El ocaso de los mares

Se sabe que una de las razones principales del agotamiento que sufren muchos caladeros marinos se debe a la sobreexplotación de la pesca. Otra de las razones de dicho agotamiento se debe a que, al aumentar paulatinamente la contaminación de las aguas marinas, éstas también van perdiendo calidad y nutrientes, al tiempo que las substancias tóxicas envenenan a la fauna piscícola. Últimamente, y por si fuera poco, el deterioro que estamos ocasionando, según un estudio realizado por la ONU y que fue publicado el pasado mes de febrero, se ha constatado que los principales caladeros de pesca se encuentran también gravemente amenazados por el cambio climático.

En efecto, la mayoría de los mares, al absorber mayores cantidades de CO2 atmosférico, también están produciendo un ligero aumento de la temperatura y una mayor acidificación de sus aguas. Este hecho están alterando los ya frágiles ciclos naturales y amenazándonos, a su vez, con un dramático colapso de los stocks de peces que se crían, de manera natural, en los diferentes caladeros de pesca.

Uno de los científicos que más tomó parte en la investigación desarrollada fue Ken Caldeira, de la Universidad de Stanford, California. Este científico llegó a pronosticar que, dependiendo de lo que hagamos durante los próximos años, la química de los océanos podría verse afectada durante muchos miles de años. De igual modo, la vida marina correría el riesgo de verse seriamente afectada, durante millones de años.

Con anterioridad, otros estudios similares habían constatado que el 90% de las especies más grandes de peces -atún, pez aguja, pez espada, tiburones, bacalao y fletán – iban desapareciendo de los mares debido a la explotación industrial de su pesca.

Actualmente, según el informe de las Naciones Unidas, la inmensa mayoría de la pesca comercial que, a nivel mundial, se realiza en los diferentes caladeros, se encuentra en declive. Sólo se salvaría algo de la pesca de arrastre que se realiza en aguas más profundas, lejos de la costa y que necesita una tecnología mucho más avanzada. Sin embargo, tampoco a esta modalidad le es posible aumentar muchas veces el número de sus capturas.

Por otro lado, también se ha constatado que un 80% de la contaminación que sufren los peces que se crían en los caladeros de pesca, se produce por los vertidos que arrastran los ríos o por los emisarios submarinos que parten desde tierra. Es necesario subrayar que, hasta hace bien poco, los peces que frecuentaban estos caladeros llegaban a alcanzar tamaños significativos pero que ya son difíciles de encontrar.

Otro problema añadido a la pesca es el hecho de que han surgido especies invasoras, a menudo transportadas en el lastre de los barcos, y que también han interrumpido las cadenas de alimentación naturales, al sustituir a las especies autóctonas. Ello tiene mucha importancia, sobre todo porque los caladeros están muy localizados y son los que concentran la pesca. Por si todo esto fuera poco, es necesario recordar otro dato. El 80% de los peces que capturamos se realizan en pesquerías que explotan esta actividad por encima de las tasas de recuperación.

Así pues, y si, por casualidad, estos problemas de la pesca y sus expectativas de futuro no fueran suficientemente malas noticias, ahora los científicos también dan la voz de alarma por otro motivo quizás más peligroso. En efecto, el hecho de que se haya descubierto que el calentamiento global podría poner en peligro el sistema de circulación termohalina oceánica es un hecho muy grave. No olvidemos que la es la circulación termohalina de las corrientes marinas la que, a pesar de la intensificación de la pesca industrial, permite que las reservas piscícolas puedan seguir reponiéndose.

La circulación termohalina es vital pues además de aportar, a los diferentes caladeros de los océanos, corrientes naturales de agua llenas de nutrientes para los peces, los mantiene sanos, alejándolos de los vertidos de residuos y de la contaminación. Si debido al cambio climático se colapsa la circulación termohalina de los océanos, podríamos correr el grave riesgo de que, aparte de poder llegar a experimentar una nueva glaciación, también se colapsarían las principales zonas de pesca existentes actualmente en el mundo.

Además del aumento de los niveles de acidez, también se tiene una preocupación cada vez mayor, sobre la consecuencias alimenticias que tendría la reducción, cuando no supresión, del pescado como fuente de alimentación para aquellas poblaciones situadas en las costas de los mares y océanos.

Se sabe que las ostras, almejas gambas, camarones, corales, etc., son extremadamente sensibles a minúsculos cambios que se operen tanto en la acidez como en la temperatura del agua de mar. Lo mismo pasa con el plancton, situado en el escalón más bajo de la cadena alimenticia del océano. Sin plancton suficiente, la cadena trófica de nuestros mares sufriría un gran revés, lo que afectaría a los rendimientos de la pesca y, en consecuencia, a la producción de alimentos.

Por ello, los impactos socioeconómicos sobre la pesca, debidos al cambio climático, son muy importantes. Fundamentalmente, serían como consecuencia de la dramática caída de los rendimientos de pesca en los caladeros ubicados en zonas que representan el 10%-15% del total de los mares del planeta. En suma, si se redujeran las capturas de peces en un 50%, este importante declive podría llegar a afectar, seriamente, a más de 2.600 millones de personas que dependen de este alimento como su principal fuente de proteínas. Lo podríamos evitar pero casi seguro que por nuestra codicia y estulticia no lo haremos. ¡Y luego nos consideramos descendientes del ‘homo sapiens’!.