Jorge Wagensberg: «Que la economía se base en el crecimiento es absurdo»

Si alguna persona se acerca a la definición de sabio en Cataluña, sin lugar a dudas sería Jorge Wagensberg (Barcelona, 1948). Profesor de física en la UB, mira el mundo, el ser humano e incluso la política desde la ciencia. Wagensberg tiene una vocación divulgadora incansable que le ha valido, entre otros galardones, una Cruz de Sant Jordi. Su labor como director del Museo de la Ciencia de Barcelona, y luego como fundador del CosmoCaixa, la ha situado como referente a escala internacional. Llamo al timbre y él abre la puerta. Su casa está llena de libros, de fósiles y de diferentes tesoros de una vida dedicada a la ciencia y al descubrimiento. Charlamos de creatividad, de ciencia, de economía, de crecimiento…

 

– La memoria nos permite viajar en el tiempo, lo que las leyes de la física no nos permiten hacer. Si hacemos marcha atrás, y vamos a tu infancia, tu padre era un hombre de una gran inventiva. Tu familia llegó a Barcelona desde Polonia e inmediatamente se pusieron a inventar todo tipo de objetos. Quizás de aquí os viene, a ti y a tu hermano matemático, la vocación por las ciencias…

– Tienes razón: mi padre hizo una fábrica de la nada, partiendo de cero. Siempre me fascinaba ver cómo entraban las materias primas por un lado y salían los objetos perfectamente acabados por el otro. Tenía una fábrica de maletas. Él inventaba todo el proceso, incluso las máquinas. Tanto es así que, cuando él murió, vendimos a otro fabricante las máquinas que él hizo. Era un hombre orquesta. El hombre diseñador, el hombre fabricante, el hombre obrero, el hombre administrador…

 

– Ellos atravesaron media Europa para llegar a Barcelona y ahorrarse la II Guerra Mundial y el Holocausto.

– Esto lo supieron después. Ellos huyeron fruto del ambiente xenófobo de la Polonia de los años treinta.

 

– En tu último libro, ‘Teoría de la creatividad’ (Tusquets, 2017), planteas una teoría de las ideas y de la innovación. ¿Tiene alguna relación con la inventiva de tu padre?

– Recuerdo de pequeño que estábamos con la televisión encendida y por la cara que ponía el padre yo veía que estaba pensando en un diseño nuevo; siempre tenía algún proyecto en la cabeza.

 

– Nos explicas que la manera de inventar que tiene el ser humano y la manera de inventar de la naturaleza son diferentes, ¿no?

– La mayor diferencia es que la naturaleza da soluciones, dota de diferentes características a los seres vivos, y no sabe cuáles serán los retos, los problemas, que se podrá encontrar. A partir de la selección natural, con el paso del tiempo, el problema encuentra una solución que la naturaleza había «preparado». En cuanto a nosotros, la inteligencia humana consiste en la capacidad de diseñar una solución para un problema concreto. Esto es lo que hacemos nosotros.

 

– En el libro nos hablas de la economía azul. De cómo los humanos buscamos en la naturaleza soluciones a nuestros problemas…

– Se trata de una línea de investigación muy nueva. La naturaleza ha tenido mucho tiempo, miles y millones de años, lo que los humanos no tenemos. Con este gran lapso de tiempo se puede llegar a soluciones muy refinadas. No se trata de copiar a la naturaleza, sino de inspirarse en ella. Los humanos lo aplicaríamos de la siguiente manera: primero, darnos cuenta de que la naturaleza tiene resueltos muchos problemas, y luego, hacer la investigación para ver cómo podemos adaptar estas soluciones naturales a la vida humana. Con estas pistas podemos tener conocimientos nuevos con una eficacia y eficiencia diferentes. Porque casi todas las soluciones naturales por definición respetan el medio ambiente. Por ejemplo, quemar gasolina es de una gran eficacia para que puedes mover un barco con una gran potencia. Pero una buena parte de este combustible no se utiliza en el movimiento del barco, sino en contaminar y destrozar el medio ambiente. Siguiendo con el ejemplo del barco: aparte de la contaminación, podemos observar un derroche de energía y una falta de eficiencia en el funcionamiento de una hélice. Todo el mundo ha observado cómo un barco propulsado por una hélice deja una estela en el agua en forma de olas tras él. Estas olas son generadas por una energía desperdiciada. Por otra parte, la naturaleza nos enseña que el movimiento de la cola de un animal marino, un delfín, por ejemplo, es mucho más eficiente. Ya se está investigando la manera de aplicar este tipo de propulsión animal al transporte marítimo.

