Serbia = 0, España…

Dejando a un lado los problemas de las selecciones de Clemente, interesa más establecer comparaciones entre dos estados europeos que tienen tantos puntos en común, a pesar de la distancia. Los españoles asisten admirados a la desintegración de Serbia, un estado multinacional, como el suyo, que se ha caracterizado por la resistencia de la nación dominante a aceptar lo que era lógico e inevitable; además a través de un camino doloroso para la mayoría de las naciones que han recuperado su libertad y un balance desastroso para la Gran Serbia, dominadora. A decir verdad ¿Cuánto más ventajoso hubiera sido para todos que los acontecimientos hubieran discurrido por el camino del derecho en las relaciones entre seres humanos y Pueblos? Que cada sociedad sea la dueña de sus destinos sin interferencias. Dentro de la misma Europa hemos asistido al nacimiento de estados en la mayor parte de los casos sin traumas, o con mínima conflictividad y, en la misma Europa occidental, aparecen tendencias inequívocas que en un futuro próximo pueden dar lugar a transformaciones de las fronteras estatales.

Cada vez que la libertad de los pueblos balcánicos ha dado un paso adelante, en España alguien se ha apresurado a gritar que las situaciones no son similares con las de estas coordenadas. Hoy ha sido Moratinos a propósito de Kósovo, como ayer fue Solana, a raíz de la independencia de Montenegro. La recuperación del estado navarro, no tiene nada en común con tales países. ¡Pues señores! España y Serbia tienen mucho en común. Para iniciar la comparación, destaquemos la decisión que han mostrado siempre ambos estados en imponer su soberanía a naciones que la vienen rechazando ostensiblemente, decisión que les ha llevado a la utilización de la fuerza militar en contra de los deseos de los pueblos sometidos y la amenaza de seguir haciéndolo en el futuro.

En la antigua Ex-Yugoslavia la terrible guerra de los años 90 fue precedida por una etapa en la que todos los medios culturales e informativos serbios crearon un ambiente hostil hacia quienes no asumían el dominio serbio, fomentando un nacionalismo que arrastró a toda la sociedad serbia en contra de las señas de identidad de las otras naciones, principalmente musulmanas, que integraban el Estado yugoslavo. La hostilidad terminó convirtiéndose en demonización y de aquí fue fácil pasar a considerar al no serbio como enemigo a eliminar, por ser perjudicial para la supervivencia de los serbios.

Las similitudes entre este proceso y el que tiene lugar actualmente en el Estado español son muy grandes. El conjunto de los medios dirigentes españoles, del que forman parte las organizaciones políticas españolas, su intelectualidad, prensa y demás, vienen practicando una política de hostigamiento en contra del pueblo navarro que ha culminado en la interiorización por parte de la sociedad española de que lo vasco es esencialmente malo. Se llega a oír ¡Qué bonito sería el País vasco sin vascos! Y aunque no llegue a escucharse de una manera abierta, en muchos medios de difusión españoles, parece que es la conclusión que se espera de muchas maneras de informar y razonar.

A decir verdad, parece un despropósito que la simple reclamación de la soberanía por parte de una colectividad pueda generar una hostilidad tan fuerte en otra, si se acepta que el principio de la libre decisión del individuo constituye la base de las relaciones humanas. Está claro que las cosas no son tan sencillas y se constata que los conflictos entre naciones por el derecho a ser independiente representa la causa más común de la conflictividad internacional.

Es cierto que el Pueblo vasco ha sido objeto históricamente de la hostilidad española, particularmente, cuando ha dado muestras de resistencia a los proyectos españoles de expoliación económica, desmantelamiento institucional y eliminación de las señas de identidad culturales vascas. No obstante, en el pasado la demonización no alcanzó el grado que presenta en la actualidad, en que la clase política y élites sociales españolas sienten como muy cercana la posibilidad de que se produzca lo que ellos denominan secesión. Es aquí en donde España y Serbia se parecen como una gota de agua a otra gota de agua. En un sentido estricto podemos calificar la actual situación de limpieza ideológica. Amparándose tras la lucha antiterrorista, que España justifica en la existencia de E.T.A., se pretende eliminar cualquier manifestación de disidencia nacional vasca. El hostigamiento alcanza a la totalidad de elementos sociales que se resisten en cualquier manera a los planes españoles de fundir un conjunto nacional español sin fisuras.

