Para el totalitario, un referéndum siempre es un golpe de Estado

Cuanto más cerca está Cataluña de culminar su proceso de independencia más evidentes se hacen las palabras de Harold Bloom: «Cataluña y España son dos civilizaciones completamente diferentes». Las dijo en Nueva York el año 2006 sin entrar en ningún análisis moral o categorización de buenos y malos, simplemente constatando la dificultad (o imposibilidad) de entendimiento entre dos concepciones de la vida tan alejadas la una de la otra, como son la catalana y la española. ¿Qué entendimiento se puede establecer entre alguien que quiere tomar sus propias decisiones y un tercero que le responde que no puede tomar ninguna porque el dueño de su vida es él? De igual a igual, es decir, respetando al otro, hay muchos entendimientos posibles, empezando, naturalmente, por la aceptación incondicional del derecho del otro a ser lo que quiera ser. Del absolutismo, en cambio, de la amenaza, de la imposición, de la coacción, de la represión, de la agresión… no puede salir nada más que el anhelo de lejanía por parte del sujeto. Este es el caso de Cataluña.

Una de las razones por las que el nacionalismo español odia a muerte el Proceso es porque ha despertado a miles y miles de catalanes. La inexistencia de cualquier horizonte que no fuera la gestión dócil del día a día supervisada por Madrid hacía muy difícil tomar conciencia de que la mentalidad española, la de Castilla, no sólo no había evolucionado sino que seguía siendo exactamente la misma que la que invadió Cataluña en 1714. Una Cataluña sumisa, por tanto, hacía innecesario que España sacara el látigo y mostrara su natural ferocidad . El Proceso, sin embargo, le ha dado la vuelta a todo, porque ha obligado a España a mostrar su verdadera personalidad, su cara real, y esto ha favorecido a que el pueblo catalán bajara del guindo y tomara conciencia de que las sonrisas y las palmadas en la espalda españolas no han sido nada más que un espejo de la sumisión catalana a España. A más sumisión, más palmaditas en la espalda. Y también más beneficio para los colaboracionistas y más expoliación de Cataluña.

Para entender una civilización, cualquiera que sea, hay que tener cuidado en la forma en que expresa su pensamiento. La española, en concreto, la expresa así con relación al referéndum catalán: «Desafío independentista», «desacato», «atentado», «golpe de Estado»… Para España, pues, la libertad no es un derecho inherente a los pueblos, como tampoco era inherente a los negros ni tampoco a las mujeres. Así, del mismo modo que los negros se han regido durante siglos por las leyes de los blancos, y las mujeres se han regido por las leyes de los hombres, también los catalanes nos hemos regido por las leyes de los españoles. Y, en este sentido, el colaboracionismo ha jugado un papel importante haciendo el trabajo sucio de Madrid. Pensamos que lo más denigrante de la inferiorización de los negros no era únicamente tener que regirse por las leyes blancas, lo más denigrante era que fuera precisamente un negro quien recriminaba a otro negro que osara desafiarlas negándose a sentarse en la parte trasera del autobús, como le tocaba por su condición de negro. Justo la misma escenificación que han sufrido muchísimas feministas por parte de mujeres más machistas que muchos hombres. Era la manera de canalizar las energías de los dominados en beneficio de la dominación. Así, los dominados estaban tan ocupados peleándose entre ellos, que no tenían tiempo de sublevarse contra el dominador y liberarse. Nosotros, los catalanes, hemos caído en esta trampa durante años, lo que ha ralentizado el proceso que, por fin, estamos a punto de culminar.

La articulación verbal del pensamiento español, pues, ya vemos que es la propia de una civilización a años luz de la nuestra. Nosotros hablamos de la libertad de los pueblos, de democracia, de justicia, de derechos humanos, de urnas y de votos, cosas que para ellos constituyen un desafío, un desacato, un atentado y un golpe de Estado. El lenguaje que emplean ya lo dice todo. Es el lenguaje de una civilización militarista, dominadora, arrogante, que llama ‘cultura’, a torturar toros en una plaza y que, además, exige que esta tortura la practiquen incluso quienes la rechazan. Una civilización que no ha sabido abordar ningún conflicto territorial de otra manera que no fuera la vía armada, no es extraño que incluso en pleno siglo XXI mantenga la misma actitud. El diario El Mundo, un diario que se dedica a publicar informes falsos para difamar a políticos desafectos y alterar procesos electorales, pedía el otro día al gobierno español que ahogue económicamente a los catalanes y que militarice a los Mossos. Queda clara la estrategia, ¿verdad? Primero, para poder sacar el ejército a la calle, hay que decir que hay un golpe de Estado. No importa que sea mentira, lo que pretende el Estado español es poder justificar verbalmente las barbaridades que se le pasan por la cabeza. El problema es que no ha medido las consecuencias de querer vivir en el siglo XXI de acuerdo con la mentalidad del siglo XVIII. Y también hay otro pequeño detalle que no ha captado, y es que un Estado que inhabilita y aprisiona demócratas, que secuestra urnas, que amordaza parlamentos nacionales y que a un referéndum llama «desafío», «desacato», «atentado» y «golpe de Estado», es la viva imagen de la derrota.

EL MÓN