Los borregos de Panurgo

Ignoro si es fácil ser borrego o no. Borrego con clase o con denominación de origen, quiero decir. Si se nace borro o se hace uno, siguiendo un aprendizaje más o menos intensivo y significativo. O si la vocación de borrego es algo que surge espontáneamente o debe uno sentir ciertos estigmas en la piel para comprobar que está llamado a formar parte de dicho movimiento borreguil. No lo digo por decir. O sí. No sé. Es que San Pablo, el de las epístolas a los «adefesios», hablaba de que la fe es un don de Dios al hombre. Así que, si la fe es ese regalo de la providencia, no sé por qué lo de ser borrego no ha de ser también una concesión graciosa del ADN, de la Providencia, o del lugar donde uno ha nacido.

Hay gentes, entre ellos ciertos escritores e intelectuales, que llevan hace tiempo balando que las gentes del Norte tienen poco de individualistas, y, al contrario, mucho del comportamiento y caracteres del borrego, cordero o cordera de dos años, más o menos. O sea, que los vascos pertenecen, por esencia y destino, al más esplendoroso de los borreguismos.

Naturalmente, lo dicen para joder la marrana, porque datos, lo que se dice números, estadísticas, estudios científicos, que diría algún discípulo más o menos estirado de Popper, no existen sobre semejante cuestión.

Yo he buscado estudios concretos sobre el borreguismo en Europa y, más en concreto, en la CAV, y nada: tolerancia cero con el asunto. Ni una coma. Ni una interrogación. Esta laguna quizás se deba a que quien caso de hacer semejante análisis tenga que ser un borrego con denominación de origen. Es decir, que se considere borrego y, encima, lo lleve con salero. Al escritor Robert Walser, autor de «Jacob von Gunten», y novelista preferido de Kafka, le repugnaba la independencia, ser autónomo. Lo que a él le colmaba de íntima satisfacción era depender de los demás, no tener que pensar qué hacer y cómo hacerlo, sino obedecer, someterse, no a los caprichosos y veleidades de un tonto, claro, pero sí de alguien que mostrase ciertos visos de inteligencia práctica y moral.

Pero a lo que iba. Si uno es lo que lee, ¿por qué no ha de ser lo que escribe o de lo que escribe? De este modo, si escribes sobre borregos, está claro que te interesa el tema. Y si te interesa el tema es porque, en el fondo, pillín, eres, también, un borrego. ¿Excepcional y brillante borrego, tipo Walser? Habrá que demostrarlo.

Así que tranquilidad en el rebaño. Porque, menos mal que todo son generalidades, lo que, aun siendo un consuelo, no lo es tanto, si reparamos en que en casi toda generalización hay parte de verdad. Como la hay en que todos tenemos algún átomo o molécula borrega corriéndonos por los canalicos de la sangre, hayamos nacido en Bilbo, Donostia o Tafalla. Votemos a Ibarretxe, al PP, a las Tierras Vascas o al lucero del alba.

Que la sociedad actual es más borrega que la de antes, es decir, que sigue dócilmente a los demás y que los sigue únicamente por ver de imitarlos, y, al hacerlo, sacar algo de provecho, yo no sabría decirlo. Lo que parece evidente es que este seguimiento colectivo e inconsciente, dicen, se ha dado en todas las épocas. Incluso en la de Viriato, cuando no existían derechos históricos ni colectividades con tendencias centrífugas a la autodeterminación y todo eso, que ya es decir.

Sin embargo, la profesora Edurne Uriarte, en una de sus columnas de «Abc» da a entender que sabe más que nadie de comportamientos borreguiles. Y así, no dudaba en afirmar que los seguidores de Sanz, al autodeterminarse contra el Gamazo de Rajoy, estaban demostrando, no sólo su cortedad mental, que esa ya la daba por hecho en los seguidores de UPN, sino su acendrado cultivo del borreguismo más soberano. Bueno. Es verdad. Ella no lo decía así. Uriarte sostenía que los aldeanos votantes de Sanz se habían precipitado como borregos en el regionalismo más cutre de los últimos tiempos. Un regionalismo que, según esta profesora de prosa tan evanescente como lánguida, es una infección que está apestando a más de un tercio sobrado de España, a la que entre unos y otros la están haciendo pedazos. Pobre España. Es que, por no saber, ya no sabe dónde tiene las vértebras. Está más invertebrada que nunca. Porque, a decir verdad, ¿alguien sería capaz de señalar cuál es la columna vertebral de España? ¿Y sus caderas? Nadie lo sabe. Ni los descendientes de Ortega.

Y como nadie lo sabe, no hace más que incordiar al resto de las comunidades autónomas. Claro. Porque éstas sí que saben de verdad lo que necesitan y quieren. Si no, ¿por qué iban a prohibir tan astuta y ladinamente el consultorio sentimental ése de Ibarretxe?

Tiene gracia la cosa. Los analistas de la realidad política de Euskadi no cesan de hablar del comportamiento borreguil de la población vasca ante las tesis de Ibarretxe, como si éste tuviese la gracia y la astucia del Panurgo rabelaisiano. ¿Panurgo? Allá va la explicación.

Panurgo es un personaje de «Pantagruel», esa maravillosa narración picaresca de Rabelais. Su nombre griego significa «apto para todo» o «industrioso». También taimado, malévolo, engañador. Una especie de pícaro, pero con muchas arrobas de sabiduría y erudición en sus meninges. En los «Diálogos de los dioses», de Luciano, Zeus llamará a Eros (el amor) «Panurgo».

En cuanto a la expresión «los borregos de Panurgo» procede de un episodio en el que Pantagruel, Epistemón y Panurgo se hallan en un barco mercante. Panurgo discute con un vendedor de borregos y no llegan a las manos porque intervienen sus amigos. Pero Panurgo decide vengarse del estúpido comerciante. Así que le compra el borrego más hermoso. Se lo lleva gritando y balando. Los demás borregos lo imitan y siguen a su compañero. Cuando los tiene reunidos, Panurgo arroja su borrego al mar y el rebaño entero se precipita sin vacilar al agua. Todos se ahogan con la lógica desesperación del comerciante.

Sin lugar a dudas, o con alguna por lo menos, sería muy tentador aplicar y comparar la anécdota protagonizada por Panurgo y sus borregos a lo que está sucediendo en este país. Seguro que los analistas, tipo Uriarte, verán en Panurgo la representación calcada de Ibarretxe que lleva a la ciudadanía vasca al precipicio con su cabezonería democrática de consultar a la población, una especie de borrego hermoso como el que utilizó Panurgo para encandilar a todo el rebaño.

Pero mucho me temo que Panurgos existen de muchas clases y en muchos lugares de la tierra. Y que utilizan señuelos para encantar y engañar a las masas y a quien haga falta. La propia Edurne Uriarte tendría que ser más cuidadosa escribiendo sus artículos, pues cada día que pasa, tiene la apariencia de ser una palurda, que no panurga. Pues para ser un buen Panurgo, sobre todo rabelaisiano, hace falta más clase. Y más humor.