Los fusilamientos del fascismo

Hoy hace 31 años, el 27 de septiembre de 1975, no hace tanto, aunque lo parezca, se produjeron los últimos fusilamientos ordenados por el criminal de guerra y posguerra Franco, dictador que ya había nombrado como sucesor a Juan Carlos de Borbón, y que por fin murió para alivio de la humanidad apenas dos meses después. En su furia final contra el nacionalismo vasco como un rebrote de la sublevación militar de 1936 el fascismo hostigaba continuamente. En una reacción de sentido opuesto a través de la rebelión social de defensa el independentismo vasco representado, casi exclusivamente, por la organización política armada Euskadi ta Askatasuna, acrónimamente ETA, conseguía una concienciación colectiva desde hacía años que el totalitario régimen militar español no lograba controlar y deseaba exterminar. Sólo asesinando y encarcelando vascos creían que conseguirían aplastar de nuevo a un pueblo que ya no podía aplazar más la conquista de su libertad. Contra la brutal represión y hostigamiento total no había otra alternativa que la rebelión contundente o la rendición.

El instinto sanguinario y revanchista de aquel ignorante y despreciable militar, Franco, laureado por miles de asesinatos, se extinguía matando y situaba a su país, España, del que se proclamaba caudillo por la gracia de Dios, con el beneplácito del Vaticano, en la vergüenza y rechazo universal. En su paranoia del exterminio dejó escrita una de las páginas más crueles y vergonzosas de la historia de la humanidad: los fusilamientos finales del fascismo de 1975. Jóvenes activistas concienciados, detenidos sin pruebas, torturados, sometidos a simulacros de juicios, sin testigos, sólo testimonios policiales, en versión consejos de guerra, fueron condenados a muerte.

En la madrugada de aquel último sábado de setiembre cinco personas fueron acribilladas por la fusilería fascista. Tres militantes del GRAPO y dos de ETA. Angel Otaegi Echeverria (Nuarbe 1952) fue abatido por un pelotón de la Policía Armada en Burgos. Juan Paredes Manot, «Txiki», un joven inmigrante nacido en 1954 en Zalamea de la Serena, Badajoz, y residente en Zarautz, que entendió su integración en Euskal Herria con una de las formas de lucha y resistencia que el tiempo aquel imponía, la actividad en la clandestinidad, hasta dar su vida. Txiki hizo frente al pelotón de guardias civiles voluntarios que se ofrecieron para fusilarle en Cerdanyola, Barcelona, cantando Eusko Gudariak, melodía que, como otras tantas veces en el campo de batalla, alcanzó un tono épico en aquellas circunstancias y que debemos reivindicar su contenido semántico cada vez que la entonemos. Asimismo, sería importante conseguir y difundir las emocionantísimas emisiones de la víspera de los programas extraordinarios de Radio París y la emisora de la BBC, únicas posibilidades, entonces, de conocer la situación real.

Por haber vivido y conocido apasionadamente aquel período, especialmente el entorno universitario, social y cultural catalán en el que se desarrolló esta trágica muerte, relato algunas circunstancias posteriores a modo de reconocimiento y recuerdo. El pueblo catalán, de no ser el vasco, no podía ser otro, perpetuó su memoria con un sencillo pero inmenso monumento de homenaje en la montaña de Montjuïc en Barcelona. Allí, en el Fossar de la Pedrera, donde también reposa el President de la Generalitat Lluis Companys, fusilado el 15 de octubre de 1940 en el castillo homónimo

De espaldas al mar, desde el final de un antiguo camino del aterrazado y enorme cementerio municipal, se llega a un gran vacío producido por una antigua cantera (pedrera en catalán) en desuso. A la remota cavidad de ese espacio se accede por un camino serpenteante, a través de un pequeño bosque columnario de cipreses y pilares de piedra a modo de atrio, y culminan la ascensión a ese espacio central. Dos pilares de este lugar tienen esculpida estas, traducidas, leyendas: «En este Fossar de la Pedrera reposan los que fueron fusilados en el Campo de la Bota y otros parajes por las fuerzas fascistas desde el año 1939. De muchos de ellos no sabremos nunca el nombre pero nuestro homenaje es para todos.» Y, «Antigua fosa común donde hasta el año 1979 fueron enterrados los que no disponían de sepultura y los que quisieron expresar su solidaridad con los humildes y los inmolados. Su tumba es anónima pero su recuerdo nos acompañara siempre». También allí, en la entrada de este mausoleo de la inmortalidad, en uno de los pilares de la tercera columnata está escrito: Joan Paredes Manot, Txiki.

El lugar, abandonado durante mucho tiempo, recibió con la extraordinaria y delicada remodelación hecha en 1982, por la destacada arquitecta Beth Galí, la dignificación y la memoria de las personas caídas en defensa de las libertades de Catalunya, así como el reconocimiento y homenaje que se merecen. El impacto trágico del lugar se manifiesta y expande cautivadoramente por el impresionante, amplio, a la vez que íntimo, espacio de espiritualidad. Invito a cuantos vascos acudan a Barcelona a visitar tan impresionante memorial.

En el 31 aniversario de tan repugnantes crímenes de Estado todavía nadie ha pedido perdón, especialmente los herederos directos del fascismo, el PP, con sus impresentables dirigentes locales continuamente blasfemando. Incluso apoyados con los poderosos y manipuladores medios de difusión aliados, como el grupo Vocento, contra todos los indicios de la idiosincrasia vasca, lengua, cultura e instituciones. No hay más que ver su repugnante actitud en el sumario 18/98. Es preciso recordar la memoria de todos los patriotas eliminados por la brutal represión que todavía padece el pueblo vasco.