La iglesia, del pueblo

Tudela. — En mi pueblo, la Peña Sport lleva décadas utilizando en exclusiva el campo de fútbol San Francisco, pero jamás se le ha ocurrido escriturarlo a su nombre alegando “prescripción adquisitiva”. Dudo además que ningún registrador aceptase hacerlo. Todo el mundo sabe que los terrenos son del pueblo de Tafalla. También la Ikastola lleva décadas ocupando en exclusiva unos edificios, “en posesión quieta y pacífica”. Bien podrían alegar que llevan más de 20 años sin que nadie se los exija e intentar escriturarlos a su nombre. Pero no lo harán porque pertenecen a la colectividad. Tampoco los pelotaris que usan los frontones de los pueblos los escrituran a su nombre, ni a nadie se le ocurre inscribir un atrio público, una plaza o un cementerio. Mucho menos se han preocupado en escriturar las iglesias, ermitas o casas curales, como tampoco se han escriturado las casas consistoriales, las calles, los comunales, las murallas… ¿Para qué? Todo el mundo sabe que son bienes públicos. Y el que no lo sepa, que se entere. Los archivos municipales de los ayuntamientos navarros son una maravilla de contabilidad: todo está inventariado, presupuestado, comprado y pagado a costa de los vecinos, mediante los instrumentos que tenían los Ayuntamientos: el Patronato de las Parroquias, el impuesto de la Primicia, el auzolán obligatorio, la enajenación de otros bienes…

Después de muchos siglos sin escriturar, la Diócesis de Pamplona ha puesto a su nombre prácticamente todas las iglesias, ermitas y casas curales amén de diversas fortalezas, atrios, cementerios y otros bienes comunales de dominio público. Al amparo de una ley franquista, de cuestionada constitucionalidad, sin avisar a los poderes públicos que las levantaron y a cuya propiedad jamás renunciaron, de la noche a la mañana, se han apoderado de unas riquezas cuyo valor escapa a la imaginación. Al mismo tiempo y para mayor sarcasmo, en muchos pueblos se siguen realizando obras por valor de miles de millones, patrocinadas por haciendas públicas y pagadas por los de siempre: todos los navarros.

Por Uxue, fortaleza de los reyes de Navarra, han pagado unos 25 euros de inscripción. Por Aralar otro tanto. Por la Catedral de Pamplona lo mismo, euro arriba, euro abajo. Mil iglesias por 25.000 euros, el precio de una sola campana. Sólo en las Merindades de Sangüesa y Olite son 365 inscripciones en estos últimos cinco años. Y si alguien protesta y propone consultar los archivos municipales le replica el obispo Sebastián, diciendo que “ofende el honor del pueblo de Dios”. ¿En qué parte del Evangelio habla Cristo de escriturar nada, y menos los bienes del pueblo? Ratzinguer ya es dueño de todo y ni alcaldes, ni concejales, ni siquiera los fieles y curas navarros, se han enterado de nada.

Los Ayuntamientos tienen el mismo derecho legal a escriturarlo todo a su nombre. Pero tienen muchísimos más argumentos históricos y más derecho moral, porque representan a todos los vecinos y vecinas, y no a una jerarquía con sede en Roma y asesorada por el Opus Dei. Estos bienes, a la larga, se embargarán, se alquilarán y se venderán, y de hecho, no pasa un solo día en que no se venda algo.

Navarra otra vez mareada, engañada, vendida. Las nuevas corporaciones municipales ya tienen trabajo: recontar el inventario de su comunidad y defenderlo. Eso es lo justo, lo honrado y por ende, lo más cristiano.