Navarra 1512: Elegía inacabada

«La pérdida de la soberanía ha sido funesta para Navarra.» Me enfatizó Mary Puy Huici en nuestro último encuentro. Yo conocía bien el destello de sus pupilas, pero por primera vez no supe descifrar si aquella intensidad emanaba de la rabia por ver su pueblo humillado durante siglos, o por su profundo desencanto. Tal vez, por ambos.

Quizás Luis Correa, cuando relataba la crónica de la vandálica invasión, pudo intuir la elegía para un pueblo soberano. Y sin embargo enmudecieron los poetas. El pueblo navarro nunca renunció a su soberanía.

Nadie rimará nuestra elegía. ¡Que no se nos muera la esperanza!

Bastaría con que la mitad de los navarros se interesaran por su historia.

¿Qué opinarían nuestras gentes, si comprendieran que su ignorancia o su desinterés se han fraguado en el engaño, en la tergiversación, en el ocultamiento? ¿Qué dirían si supieran que para sumirles en tal estado de ignorancia y sumisión, España y muchos navarros malnacidos han debido dilapidar nuestras propias arcas y nuestro propio patrimonio?

Porque si algo queda meridiano es que a Castilla o a España, tanto monta, la conquista y la destrucción de Navarra les salió gratis. Fueron los propios navarros a lo largo de los siglos, quienes han costeado, sus muertes, sus exilios y la pérdida de sus identidades y patrimonios.

Una invasión difícilmente se consolida con armas. Son las huestes de la mentira quienes definitivamente tratan de configurarla.

Se compran cronistas sin ética ni escrúpulos, poetas de infundios transfigurando en héroes a criminales y villanos, intelectuales ( o intelectualoides, o esquizofrénicos) de alma ruin. Y luego, los eslogans goebbelianos… «Pacto entre iguales»: Y sometieron nuestros fueros a sus leyes, y escindieron a nuestro pueblo en dos navarras y nos cerraron el paso a Europa y nos obligaron a ser españoles y a integrarnos en sus ejércitos, etc. Nuestro pueblo doblegó la cerviz ante unos reyes que ni eligió, ni amó.

«Feliz unión»: Miles de muertos, tierras y pueblos arrasados, nuestra lengua prohibida, nuestra cultura ignorada, cuando no asolada…

No es ni más ni menos el código que España aplicó en sus colonizaciones devastadoras y genocidas a lo largo y ancho del imperio donde no se ponía el sol. La espada y la cruz inquisitorial.

Las huestes del felón: aragonesas, castellanas, bizcaínas, oñacinos guipuzcoanos, beamonteses navarros cercaban la vieja Iruña. El flamante D. Fadrique Alvarez de Toledo, Duque de Alba, las comandaba. «Concédame unos días su Majestad y verá ondear el pendón de Castilla en las almenas de esos renegados».

Dos semanas fueron suficientes. Y la bandera de Castilla se enseñoreó de Iruña.

Cinco siglos lleva el castellano imponiéndonos sus banderas. Cinco siglos de cárceles, muerte, represión, y desprecio a nuestras instituciones. Pero los pendones del imperio nunca se instalaron en el corazón de muchos navarros, de los que nunca renunciaron a su soberanía.

Lo más humillante para todo patriota vasco es que hoy el imperio ya tiene «izadores oficiales de banderas. Son «hijos…» de Basconia -los mejores esbirros del estado- los que por un plato de lentejas, una alcaldía, cenas de 400 euros, izan los símbolos de la represión. ¡Hay que encandilar a la corte!

No son los invasores los que terminan con la soberanía de un pueblo sino los paisanos traidores que colaboran con ellos.

La conquista nos imponía reyes y emperadores déspotas, que se mofaron o despreciaron nuestros fueros. Suplantaba un clero popular, vasco, por una iglesia inquisitorial usurpadora, simoníaca, castellanizante. Un funcionariado extranjero: secretarios, maestros, escribanos, juristas o leguleyos, etc. Ellos usurparon los despachos decisorios y los convirtieron en poltronas de dominación.

Y para oprobio y amenaza de la jamás domeñada disidencia navarra, una guarnición militar permanente. Porque España siempre ha sabido que a Euskalerría sólo se le convence con la razón de las armas. ¡Que estos vascos son un rato rebeldes!

Somos muchos los patriotas nabarros y vascos en general que nunca nos sentiremos cómodos bajo el dominio de España. Y sabemos que el actual gobierno de Navarra -nuevos oñacinos, o beamonteses o simplemente traidores- es el más acérrimo enemigo de la recuperación de la memoria histórica. Siguen dilapidando nuestras arcas, para que el pueblo navarro no la recupere. ¡Tranquilos pueden dormir los Aznares, Ibarras, Bonos, Zapateros y toda la banda carpetovetónica! Quien mejor que sus comisionados del PSOE, UPN o el propio PNV, para cuidarles el feudo.

Nafarroa, era un estado pequeño, sin más pretensiones que madurar política y culturalmente dentro de sus mugas. Pero eran épocas en que el derecho internacional, quedaba a merced del derecho de las armas. La razón del más fuerte. La situación estratégica de Nafarroa, su patrimonio y sin duda la ambición de Castilla y Aragón nos condenó a los navarros a ser una pieza demasiado apetecida.

Hoy día las leyes internacionales, los derechos humanos, los organismos internacionales -la ONU-, prohíben y condenan el uso de las armas en detrimento de la soberanía de los pueblos. Sabemos cuánta hipocresía se gasta en estos organismos. Bástenos -un ejemplo entre decenas- con el desprecio del Pentágono ante cualquier norma, derecho humano o de soberanía o de inviolabilidad que interfiera en sus designios.

Y sin embargo la historia cambia. Cada día son más los pueblos que se rebelan contra la ley del más fuerte, y -América latina- a la menor oportunidad se liberan.

El derecho internacional, los propios derechos humanos, por mucho que se transgredan, ya no tienen retorno. Las falsas democracias -incluidas las europeas- los manipulan y juegan con ellos según sus intereses. Pero los pueblos que aspiran a ser soberanos los reclaman, y cada día su grito es más potente, cuando no desgarrador.

Hoy, si Navarra nunca hubiera perdido su soberanía, tendría voz propia en los foros y organismos internacionales. Sabemos que una mayor conciencia democrática, tanto en Europa como en España y Francia, habrá de replantearse la restitución de lo que por la fuerza y contra todo estado de derecho, nos fue arrebatado.

La voluntad de soberanía nunca ha muerto en Basconia, no le compongamos elegías.

1200, 1512, 1521, 1843 por citar algunas efemérides, son fechas que nos recuerdan que si hoy estamos al libre albedrío de sus leyes -interpretadas o utilizadas a su antojo-, jueces y fuerzas armadas de España o Francia, nunca ha sido con nuestro beneplácito. Hoy, los navarros y los demás vascos hemos perdido el derecho ciudadano de decidir qué y cómo queremos ser… Digámoslo alto y claro: nos sentimos sometidos a un estado autoritario, usurpador y nada democrático.

La soberanía es la voz de los pueblos, no de las espadas ni de las bocachas de las armas.