La sombra siniestra del abrazo de Bergara

«La semilla de la disgregación fue copiosamente sembrada en esta generosa tierra y durante siglos, las resultancias de esta germinación han sido capaces de impedir el florecimiento del vasquismo».

Anacleto Ortueta

Si algo echa uno en falta en este críptico proceso de paz -¿proceso trampa?- es el sonido del silencio. Hay demasiado ruido, excesivas incertidumbres… y -en mi opinión- sobrada ruindad. Uno que con asiduidad y con veneración relee nuestra historia no acaba de fiarse ni de los protagonistas, ni del tejemaneje mediático. Y no nos faltan razones para ello.

Enfoquemos el escenario del triste abrazo de Bergara (igualmente podíamos enfocar cualquier otra escena del contencioso histórico con España). Unos caudillos ominosos y traidores, un abrazo como ritual de la posterior felonía y reparto de prebendas, un pacto que nunca se pensó cumplir, y un pueblo, el basko, engañado y escarnecido. En Bergara una vez más se inmolaba la soberanía de nuestro pueblo. El 11 de Septiembre de ese año (1839), el bellaco Espartero (duque de la Victoria como premio a su felonía) y los diputados «progresistas», solicitaban la abolición de los fueros.

Hoy el conflicto basko vive otros tiempos y los caudillos protagonistas visten otras indumentarias. En lugar de sables y perifollos guerreros llevan corbatas, trajes italianos, celulares y discursos acomodaticios. Sí, tal vez haya cambiado el decorado, pero no la esencia del conflicto, ni siquiera el alma y las intenciones de los actores.

¿Sería soportable un paralelismo entre el ayer y el hoy? Veamos: Espartero, defensor inequívoco de la unidad «constitucional» de la monarquía española, representaba a una España acomplejada ante Europa pero altanera con sus pueblos dominados, anclada en el pasado y en la inoperancia. Un imperio todavía rebosante de cutrez y de espíritu colonialista.

Hoy son Zapatero y sus muchachos quienes lideran esa misma unidad constitucional de la monarquía. Pertenecen a un partido que surgió con biorritmos revolucionarios y contestatarios. Un partido teóricamente comprometido y alineado contra las desigualdades sociales, la marginación social, la explotación del obrero, etc. Pero, al parecer, a Pablo Iglesias se le colaron los fantasmas del arrivismo político. Largo Caballero apoyó al dictador Primo de Rivera, admirador de Mussolini. Comienza la «gloriosa espantá». Y luego vino el congreso de Suresnes. Y el PSOE se implanta un rostro camaleónico y destapa su vocación de poder. Renuncia al marxismo, nos mete en la OTAN, baja con los GAL a las letrinas del Estado, se embadurna en casos de corrupción, tráfico de influencias, se alía con la derecha más reaccionaria (descarado su soporte al navarrismo)… En una palabra, como diría uno de sus castizos santones, «no lo reconocería ni la madre que lo parió». Bien es cierto que una vez metidos en los berenjenales de la gobernación, como decía la artista mexicana Isela Vega, «No hay peor tugurio que la procuraduría de un Estado».

Hoy el PSOE, por sus propios pecados, se mueve con el aliento en la nuca del fascismo franquista del PP (pura quinta esencia imperial), siempre lanza en ristre, de la armada y de toda la indecorosa comparsa episcopal.

Maroto: alevoso y traidor negociando su acomodo (es comprensible que a un militar murciano el pueblo basko le importara un comino). ¿Quién será el vergonzante Maroto en nuestro proceso de paz?

Hoy, muchos colocan la mira en el PNV. Aluden a sus «compincheos» con el gobierno de la República, a sus tejemanejes en la Transición y que al parecer anda que bebe los vientos por el PSOE. Hombre, es cierto que algunos de sus líderes parecen moverse en un magma más viscoso que soberanista, como desvirtuando el espíritu de su fundador. Pero no exageremos; al menos blasonan de baskos. Y nadie duda de que sus bases son bien «legales».

Y luego queda todo el abanico de partidos llamados nacionalistas. La verdad, confieso mi ignorancia, pero de momento los percibo como dando palos de ciego o moviéndose en grises tinieblas, como tratando de reubicarse ante imprevisibles contingencias. «¿Qué harán estos?» me repite insistentemente un amigo baserritarra. Y ETA, a quien imagino trajinando febrilmente en solucionar la grave situación de los presos, que no es poco y en cómo ceder de una vez por todas la palabra al pueblo basko.

Luego están los Muñagorris, las insidias de los Aviranetas (¡vaya saga siniestra o ambigua la de estos Barojas¡), las ambiciones de Carlos María Isidro el interesado, etc. Ampliamente representados por tertulianos, prohombres mediáticos, escritores y escribidores, ungidos y de medio pelo, tratando de interpretar a Casandra o encadenando inconmensurables boutades…

En fin, que esta podría ser la galería «oficial» de personajes de la comedia, drama, o tragedia (¿no es acaso una amalgama de estos tres géneros?) del proceso de paz. Y la historia, avisándonos tercamente, que dejar exclusivamente en manos de estos actores este conflicto secular es como prestar a un ludópata.

Tras la confabulación de Bergara, los batallones baskos se desmovilizaron, engañados y desmoralizados. Nuestro pueblo quedaba cansado, hundido y humillado. El conflicto silenciado pero en carne viva.

Cuando Arana Goiri reivindicaba «lo que malamente llamamos «fueros baskos», no son otra cosa que pura y simplemente la independencia de los cuatro estados baskos peninsulares, con independencia absoluta». Sin duda estaba recogiendo los lamentos y anhelos de los supervivientes de la contienda.

Obviar este grito histórico de Euskalherría, desatender estas aspiraciones, será eternizar el conflicto. La única garantía de resolución reside en movilizaciones como las de Ahotsak, sindicatos, asociaciones profesionales y sobre todo el pueblo reventando las avenidas de toda Euskalherría. Los partidos políticos baskos tienen aparatos, medios e instrumentos para organizar al pueblo. Que dediquen de una vez por todas sus esfuerzos a movilizar a la ciudadanía y que se olviden por una vez de su guerra de codazos en pos del maldito escaño. Es la única manera de enfrentarse a la imponente maquinaria que PSOE, PP franquista y demás partidos del eje carpetovetónico tienen a su alcance.

No pensemos que el proceso que estamos viviendo es algo inédito. Es algo viejo y persistente en la piel de Euskalherría. El propio Menéndez Pidal, poco sospechoso de vasquismo, lo reconocía: «desde la época antigua venían actuando dos fuerzas políticas encontradas, el estado visigodo y la disidencia vascona».

A ver si por fin podemos ver el día en que podamos gritar con plena soberanía: ¡Gora Euskalherría askatuta! Y pensemos que no nos van a reconocer, si antes no nos reconocemos todos los baskos.