 

– ¿Puedes darme otro ejemplo?

– Otro ejemplo sería la flor de loto y sus propiedades hidrófugas. El loto, una planta acuática que vive en los ríos y lagos, se mantiene seca bajo el agua, y las gotas de agua en su superficie se convierten en esféricas, ruedan por encima, no la mojan, y se comportan igual que gotas de mercurio. Con este comportamiento, por tensión superficial, lo que hacen estas gotas es arrastrar todas las partículas de suciedad. Es decir, que es una manera de limpiar espontánea y natural. Una aplicación de esta propiedad sería una pintura para fachadas de edificio. Un gran edificio se puede llegar a gastar un millón de euros al año sólo para limpiar la fachada. Pero, si la pintura fuera hidrófuga, como las plantas acuáticas, el edificio se ensucian menos y, por ejemplo, sería más resistente ante pintadas o grafitis. Otro ejemplo: para pegar dos superficies, el sistema normalmente es químico, los adhesivos son abrasivos, altamente contaminantes; en cambio, una lagartija aguanta 40 veces su peso pegada en el techo y lo hace físicamente de una manera limpia, sin segregar ninguna sustancia. Hoy sabemos que lo consigue con millones de pelos microscópicos que entran en la pared y generan una tensión molecular con la superficie aparentemente lisa. La aplicación en el ser humano de esta solución todavía no se ha resuelto. Hay cientos de ejemplos de este tipo…

 

– Volvamos a las ideas. En el libro nos cuentas cuál es el proceso para crear ideas para cambiar la realidad y convivir con nuestro entorno.

– Divido las ideas en cuatro grupos principales. El primero son las ideas del lenguaje. Es muy importante y no tiene la misma función dentro del arte que dentro de la ciencia. Buena parte de los avances en el conocimiento humano se producen porque se produce un salto en el lenguaje. Lo más bestia es el alfabeto, porque antes del alfabeto ha habido ideogramas y escritura cuneiforme, entre otros sistemas, pero todos los alfabetos vienen del mismo origen. Es decir, que hubo un genio que dijo B de Barcelona y se inventó el alfabeto. Pasó de miles de símbolos a cientos de sílabas a sólo 30 letras. Con estas puedes escribir cualquier cosa. Esta es una idea genial. Toda la matemática, por ejemplo, son ideas de lenguaje. En este sentido, sólo dentro del lenguaje hay verdades absolutas. El cero, por ejemplo, es un descubrimiento muy útil y maravilloso que apareció en el siglo VI en la India de la mano del matemático Brahmagupta y luego fue adoptada por los árabes. Cuando comenzó la era cristiana, en Europa no había cero: del año -1 se pasaba al año +1. Nuestros números arábigos, en base a 10, fueron una idea genial. No podemos imaginar qué era llevar la contabilidad con números romanos. Operaciones tan sencillas como multiplicar, dividir o hacer una raíz cuadrada debían ser una auténtica locura.

 

– De las ideas del lenguaje, pasemos a las ideas del conocimiento.

– Estas tienen que ver con la realidad y aquí ya interviene la observación. Todo ello comienza con los viajes a partir de los cuales puedes observar los cambios, las diferencias. Comprender significa entender qué hay de común entre cosas diferentes: miras el sol, miras una manzana que cae de un árbol, y te preguntas qué tienen en común. Entonces descubres las leyes de la mecánica. Las siguientes serían las ideas para cambiar el mundo, la técnica. No es necesario comprender el mundo para cambiarlo. Los que descubrieron el fuego no sabían qué era el fuego, por ejemplo. Tardamos milenios en comprender qué era el fuego. En la historia ha habido muchos ejemplos de grandes ideas de este tipo. Y, por último, en este proceso de ideas tenemos las ideas morales que para mí son muy importantes. Existe un progreso moral y lo que más me sorprende de ello es que nunca se da debido a las entidades que están destinadas a cuidar de la moral. No son entidades religiosas, ni entidades sociológicas las que desarrollan este progreso, sino que es producto de la razón y de la ciencia.

