Sindrome de Estocolmo colectivo

La impunidad de la oligarquía financiera, su control sobre los gestores políticos, es tal, que se permiten el lujo, banco tras banco, de hacer públicas sus cuentas de resultados, tras recibir miles de millones de recursos financieros públicos, para tapar el presunto agujero que «oficialmente» explica la crisis. Nadie sabe a ciencia cierta cual es el volumen real del agujero, de que cifras reales hablamos. La realidad es virtual, los valores no se corresponden con el activo real, y la especulación continúa devorando indicadores que racionalicen lo irracional. El cuento de la lechera.

Esta pornográfica provocación, es la foto del momento de esta presunta «crisis del capitalismo mundial». Los promotores de la debacle financiera, impunes, exigiendo ayuda pública, para incrementar los activos líquidos y poder seguir especulando, mientras los sindicatos y el resto de agentes sociales, estupefactos, abducidos por el lavado de cerebro gravado a machamartillo de la «paz social», asienten en silencio al atraco al que están siendo sometidas las clases populares.

La coyuntural crisis del capitalismo neoliberal occidental, no solo se explica desde parámetros financieros y económicos. No es una crisis del Sistema, del modelo de implementación de los parámetros caracterizadores del Sistema, es una crisis circunstancial que reclama ajustes técnicos, pero que no cuestiona los aspectos ideológicos del modelo. Refundar el capitalismo como decían Barroso, Sarkozy y Obús, no es más que retocar con ajustes las disfunciones actuales. Y lo publicitan, exhiben con tal impunidad su totalitario discurso ideológico, porque saben que la alternativa socialista, la revolución integral humanista que debiera transformar el Sistema salvaje de esclavismo productivo, haciendo del mundo «otro posible», está «trincada», neutralizada por la capacidad de imposición conductista que el Sistema ha ideado, respecto a las masas occidentales.

Sociológicamente, las sociedades del bienestar occidental están cortadas por un molde común. Tras el final de la Guerra Fría y la desaparición del socialismo burocrático, el modelo sistémico de la potencia vencedora se fue expandiendo a nivel planetario en diversas fases y desde diferentes estrategias. La coincidencia de dicha expansión neoimperialista con la revolución tecnológica vigente, aceleró exponencialmente lo que se denomina comúnmente Proceso de Globalización.

Además de las pautas que la expansión del modelo neoliberal planteaba de cara a la regulación del sistema financiero, desde el «libre» mercado como eje regulador, y a su vez se trataba de controlar físicamente todo activo energético mundial, como estabilizador de los desvaríos especulativos de los plazas bursátiles (de ahí tanta intervención «humanitaria» y tanta ONG); mientras se imponía también un cliché votocrático que homologase políticamente la subordinación de estados e instituciones internacionales al dictado del Sistema político internacional, gestor de los designios de las oligarquías financiero-comerciales; el proceso de uniformización neoliberal planetario requería de un fundamento operativo dinámico que además de insuflar «alegría» al aspecto financiero, aplacase toda oposición al Sistema impuesto: el consumo como eje vertebrador de toda conducta individual .

El consumo de masas en Occidente, ha sido el elemento clave para narcotizar a la sociedad, para desactivar toda protesta social. En estos tiempos de crisis, el Sistema tiene absolutamente abducidos en pleno síndrome de Estocolmo a casi todos los agentes sociales, a casi todos los individuos, mientras de modo absolutamente descarado pega el «palo del siglo». «Nada ni nadie» cuestiona el Sistema de modo efectivo, si más meramente algún ajuste impopular.

Mientras nos pasan por el morro los montantes del beneficio de las entidades privadas financieras, y sabemos que los miles de millones de beneficios inmobiliarios nunca serán intervenidos para «paliar» con ellos la crisis, ya que siguen ahí, «bajo el colchón» de los «emprendedores», de los que impunemente, se han forrado y ahora no asumen ni por lo visto tienen responsabilidad alguna, al margen de abrillantar sus coches de lujo con la cera más cara del mercado; las clases populares «debemos apretarnos el cinturón, asumir que se acabó lo bueno, arrimar el hombro y congelarnos los sueldos, no desperdiciar cualquier trabajo, por precario que sea…»

¡Resignación cristiana! ¡En el cielo seremos felices! La encíclica Rerum novarum del papa León XIII de 1891, en pleno siglo XXI de la mano de la socialdemocracia procapitalista.

