La guerra por los alimentos

Aunque vivimos en un país privilegiado donde podemos consumir todavía aceite de oliva y aceite de girasol, hasta que los chinos y los hindúes pujen por ellos, en el resto del mundo se están produciendo fuertes batallas por los aceites vegetales. Así pues, la subida de los precios del aceite vegetal utilizado en la cocina está obligando a los residentes de los mayores barrios marginales de Asia, en Mumbai, India, a racionar cada gota de aceite que consumen. Las panaderías de diversos países desarrollados ya han empezado a recortar gastos en lo que se refiere a consumo de aceite. En Malasia, el país que, junto con Indonesia, es, a nivel mundial, el que más produce y exporta biodiesel a partir del aceite de palma, las empresas fabricantes de biodiesel pueden pagar la materia prima.

Esta es la otra crisis del petróleo. De la India a México, pasando por Europa y África, la escasez y el aumento de los precios de los aceites de palma, de soja y de otros muchos tipos de aceites vegetales son los más recientes y más claros ejemplos de que se también se está generando un grave problema debido al encarecimiento de los alimentos.

El índice de precios de los alimentos de establece la organización FAO1 de las Naciones Unidas, que se realiza en base a los precios a la exportación de 60 productos alimenticios de comercio internacional, aumentó un 37% el año pasado. Este valor es bastante superior al aumento del 14% de 2006: Para el 2008, se espera mayores aumentos de los precios ya que la tendencia alcista se ha acelerado este invierno.

En algunos países pobres, la desesperación se ha apoderado del ánimo de la gente. Sólo en las últimas semanas, las protestas han estallado en Pakistán por la escasez de trigo, y en Indonesia, por la escasez de soja. Egipto ha prohibido las exportaciones de arroz para mantener el stock alimentos y China ha establecido controles de precios del aceite de cocina, cereales, carne, leche y huevos.

Según la FAO, otros disturbios por la escasez de alimentos han estallado en los últimos meses en Guinea, Mauritania, México, Marruecos, Senegal, Uzbekistán y Yemen. Los que más están sufriendo estas escasez de alimentos son los pobres de las zonas urbanas, los campesinos sin tierra y los pequeños agricultores.

Las razones de este despertar de la hambruna, en este mundo globalizado, se deben a los sorprendentes cambios que se está produciendo en los mercados de alimentos, a nivel mundial. El fuerte aumento de los precios de los combustibles han alterado el equilibrio de los cultivos destinados al consumo alimenticio y los destinados al transporte, en todo el mundo. La enorme demanda de biocombustibles que se ha desatado, fundamentalmente en Europa, ha creado tensión entre el uso de la tierra para producir combustible y su utilización tradicional para producir alimentos.

Por otra parte, la creciente clase media de los países en vías de desarrollo como India y China cada vez demanda más proteínas animales, bien sea a partir de hamburguesas hechas de carne de cerdo como de pollo. Todo este aumento de la demanda se está produciendo incluso en un contexto determinado por el cambio climático global que puede hacer que, por motivos de reducción de las emisiones de CO2, sea más difícil que los cultivos de algunos cereales y/o leguminosas que tan abundantemente producen algunas tierras, se destinen para el consumo de alimentos.

En los últimos años, la demanda mundial de cereales y de carne ha aumentado drásticamente. Permanece siendo una cuestión abierta cuando la oferta no podrá ya satisfacer a la demanda. En el futuro, lo más previsible es que los precios de los alimentos en las tiendas y supermercados serán cada vez más altos. También es muy probable que los agricultores de cultivos como el maíz, la caña de azúcar, el trigo, la colza y la soja salgan beneficiados por altos precios de sus cosechas.

A medio plazo, estos altos precios de los alimentos podrían ser la causa de que se desatara una de las peores inflaciones que nos podemos imaginar. Los expertos en alimentación advierten de que aunque todavía no se han producido fuertes aumentos en los precios de los productos en los puestos de venta ambulantes de los países en vías de desarrollo o en los supermercados de los países industrializados, la carrera de los precios ya ha empezado y se acelera. Hasta ahora, se han tomado algunas medidas en los países más vulnerables. Así, los gobiernos de muchos países pobres han tratado de responder a esta subida de los precios de los alimentos incrementado las ayudas a la alimentación, imponiendo precios, endurecimiento los controles de precios, poniendo restricciones a las exportaciones y reduciendo los derechos de importación de alimentos.