 

– Sin embargo, hoy en día, hay un cierto clima de cuestionamiento de la ciencia o de la tecnología. Por ejemplo, vacunas, transgénicos…

– Que haya crítica de cualquier cosa siempre es sano. Y creo que el ciudadano no sólo tiene derecho, sino que tiene la obligación de ponerlo en cuestión. En cuanto a las vacunas, yo pienso que han salvado muchas vidas. Y las siguen salvando. Ojalá encontráramos una vacuna para la malaria, por ejemplo. Sólo se encuentran vacunas cuando los enfermos son ricos; si son pobres, las farmacéuticas no están interesadas en ello porque no es un negocio. No es ningún secreto, eso. Los transgénicos en muchos aspectos deben ser positivos. Cualquier innovación puede aportar cosas buenas y cosas malas. Si se utilizan para excluir a los pesticidas en los campos, pues bienvenidos. Los tóxicos son una de las causas del cáncer. ¿Problemas? Pueden afectar la diversidad, pero hay que vigilar. Por eso, cuando hay un problema en la ciencia, se soluciona con más ciencia. Con más investigación, no con menos.

 

– Los colectivos antitransgénicos critican una falta de precaución y de observación de futuros riesgos…

– Puedo poner un ejemplo de la tendencia contraria. Cuando hay un enfermo con cierta enfermedad y sabe que hay un tratamiento experimental, quiere probarlo y tiene una gran impaciencia porque le han dicho que faltan 20 años de pruebas. Pero sí, hay que ser prudente en la aplicación de ciertos descubrimientos. Y eso es muy difícil de equilibrar. La paciencia y la prudencia.

 

– Volviendo a la generación de ideas, ¿por qué los seres humanos tenemos esta necesidad de cambiar, de buscar ideas nuevas? ¿Hay siempre esa voluntad de buscar una nueva etapa, un nuevo hito?

– La respuesta es muy clara. Si hay una cosa cierta en este mundo, es que el mundo es incierto. Y lo que no puedes anticipar es la incertidumbre. Por lo tanto, antes de que llegue la incertidumbre, tienes que estar armado con el mayor número posible de soluciones. La idea del cambio es lo que provoca ir enriqueciendo la bodega de las soluciones. El proceso es el siguiente: cuando la incertidumbre baja, te puedes instalar en cualquier estrategia y es fácil sobrevivir. Entonces la diversidad aumenta. Aumenta porque cualquier solución aguanta. Ahora, si hay un catacrac y aumenta la incertidumbre, cuanto más soluciones haya, más posibilidades tienes de que alguna funcione.

 

– Justamente uno de tus aforismos más célebres dice «La diversidad es una de las mejores armas contra la incertidumbre». Esta premisa, ¿es aplicable al terreno de las ideas, a la política, a la sociedad?

– Es aplicable a todo. En la política sobre todo. Este es uno de los temas que más me preocupan. Porque, si tú miras el mapa del planeta Tierra, la mitad de los habitantes del planeta viven en condiciones claramente no democráticas. Viven bajo comportamientos impuestos: las mujeres no tienen derechos básicos, como sucedía aquí mismo hace no tanto. Las migraciones, por ejemplo, existen porque las personas pueden intuir que pueden mejorar su vida desplazándose y lo hacen. Pero que la mitad del planeta esté en condiciones injustas es difícil de soportar. La ONU tendría sentido si sólo pudieran entrar como socios los países que respeten la democracia. No dejaría entrar en ella a países que esclavizan a su población. Otro ejemplo, los paraísos fiscales. Sólo con eliminarlos se complicaría mucho hacer negocios con el tráfico de armas, de drogas, etc. Esto son asignaturas pendientes. ¿Por qué no se hace? Pues no me lo preguntes porque no tengo ni idea [risas].

 

– En cuanto a la economía mundial, es evidente que el planeta es finito, tal como nos cuentas en el libro ‘Solo tenemos un planeta’ (Icaria Editorial, 2017), que has escrito con el catedrático de economía y ecólogo Joan Martínez Alier. Allí nos hablas de una ley de la física, la segunda ley de la termodinámica, y nos comentas que la economía no la respeta. ¿Es comparable la física con la economía?