Existen innumerables razones para denunciar esta tomadura de pelo. Son miles, los agravios, las contradicciones, los argumentos que cuestionan este inhumano Sistema político, económico y social. En la calle, a diario, son millones los comentarios de indignación, de desesperación, de impotencia de miles de individuos, que ven como efectivamente no son más que eso: individuos apaleados de pataleta.

No hay organización, no hay foros de canalización de la rabia, no hay sindicatos, excepto las excepciones que confirman la regla, no hay clase política, ni comunicadores, que realmente vertebren el discurso individual como algo colectivo. Todo está devaluado, contaminado por los parámetros conductistas que el Sistema ha inoculado en la sociedad.

Protestamos con la boca pequeña, mientras seguimos en nuestras rutinas alienantes de consumo colectivo, de desinformación informativa, de tribalismo conductual, de orondo bienestar preestablecido narcotizante. No hay movilizaciones determinantes, protestas activas, poder popular, la masa está individualizada, desconcertada, con un Síndrome de Estocolmo desmovilizador, sin referentes, sin referencias, sin alternativas.

El desajuste, la llamada crisis occidental, se genera desde presupuestos macros, pero no es estructural aunque sí cíclicamente consustancial al sistema en el que sobrevivimos. Para algunos analistas es achacable a lo barato que estaba el dinero y sus efectos correspondientes, pero olvidan que los que han abaratado el dinero, lo han hecho con objetivos tácticos evidentes. El consumo, no solo es un indicador económico que vincula parámetros cuantitativos macroeconómicos, que dinamiza los mercados, el consumo es un instrumento clave para esculpir el modelo de individuo occidental insolidario. El individuo que gracias al crédito puede comprar hoy con el dinero de mañana, adiccionarse a la compra fácil, a la posesión material compulsiva, pese a endeudarse. Hacer de esa posesión material coyuntural un modo de vida, una categoría social, un rol jerarquizante estimulador. El sujeto basa su existencia en el modelo del american way of life, el «hacerse a sí mismo, el aprovechador de oportunidades», y así, narcotizado y solo, sin más referencias que las del mercado, y su papel social individualizado, permite y legitima con su voto cuatrianual y su actitud avestrucesca, la actividad de una clase política gestora de las medidas que garanticen la impunidad de las oligarquías económicas en el desarrollo de sus pingües negocios internacionales.

Y claro, como la nacionalización de las pérdidas privadas coincidiendo con el pasar por los morros de «los contribuyentes» las cuentas de resultados de las organizaciones financieras privadas, es un hecho que genera cierta alarma social, pese a lo bien atado que está el ámbito de la conductivización social, el Sistema «logra» que descienda el precio del petróleo, se bajen los tipos, y congelen las subidas de precios. ¿Casualidades del libre mercado? ¡Que no cunda el pánico!

Si el precio del petróleo anduviera cerca de los 200$, los tipos hubieran rebasado 6 y los precios hubieran subido más, el malestar y la depauperización social controlada que sufrimos sería mucho más exacerbada, generando incontrolables circunstancias, que hoy por hoy, el Sistema no puede ni quiere «sufrir», no por lo menos hasta «ajustar» sus desvaríos.

Las sociedades occidentales narcotizadas son a su vez los colectivos humanos con más recursos del planeta para imponer nuevas políticas de choque anticapitalista. La deslegitimación y denuncia de la actual clase política occidental, es crucial para construir espacios de democracia participativa radical que vertebren un proceso de reideologización de las propias sociedades occidentales. Sacar a estas del pasivismo desmovilizador del tomador impenitente y replantear el papel de estas como clave activa dadivosa y determinante para la vertebración de un cambio revolucionario que permita ese posible «otro mundo». Repensar la izquierda revolucionaria; como y cuales han de ser los sujetos y agentes de cambio en Occidente en el siglo XXI, pasa por una nueva forma de articular los discursos, de seducir a las mentes, de alejarnos del eurocentrismo ideológico que emanan las conductas revolucionarias del siglo XX.