Dos procesos, dos Europas, una España

La indignación y el escándalo de las sentencias del 18/98 nos hizo enmudecer a muchos vascos. No por inesperadas, conociendo el talante de los «demócratas de toda la vida». El talante de los reyes católicos, Austrias, Borbones, Esparteros, Cánovas, Primos de Rivera, Francos, Gales, Zapateros… Es el talante invasor y represivo de la España de toda la vida con Basconia. Hoy, mejor contenidos los primeros instantes de cólera, no puedo evitar algunas consideraciones.

He de confesar que el ambiente mediático, la tertuliada y los políticos de la España una, grande y libre, resucitaban los fantasmas del proceso de Burgos. ¿Qué ha cambiado para los vascos? En realidad, ¿qué ha cambiado en los que no se sienten vascos? ¿Hay tanta diferencia entre los dos partidos que pueden optar al gobierno del Estado? Ambos se comportan con parecida crueldad cuando se trata de Euskalerría, el PP con más desparpajo, el PSOE con más cinismo. Ambos con la misma irracionalidad y brutalidad.

Muchos que de alguna forma nos movilizábamos contra el franquismo, cuando presumíamos sus estertores, ya habíamos comprobado que el PSOE no se encontraba cómodo en una postura tan frontal con el estado. La apuesta de Suresnes lo aclaró todo. El PSOE sacrificaba su talante más social y reivindicativo en aras del centralismo y de la tentación de las poltronas del gobierno. Hoy es el día en que políticamente, al igual que en EEUU entre demócratas y republicanos, las diferencias entre PSOE y PP son más formales que estructurales. Básicamente, los programas sociales y económicos son idénticos y la concepción del Estado unitario y centralista tan furibunda en un partido como en otro. ¿Qué decir de su odio a todo lo que suene a vasco?

Cuando a un ciudadano se le condena sin pruebas basadas en hechos concretos, sin el menor asomo de rigor jurídico, sin una acusación individualizada, no existe el Estado de derecho. Así funcionaban los procesos en el franquismo; eso es una judicatura franquista. Una judicatura que nunca entendió ni aceptó Euskalerría.

Y como complemento, no se ha de olvidar, a una prensa franquista cuyo aparato mediático se encarga de preparar y alimentar estos juicios y conflictos.

En diciembre de 1970, Europa entera, a una con el pueblo vasco, Cataluña y españoles de buena voluntad, se movilizaron enardecidamente contra el proceso de Burgos. Hoy las cosas han cambiado. Hoy Europa vive una gran involución. Las democracias mantienen ciertas formas democráticas, pero la participación popular parece adormecida porque es vista como un gran peligro por las élites. Las masas se limitan a elegir periódicamente a éstas élites. Ahí parece agotarse el poder reivindicativo y las aspiraciones democráticas de la ciudadanía. Es lo que los politólogos denominan poliarquía.

El hecho es que ante un acontecimiento que para la mayoría del pueblo vasco, nos ha parecido aberrante, inhumano y oprobioso, la vieja y democrática Europa guarda silencio. No perdemos la esperanza de que llegue el día en que se condene a la justicia española, pero mientras tanto, ¿quién enjugará el sufrimiento de nuestro pueblo? ¿Quién impedirá que los jueces españoles entrar cuando se lo propongan a saco, en el alma de nuestro pueblo para humillarla y desangrarla?

Europa debería saber -tal vez sepa, calle y otorgue-, que estos ciudadanos condenados son para nosotros luchadores que, con las únicas armas del pensamiento, la palabra y del compromiso, han sacrificado su libertad en aras de la soberanía de nuestro pueblo. Esto antes sí hubiera soliviantado a la vieja Europa democrática, la que hoy dormita a la sombra de la preocupante involución yanqui.

Evidentemente esta no es ni la Europa del mayo francés, ni Euskalerría era la de diciembre del 70. Ni son los mismos partidos, ni ETA actualmente aquella ETA, comprendida y apoyada por el pueblo.

Eran aquellos tiempos en que a ningún partido vasco se le hubiera ocurrido hablar de cautivar a esa arrogante y ávida jarcia de centralistas y constitucionalistas de vodevil. Pero entonces, al menos aparentemente, los partidos nacionalistas, cualquiera que fuera el matiz, sabían que había que sumar fuerzas para defender la casa del padre.

Dos procesos, de diferente calado, pero con el mismo espíritu: condenar y reprimir a un pueblo.

Dos Europas, una que acogía y daba esperanzas; otra, la actual, que hace llorar.

Y una España, la inmutable imperial, la de los valores eternos que a la postre saben a cutrez de farándula, a hedor a salsa rosa y a sacristía. La malquerida, allá donde no se ponía el sol. La España de las inquisiciones, TOP y audiencias nacionales. La España que puso cadenas a Vasconia y que para bien o para mal, le impidi