De hecho la demonización de lo vasco convierte en sospechoso a todo aquel que muestre un interés, aun en grado mínimo, por cualquier rasgo de identidad reconocido como vasco, que, finalmente es objeto de desprecio y de ridiculización generalizada en todo tipo de medio de difusión. La altivez española no reconoce más valor que los definidos como españoles y califica de ombliguismo el aprecio que se puede manifestar hacia los elementos culturales propios de Navarra. Desde luego, es en el terreno político en donde mayor acritud alcanza la hostilidad. Se ha llegado a la aberración de asimilar a E.T.A. toda coincidencia en el terreno político, cultural o de actitudes, aun cuando éstas vayan acompañadas del rechazo expreso a los métodos militares de la organización. ¡No importa! Si coincides en fines, te identificas con los medios. Un orden jurídico como el español, que no ha roto en ningún momento con la legalidad del 18 de Julio de 1936, no tiene la capacidad de reabsorber actitudes de carácter violento que se hayan dirigido contra esa legalidad, pero ha sido capaz de asimilar al conjunto del franquismo y convertirlo en demócrata sin mayor cuestionamiento.

En este camino el hostigamiento ha alcanzado a quienes han demostrado fehacientemente su decisión de renunciar a los medios violentos, de acción directa, para alcanzar sus objetivos políticos. Incluye a todo tipo de profesionales que vienen desarrollando una actividad política que reclama la soberanía de Navarra. El conjunto del sistema institucional español se ha movilizado y mostrado su decisión de aniquilamiento, que pretende convertir nuestro territorio en un Guantánamo de dimensiones pirenaicas. La culminación del proceso 19/98 es grave por las sentencias que castiga con la cárcel a importantes colectivos que han luchado en el terreno de la defensa de las libertades cívicas y resistencia al autoritarismo galopante.

Quizás más grave que la propia sentencia sea la decisión de todo el sistema político-jurídico español, dejada en evidencia, de ir avanzando en el sometimiento de todo elemento discordante. Cuando se dice discordante, se está pensando en cualquier instancia, cívica o institucional que se niegue a seguir la partitura marcada por el Estado. Hoy ha tocado la vez a quienes han mostrado un rechazo contundente, pero pacífico y dentro de la sociedad civil, a las imposiciones del estado español. Está claro que éste no piensa detenerse y proseguirá atacando a quienes manifiestan su desacuerdo. Las mismas instituciones autonómicas no se ven, ni verán, libres de los ataques propiciados por el aparato judicial o político españoles. España ha dejado claro que no va a hacer concesiones nuevas en el terreno de transferencias y recursos. Por el contrario, son cada vez mayores las voces españolas que reclaman el recorte y hablan sin rebozo de la toma de decisiones unilaterales, como puede ser la suspensión de los estatutos de autonomía vigentes

Lo preocupante de todo ello es el avance que tales planteamientos experimentan en sectores sociales españoles de amplio espectro. Nos encontramos ante un espacio de desencuentro social y desacuerdo institucional cada vez mayor dentro del Estado español. Todos estos ingredientes fueron los que aparecieron en el mundo balcánico en los años que precedieron al estallido bélico de la guerra de los Balcanes. No afirmo que los procesos tengan que discurrir por el mismo camino, pero si es preocupante que se produzcan acontecimientos y se creen escenarios que se nos escapan de las manos. Si en el momento actual no parece posible una situación conflictiva similar a la de la Ex-Yugoslavia, no es imposible que a medio plazo puedan crearse condiciones propicias que la hagan factible.