San Sebastián o Scorssese

Dos actos culturales recientes están reflejando la divergente postura política y civil de la sociedad. ¿Se debe pactar con los adversarios para llegar a un acuerdo medio o por el contrario se debe uno enrocar en las propias posiciones porque la verdad es única?

El primero de los actos culturales es la presentación de soberbio óleo del mártir San Sebastián ejecutado por Fernando Aramburu y que se expone en la Gambara del Koldo Mitxelena.

En esta obra se representa a un patrono de la ciudad de Donostia en tamaño natural, desnudo, sexualmente potente y aniñado que en medio del tormento de ser asaeteado se muestra oníricamente exuberante en su testimonio martirial y en la cercanía de la próxima gloria afirmando “Malo mori quam foederari”.

Como cada vez van a ser menos los vascos que sepan interpretar el mensaje latino lo traduciré “Prefiero morir que pactar”. Es decir, me quedo con el testimonio de la verdad más que transigir con mis verdugos que me exigen renunciar a mi fe.

El segundo de los actos culturales a que me refería, es la proyección del film de Martín Scorssese “Silencio”.

Es una película de drama histórico basada en la novela del japonés  Shūsaku Endō en la que se trata de la persecución de misioneros católicos y la crisis de fe de sus protagonistas en el Japón del siglo XVII.

En efecto, dos jesuitas portugueses viajaron a Japón en busca de un compañero misionero que, tras ser perseguido y torturado, había renunciado a su fe. Ellos mismos constatarán el suplicio y la violencia con que los japoneses recibían a los cristianos.

La persecución contra los católicos fue dura y cruel, con un enfoque político de los japoneses que tenían como objetivo forzar la apostasía  de los sacerdotes dirigentes de la misión para que, desanimadas las masas católicas, cundiera la desafección general.

Como introducción se relatan las salvajes torturas que aplicaba la inquisición japonesa a los jesuitas que pretendían difundir el cristianismo. Se habla de la fe, se describen los intentos de sojuzgarla o confundirla mediante el castigo o el ofrecimiento de ventajas terrenales como el horizonte de realizar una familia, el señuelo de la aceptación social o la recompensa de un favorable estatus económico.

Sin embargo se constata el sacrificio de los cristianos, sus dudas, su miedo, su coraje, su estupor ante el dirigente jesuita más ilustre que es torturado, y, por fin, se palpa que la capacidad de resistencia del líder termina en la apostasía, es decir en la claudicación aparente o real en beneficio de la comunidad cristiana que le admiraba.

En fin los jesuitas enviados desde Occidente querían aclarar si el padre Cristóbal Ferreira, su profesor en el seminario, había renegado de la fe como afirmaban los holandeses protestantes.

Los jesuitas comprueban que el padre Ferreira, el famoso superior de la Compañía de Jesús que había animado a otros jesuitas a morir martirizados, sin embargo, había apostatado tras una breve tortura.

Más aún, testifican que el famoso jesuita aconsejaba a otro compañero suyo,  jesuita también, su sucesor en la misión a que apostatase de su fe en presencia de la comunidad cristiana porque si apostataba las vidas de toda la comunidad quedarían a salvo.

Y en palabras del mismo Ferreria: “Vas a dar la prueba de amor -para salvar a los campesinos analfabetos y pobres feligreses- más dolorosa que nadie haya dado jamás”.

Estos dos casos expuestos presentan dos soluciones antagónicas al mismo requerimiento de defensa de la propia fe.  El dilema es claro: o pactar o defender la verdad que une cree ser absoluta. Y en esta política religiosa se sitúan tanto la plástica pictórica del patrono de la ciudad de Donostia San Sebastián, como la película de Scorssese.

El primero, San Sebastián, opta por morir por su fe antes que pactar  o transigir. Por otro lado los jesuitas japoneses optaron por poner en duda la validez del martirio y optaron por la apostasía como medio práctico de salvaguardar la propia vida y la de la comunidad cristiana que habían formado. Y así, después de todo se preguntaron ¿para qué sirven los martirios?.

Y este mismo dilema nos golpea en el mundo de hoy. Scorsese, como el novelista Endô, cuestionan la idea del martirio por entender que no es heroico, imitable ni siquiera correcto.  Sin embargo, según Scorssese al presentar su obra en París, el mundo no debe abandonar la espiritualidad pese a los «acontecimientos terribles» actuales.  Con “Silencio”, Scorsese, que se define como un católico no practicante, pretende «abrir un diálogo» con el espectador y mostrar hasta «qué punto la espiritualidad es parte integrante del ser humano», según lo explicó a la prensa. Y concluía que la apostasía de una práctica eclesiástica de entender la espiritualidad no implica renuncia a la propia espiritualidad.

Y la misma alternativa se nos presenta en el plano social, laboral y aun ideológico. O transigir en busca de un término medio con el interlocutor o aferrarse a la propia postura tomada desde siempre.

Porque la disyuntiva seguirá en pie. Una postura es la de morir matando o dejándose matar. Y la otra alternativa del dilema social es la de pactar en perjuicio de la verdad por alcanzar el bien social, político o económico.

Los partidos políticos (pero no todos) aducen en el momento actual la necesidad de dialogar, buscar entre todos la solución práctica sin renunciar a la posesión del propio ideario refrendado en sus estatutos.

En conclusión: Dialogar o defender a ultranza la propia verdad. Esta es la cuestión tanto en la teoría ideológica como en la práctica diaria.