Convendría, también, decirlo.

Leía estos días en la prensa que por primera vez en 60 años -ahí es nada- el Congreso español se unió a las ceremonias de desagravio que se celebraron en toda Europa por el denominado Holocausto judío.

Se condena el holocausto, pero nada se dice del porqué de su cenit. ¿Qué causas racionales, premeditadas y estudiadas, hicieron posible la incubación y explosión de semejante barbarie? Porque conviene recordar que el nazismo no surgió de la nada. Y, desde luego, el odio al judío, menos.

El odio al judío tiene una tradición, que es casi seña de identidad de la civilización europea, en especial la que dicen que tiene raíces cristianas. El llamado holocausto judío no fue sino el remate final de una civilización europea que, durante siglos, venía amamantándose ideológicamente con la persecución del judío, del heterodoxo, y, en definitiva, del otro, considerados como diferentes y distintos.

La persecución del judío constituyó la pieza fundamental de la retórica totalitaria de todo el pensamiento reaccionario y conservador, antiliberal y antidemocrático que asoló Europa durante tantos siglos, y, muy especialmente, a España. El nazismo no hizo otra cosa que recoger esa retórica y hacerla suya del modo más implacable, que es la que ya aplicó la Inquisición en muchos países de Europa: la muerte del otro

En España, el discurso y la persecución contra el judío son tan antiguos como crueles. No ha habido ningún siglo en la historia de España en el que no se haya declarado algún pogrom o persecución. El pensamiento español de derechas ha tenido en la figura del judío uno de los chivos expiatorios más formidables para conjurar el mal. Especialmente, cuando este mundo se ha dividido en dos ejes, el del bien y el del mal, y, cuando el providencialismo más ramplón ha acompañado a este pensamiento, que es una de las aportaciones más horribles del cristianismo: la división del mundo entre buenos y malos.

No recuperaré documentación desde Recaredo hasta hoy para justificar mi tesis. Bastará con recordar algunas ideas que, en los años que van de 1940 a 1945, podían leerse en el periódico fascista de Diario de Navarra, acrisolada quintaesencia del odio al judío.

Para este periódico, el denominado Eje Berlin-Roma, es decir, Mussolini y Hitler, representaba «la civilización cristiana de Occidente». Más todavía: «La paz de Europa pasará porque todos los países formen parte del Eje Roman-Berlin. El Eje Roma Berlín en torno al cual gira ya un sistema de pueblos honrados y libres».

Diario de Navarra insertará en sus páginas textos en los que Hitler manifestaba abiertamente su lucha antijudía: «El judaísmo nos anunció la guerra. Ya sabéis -agrega Hitler- que he creído siempre que no hay un pueblo más estúpido que el pueblo judío».

Durante estos años, el periódico no cesará de hablar y de condenar el denominado complot judeo masónico, pues en su opinión, y recordando a Mella, «la masonería ha sido desde el siglo XVIII el gran motor de las revoluciones del siglo XIX y del XX, y el judaísmo es el gran director de la masonería. La logia no es más que la antesala de la sinagoga».

La fascinación del Diario por Hitler fue absoluta. El día de su cumpleaños afirmará: «Hitler ha puesto la más alta marca de la historia». Y cuando muera, asegurará: «No creo que pueda sorprender que se diga que aquí nos entristece profundamente esa noticia como nos entristeció la del fusilamiento de Mussolini en circunstancias atroces que llevan el sello del comunismo asiático».

Menos mal que Hitler perdió la guerra. De haberla ganado, el holocausto judío hubiera estado más que justificado. Y no puede olvidarse que el pretexto del complot judeo comunista sirvió, no sólo a Hitler, también a Churchill, a Ortega y Gasset, a Marañón y a Laín Entralgo, para justificar no sólo una guerra, sino la depuración de la población civil que pedía Mola. Por razones tácticas evidentes, el nazismo intentó ocultar el genocidio. Pero si hubiera triunfado, lo habría hecho público para demostrar que, gracias a él, la preocupación por las víctimas no constituía ya el sentido irrevocable que habría representado en nuestra historia.

Que la derechista Esperanza Aguirre proclame en el día de la celebración susodicha que «hay un antisemitismo de nuevo cuño que surge de los defensores de la pluralidad, de la diferencia y de los pacifistas a ultranza», da mucho que pensar. Entre otras cosas, que esta gente de derechas no ha entendido jamás que en el holocausto judío se concitaron todas las corrientes ideológicas más reaccionarias y más nefastas de Europa, una de las cuales está más que presente en el partido que representa la propia Aguirre.