Estas medidas, de carácter temporal, ya están derrumbándose. En efecto, en todo el Sudeste asiático, por ejemplo, las familias han reaccionado acaparando aceite de palma como sustitutivo del aceite de soja o de colza para su uso en la cocina. Los contrabandistas han sido unos actores decisivos para ello ya que han alterado los precios, al transportar el aceite de los mercados más subsidiados, como el de Malasia, a mercados donde el aceite de cocina se encontraba menos subsidiado, como el de Singapur. Durante este invierno, ninguna otra categoría de alimentos han visto elevarse tan rápidamente los precios como los llamados aceites comestibles y, a veces, con resultados trágicos. Cuando una tienda de Carrefour en Chongqing, China, anunció, en el mes de noviembre del año pasado, una promoción de aceite para cocinar, durante un tiempo limitado, se produjo una estampida terrible de gente que acudía a comprar dicho aceite que dejó un balance trágico de tres personas muertas y 31 heridas.

Para nosotros, adquirir aceite de cocina puede parecernos una tontería, pero en muchos países en vías de desarrollo, el aceite de cocina es una fuente importante de calorías y representa uno de los mayores desembolsos en efectivo que realizan las familias pobres, que cultivan gran parte de los alimentos que consumen, pero que tienen que comprar aceite con el que cocinarlos.

El aceite de palma, sobre todo el que se produce en Malasia e Indonesia, es un ejemplo muy ilustrativo de cómo se están desencadenando problemas emergentes en la cadena mundial de alimentos. El aceite de palma es un producto vital en muchos países del mundo pero, en particular, en Asia. Desde su producción en las selvas de Malasia e Indonesia y su venta tradicional en los mercados callejeros que pululan todas las ciudades del Sudeste asiático hasta su gran salto a las empresas del sector alimenticio de Estados Unidos y a las fábricas de biodiesel de Europa, el aumento espectacular -en un 50%, tan sólo el año pasado- de los precios del aceite de palma son el motivo fundamental de que se produzcan tantas disputas encontradas entre ecologistas, empresas energéticas, consumidores, pueblos indígenas y gobiernos. La guerra entre las gasolineras y los supermercados ya ha empezado. Con ello, la demanda de aceite de palma, sustitutiva de los aceites de soja y colza, ha crecido significativamente, al igual que las tierras utilizadas par su cultivo. Así, una octava parte de toda la superficie de Malasia se destina a la producción de aceite de palma y palmiste y aún mayor resulta la superficie destinada a este propósito en la cercana Indonesia.

Los agricultores y las empresas de las plantaciones de palma están respondiendo a la subida de los precios. Para aumentar la producción se están talando miles de hectáreas de bosques tropicales al objeto de replantar dichas hectáreas con inconmensurables filas de palmeras extraídas de los viveros. A la hora de producir aceite de palma, es necesario tener en cuenta que los árboles requieren tener ocho años para alcanzar la plena producción. La sequía que hace un año se produjo en Indonesia y las inundaciones sufridas en la Península de Malasia contribuyeron a limitar la oferta. En consecuencia, la producción de aceite de palma en todo el mundo subió sólo un 2,7% el año pasado, por lo que, a nivel mundial, se alcanzó una producción total de 42,1 millones de toneladas.

Al mismo tiempo, la demanda de aceite de palma está creciendo vertiginosamente en todo el mundo, debido a una amplia variedad de razones, entre las que se incluyen el aumento de la demanda creciente de los consumidores en China e India para los aceites de cocina y las subvenciones de los países occidentales para la producción de biocombustibles. A su vez, a todo ello ha contribuido el legítimo interés de los agricultores por plantar cultivos que les ofrezcan mayores ganancias,

Los agricultores americanos han optado por plantar más maíz y menos soja debido a la mayor demanda de bioetanol -basado en el maíz- que se utiliza como biocarburante. Esta fuerte demanda ha hecho que subieran tanto los precios del maíz. La producción de aceite de soja de Estados Unidos descendió mucho debido a que, el año pasado, se redujo en un 19%, la superficie destinada al cultivo de soja. Los agricultores chinos también redujeron, el año pasado, la superficie destinada al cultivo de soja debido a que la expansión urbana se está comiendo las principales tierras de cultivo de soja y el gobierno chino proporcionó más incentivos para la compra de grano.

A su vez, la gente en China también están consumiendo más aceite de cocina. El año pasado, China no sólo fue el mayor importador de aceite de palma, a nivel mundial, – 5,7 millones de toneladas/ año- también duplicó sus importaciones de aceite de soja hasta los 2,9 millones de toneladas, lo que obligó a los tradicionales compradores de aceite de cocina a tener que comprar aceite de palma debido a que este tipo de aceite comestible es más abundante y barato que el aceite de soja. También es un aceite que tiene mucho más colesterol pero esa es otra cuestión que hoy por hoy en estos países resulta muy secundaria. Las preocupaciones por la salud podrían haber dañado las ventas de aceite de palma, pero ahora están empezando a ayudar.

