Las lágrimas de Tximin

La Anábasis, la vuelta al mundo o la conquista del polo, nos sobrecogen por el derroche humano que comportan tales gestas. Sin embargo, habitualmente pasamos por alto hechos cotidianos y procesos humanos que, sin ningún matiz épico aparente, comportan en su entraña silenciosas proezas humanas. ¿Hay mayor gesta que la supervivencia de miles de individuos en Palestina o en amplias zonas del tercer mundo? Hay demasiados relatos, en este caso trágicos, que sobrepasarían en sufrimiento y en esfuerzo humano a las legendarias epopeyas.

En otro orden y en un mundo como el nuestro, donde las necesidades mínimas parecen estar garantizadas, el abanico de héroes, mártires, inmolaciones humanas, sobrepasaría cualquier estadística. Bastaría que nuestra mirada fuera más solidaria y menos agresiva para poder captarlo.

Conocí a Tximín cuando mis padres, por eso de hacerme un hombre de provecho, me trasladaron a la enseñanza privada. Era un modelo. Primeros Viernes, cruzado, cofrade de San Luis Gonzaga… Y mucho prestigio. Cambiaba de pantalones -solía vestir elegantes briches- y jerseys cada tres o cuatro días y jamás le embutían zurcidos o petachos. Decían que su padre era originario de Valladolid. Ocupaba un alto cargo en aquella tétrica logia del «Movimiento». Su madre, una señoritinga de alguna casa fuerte de la Cuenca, dama de honor de no se qué vírgenes y cofradías.

Una vez vi a su padre. Fue a la salida de una de esas grandes ceremonias que en la era del nacionalcatolicismo se representaban en la catedral, entre palios, inciensos, hopalandas y solemne txunda txunda. Vestía un austero traje azul, fascista, impoluto. Americana abotargada de entorchados, nívea como la boina de cuya cúspide se derramaba una ostentosa borla dorada. Allí estaba, en el meollo de las autoridades, mirando desde sus negrísimas gafotas con gesto supremo y estreñido por encima de la masa, chusma o plebe. Tximín, como fuera de contexto, le asía la mano.

Eran años de novenas y rosarios, misas y misiones masoquistas que nos dejaban el alma entenebrecida. Y luego la cosa del imperio hacia Dios, clara la mirada, la España luz y esperanza del mundo, una raza genéticamente superior -aseguraban los profesores de F.E.N- portadora de los valores eternos en un mundo descarriado. ¡Recemos por Rusia! Esa fue nuestra formación, la única posible. Eso o la deportación, la cárcel y la hoguera.

Aquella semilla del miedo nos hacía someter la cerviz ante despóticos tabús. La mente alienada y el alma torturada. Desembarazarnos de semejante yugo, liberarnos de aquella esclavitud y emancipar el espíritu… difícil metamorfosis, considerando el punto de partida. Seguro que para muchos de nosotros fue una gesta, si nos atenemos a las trabas sociales, morales, familiares, religiosas que tuvimos que ventilar. ¡Cuántos se fueron con las cadenas puestas! Y lo que es peor, ¡cuántos vegetan hoy día estancados en aquella pura alienación!

El proceso de Tximín tuvo que ser más desgarrador que el parto más traumático. Nos separamos al cursar el bachillerato. Él, ¡cómo no!, optó por la privada. Prácticamente dejamos de relacionarnos hasta llegar al Preu. Tximin no lo superó. Las malas lenguas de sus compañeros insinuaron que allí, en Zaragoza, de nada sirvieron las acostumbradas gestiones de su progenitor en situaciones parejas. Por aquel entonces, las mínimas palabras que crucé con él me causaron la impresión de estar hablando con un perdonavidas.

