellos piensan por la gente, votan por el pueblo y juzgan y condenan por él. Esa es la gran crispación para los que optan por pensar, votar y juzgar por si mismos.

En uno de estos desahogos en que los compinches del soberanismo, independentismo, antineoliberalismo y otras pendejadas parejas, ritualizamos de cuando en vez tras un buen tempranillo, discerníamos sobre el estado de la crispación. De verdad que no es una cuestión baladí. Al menos para muchos sesentones que nos tragamos el franquismo y su represión, la transición, las expectaciones y el descomunal fraude. Creímos ingenuamente en que la progresía sociata mantendría ciertos compromisos. Luego vimos cómo sus cúpulas se enfundaban los cortes de Armani y las corbatas italianas y se ventilaban sus delirios federalistas y su política de izquierdas -me he de enterar cuándo, dónde y por cuánto tiempo la ejercieron-. Aun nos sorprendimos más cuando vimos al PNV corriendo desaforado tras de ellos. Y como en su carrera, de sus alforjas rotas se desperdigaba todo su mejunje soberanista.

Pero nuestra crispación no podía ser más crispada. Al contubernio de pactos entre sociatas, upeneros, peneuveros and company ¡vaya ensalada de enjuagues económicos o neoliberales o vende patrias, vaya ud. a saber!, añadámosle toda la disgregación abertzale. Cada taifa a su sidrería. El estado español frotándose las manos. El conflicto bien adormecido. Y los abertzales en pololos y bien descompuestos; y crispaditos.

Pero mira, que nos abonamos al «carpe diem», que son cuatro días y dos llueve. Que el galeno me asegura que crispación y colesterol son inmejorables colegas. Y que allá los comanches… Y es entonces cuando, al menos coyunturalmente, voy a dejar la crispación en el ara del «largo me lo fiáis». Ya veremos si algún día en el libro de amanecida aparece un nuevo episodio con un nuevo argumento. Es lo único, y algún motivo tengo para esperarlo, que me hace aparcar la crispación. Porque, la verdad, nos atosiga este «totum revolutum», pero alma si tiene, atosigada y confusa, pero es el alma de Euskalerría.