Los mares del infierno

Cuando los esclavos agonizaban
al borde del abismo,
las súplicas de Moisés ablandaron
el corazón de Dios
y Éste apartó las aguas del Mar Rojo,
ofreciendo a su pueblo
un camino seguro
hacia la libertad y la esperanza.

El día que te fuiste
nadie ablandó, ídolo ingrato,
tu corazón de piedra.
Entonces un Mar Negro
rodeó los confines
estrechos de mi vida, convirtiéndola
en una isla remota, inaccesible,
capaz de esquivar siempre
los mapas más precisos,
los sueños más audaces
de los exploradores,
el infalible vuelo de las aves,
la travesía ciega de los náufragos.

Huir de allí también era imposible…
«Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate»

Del tugurio en el ángulo oscuro,
con el codo clavado en la barra,
empuñaba su cetro de vidrio
el rey de los ebrios.

-¡Ay! -pensó-, entre tanta botella
¿cuál será la guardiana del genio,
la lámpara que encierra la luz maravillosa,
el fuego de los dioses, el hilo de Ariadna
que me conduzca al fin a través de las sombras
a la próxima tasca?