Al menos por algún tiempo pululó por los entornos de los guerrilleros de Cristo Rey. Por poco tiempo, porque el taimado facistón de su padre, que palpaba los estertores del franquismo, ya debía andar renovando su vestuario de falangista. Eso no era ningún obstáculo para que Tximín prescindiera de sus fervorosas adhesiones a las algaradas de la plaza de Oriente. No se perdía una. No se con qué estudios ni por qué puerta entró como funcionario en un negociado de la administración pública. Cierto día topé con él en una de las delegaciones del estado, donde se perpetuó hasta su temprana jubilación. Por cierto, me indicó que su nombre no era Tximín. No recordaba su nombre de pila. Él, no sin cierta socarronería, me lo deletreó.

Pocas frases se podían tejer en encuentros tan esporádicos. Su boca vomitaba fuego apostólico, puro fanatismo. Y odio, desprecio y venganza, contra todo lo que supiera a vasco: «Raza criminal y degenerada, responsable del caos y de todos los males de la patria hispana». Me juré poner todo el empeño para por siempre jamás no volver a topar con él. Así fue. Pero la naturaleza humana es esencialmente una caja de sorpresas.

Es radicalmente imposible que sea él; y en primera línea -pensé-. Yo acompañaba a unos conocidos cuyo hijo, a cuenta de la «kale borroka» o lo que sea, permanecía en el talego. Tiene que ser él o su doble. No podía frenar mi curiosidad. El hecho no era ninguna bagatela. Acabada la manifa me acerqué a él y por la fuerza de la costumbre no pude evitar utilizar el mote.

Se volvió pacientemente, cosa extraña en el impulsivo Tximin que todos conocíamos y me extendió la mano con un gesto franco y al propio tiempo resignado. Previendo mi extrañeza y mi torpeza para formular cualquier palabra, me apartó unos metros de la gente. Su nieta estaba en Alcalá Meco, acusada de kale borroka. Brevemente se desahogó. Se despachó con una calma, con una mesura que me hizo sospechar que debía andar muy medicado.

-Mi nieta no es ninguna delincuente. Todo puro infundio. Claro que se mueve en los ambientes abertzales, pero violencia, imposible. No he visto persona más pacífica y más buena. Pero es igual, a mi no me van a engañar, soy de la misma camada y sé los métodos que usan. Siempre actúan como bestias. No se andan con zarandajas porque están superprotegidos. Te pueden matar, porque saben que no les va a pasar nada. Si te descuidas hasta te condecoran. Mi padre por lo menos lo admitía. Decía que no había otra forma de trabajar. Te pueden culpar de lo que quieran. ¿Qué juez les va a contradecir? Los periódicos, el propio gobierno manipulan todo, sin el menor sonrojo.

Tomó un respiro para enjugarse alguna lágrima. El hecho es que supuestamente, conmigo, la relación siempre había sido absolutamente superficial, y sin embargo.

-Lo peor es que han abusado de ella. Ella me dice que no, para no asustarme, pero lo lleva escrito en la cara. Eso no lo puede disimular una mujer de veintidós años.

-Soy el hombre más desgraciado. Yo mismo me he pasado alimentando la bestia. Ahora a ver quién puede con ella. Toda mi vida ha sido un disparate tras otro. Nunca respeté ni la palabra, ni las ideas de los que no comulgaban conmigo, y ahora ya ves, convertido en un viejo vacío. No hecho nada en la vida que merezca la pena. Y está nieta es valiente, muy honesta, muy sincera, lo mejor que me ha pasado en la vida. ¿Cómo va a olvidar que su abuelo es responsable de esta situación tan corrompida a la que hemos llegado? ¡Cuánto estamos haciendo sufrir a este pueblo, Dios bendito!

No se explayó mucho más. Tal vez por que el grupo se alejaba, quizás por estar medicado, lo ignoro. Cortó su discurso, me estrechó la mano y decidido aunque con cierto ritmo desacompasado se alejó.

¡La gesta de Tximín! Escrita con desgarro, lágrimas y su propia sangre!

Estás en nuestra orilla Tximin, lo vi en tu rostro desencajado. Aquí, de momento no encontrarás muchas alegrías, pero sí una conciencia tranquila, y la dignidad suficiente para no desesperar. Algún día nuestra voz será libre.