Durante mucho tiempo, en muchos países occidentales, el consumo de aceite fue considerado como algo malo para la salud pero actualmente se ha convertido en una atractiva opción para reemplazar las grasas alteradas químicamente conocidas como «transgrasas», que últimamente han llegado a ser vistas como las menos saludables de todas las grasas. Las «transgrasas» son grasas alteradas químicamente y elaboradas industrialmente. Se considera a «transgrasas» como aceites «hidrogenados»o «parcialmente hidrogenados». Prácticamente, casi todos los alimentos fritos que consumen en los países desarrollados contienen «transgrasas». Las «transgrasas» aumentan entre otras cosas el riesgo de enfermedades cardiocirculatorias. Se encuentran en la margarina y muchos alimentos preparados comercialmente, procesados y fritos, incluyendo las galletitas dulces y saladas, las tortas, patatas fritas, rosquillas, buñuelos y donuts. Los restaurantes de comidas rápidas, con frecuencia, utilizan las «transgrasas» como aceite de cocina para las frituras.

El verano pasado, la ciudad de Nueva York prohibió las utilización de «transgrasas», en las frituras de los alimentos de los establecimientos dedicados al servicio de comidas y a la fabricación de productos de panadería. En todo Estados Unidos, los restaurantes están tratando de reemplazar las «trnasgrans» por importaciones de aceites vegetales. Como consecuencia de ello, durante el año pasado, el consumo de aceite de palma se duplicó, aumentando su consumo en 200.000 toneladas/año.

Hace unos cuatro años, el aceite de palma apenas se consumía en Europa, El año pasado, la producción de biodiesel a partir del de aceite de palma, para su posterior consumo como carburante, contribuyó a un rápido crecimiento de la demanda, lo que ha ocasionado un significativo aumento de los precios de los aceites vegetales.

Se necesitan 116.000 toneladas anuales de aceite de palma para obtener 110.000 toneladas de biodiesel, así como valiosos subproductos como la glicerina. En España, existe una guerra no declarada entre los fabricantes de biodiesel y las petroleras. Por ahora, la batalla inicial la están ganado estas últimas ya que, ante la pasividad del gobierno, se benefician del control en distribución que tienen para importar el biodiesel subvencionado de Estados Unidos y así realizar ellas mismas las mezclas de biodiesel obligatorio y desanimar, así, a su fabricación en España hasta que ellas cuenten con sus propias producciones de biodiesel.

Por otra parte, los precios han subido tanto que las empresas fabricantes de biodiesel no pueden cubrir todos sus costes de fabricación y han terminado por abandonar gran parte de su capacidad instalada mientras encuentran una nueva estrategia, como, por ejemplo, conseguir que los compradores de biodiesel paguen un precio vinculado a los costes del aceite de palma esperando con cambiar algún día el aceite de palma por aceite de Jatrofa, otro tipo de oleaginosa cuyo aceite no es comestible.

El año pasado, los biocombustibles representaron casi la mitad del aumento de la demanda mundial de aceites vegetales y llegaron a alcanzar el 7% del consumo total de aceites, de acuerdo con Oil World. La utilización de biodiesel para ser mezclado con el diesel normal, ha sido una actividad muy controvertida, no sólo porque el consumo de biodiesel compite con los usos alimenticios del aceite, sino también a causa de las preocupaciones ambientales. Diversos grupos ecologistas europeos han advertido acerca de que están siendo deforestadas enormes extensiones de bosques tropicales, en Malasia e Indonesia, para dar paso a plantaciones de palma de aceite, destruyendo el hábitat de los orangutanes y rinocerontes de Sumatra, al tiempo que emiten toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Otra controversia relativa al aceite de palma procedente de Malasia se refiere al tratamiento que sufren los pueblos indígenas cuyas tierras han sido confiscadas para desarrollar plantaciones de palma de aceite. Este hecho ha sido un importante tema de discusión, en particular, sobre lo que se refiere a Borneo.

En consecuencia, y no sólo debido a las demandas de los ecologistas, la Unión Europea decidió restringir las importaciones de aceite de palma que se obtienen de palmeras no cultivadas sosteniblemente. La medida ha indignado a las empresas productoras de aceite de palma de Malasia, que ha visto caer la producción de biocarburantes que, en parte, se destinaba a satisfacer la demanda europea. Este hecho, aun siendo justo, también resulta muy controvertido por lo sesgado y parcial que resulta, sobre todo cuando se contrasta con el hecho de que países como Estados Unidos que no han suscrito el Protocolo de Kyoto, ni tampoco numerosos acuerdos internacionales relativos a los derechos humanos, puedan realizar «dumping» con sus exportaciones de biodiesel a Europa sin que se le restrinjan, como a Malasia, también sus exportaciones.

Notas:

1 Food and Agriculture Organization