– Como mínimo da pistas de que hay cosas que estamos aplicando masivamente y que tenemos que cambiar. La idea de que cualquier economía esté basada en el crecimiento es un absurdo. Es incompatible con las leyes de la física y éstas no se pueden cambiar. Por lo tanto, tenemos un problema. Tenemos que empezar a hablar de economías no basadas en el crecimiento. Esto implica cambios de comportamiento importantes que no son fáciles de arreglar ni de reorientar.

 

– ¿Por qué son incompatibles?

– La segunda ley de la termodinámica nos dice que la energía se degrada y que, cuando llega a la última forma de calor, ya no se puede reutilizar para crear más calor, para crear más trabajo. La termodinámica impone y dibuja un límite al crecimiento. Piensa que el 100% de la energía que recibimos en la Tierra viene del Sol, y esta es la energía que nosotros podemos utilizar y transformar.

 

– Los economistas no suelen pensar en estas cuestiones, ¿verdad?

– No, los economistas viven en una ilusión: piensan como si fuéramos todavía pocos habitantes en la Tierra. Cuando éramos 10 millones de personas, el planeta parecía infinito. Podías coger toda el agua que querías, cortar toda la madera, pescar todos los peces sin que generara un problema importante. Ahora somos 7.000 millones de personas y hemos llegado a un punto en el que la finitud del planeta se palpa y, por tanto, los seres humanos nos hemos convertido en una plaga, es decir, una sola especie que encuentra la manera de comerse todos los recursos del planeta.

 

– ¿Crees que una economía sin crecimiento es posible?

– Es posible siempre que aceptamos cambios importantes. La cosa no pasa por tener 15 hijos ni por tener una economía de consumo. De un programa de TV que duraba una hora calculé que 40 minutos de esa hora eran publicidad. Esto es un modelo de vida absurdo. El programa es un aliciente para que veas la publicidad. En el aeropuerto es igual, ya que tienes que buscar las puertas de embarque entre las tiendas. El consumo está por encima de cualquier cosa, y eso es un absurdo.

 

– Parece que no sólo queremos acumular recursos naturales y capital, sino que cada vez queremos más poder. Un pequeño grupo humano es capaz de dominar el resto de la población consiguiendo un gran apoyo y consentimiento. ¿Cuáles son los orígenes de esta sumisión voluntaria?

– Una de las constantes de la historia de la infamia de la humanidad es que trabajen para ti. Tú no trabajas y consigues convencer a otro que trabaje para ti. Esto, llevado al límite, es la esclavitud. Pero hay matices: una clase social trabajando para toda otra clase social, por ejemplo. Por lo tanto, la lucha por el poder no para, funciona continuamente. El problema es cómo convencer a los demás que trabajen para ti. Y lo que es absolutamente terrible es cuando se utilizan las escuelas para lograr esto. Por este motivo creo que debería estar prohibido que en las escuelas se inyecten creencias y dogmas porque es el momento en que tú puedes modelar un cerebro.

 

– ¿Y la religión?

– Creo que esta es la principal función criminal que han tenido en general las religiones. A través de la creencia, conseguir controlar las personas. Creo que los crímenes más importantes de la humanidad contra sí misma se han hecho en nombre de alguna creencia. De carácter religioso por un lado, y de carácter político por el otro. En este sentido, el pensador y divulgador Yuval Noah Harari argumenta que el nazismo o el estalinismo son, de hecho, religiones.

 

– ¿Cuándo y cómo se pasa de lo que parecía una buena idea a ser una idea destructiva?

– Cuando comienza a funcionar según unas leyes escritas, como si fuera un texto donde no se puede cambiar ni una coma. Yo tengo un aforismo que dice: «Tienen más remedio en este mundo las personas que no leen ningún libro que las personas que sólo leen un solo libro». Sí esto está escrito de esta manera y no puedes cambiar ni una coma, sólo por este motivo se debería abandonar este precepto. El derecho, las leyes, se pueden cambiar; incluso la Constitución en teoría se puede cambiar. Cuando una ley no se puede cambiar, porque es una ley de la naturaleza o porque es una revelación divina, casi siempre termina en organización criminal. El problema son estas dos combinaciones: no poder cambiar las leyes y que éstas sean de origen indiscutible. Todos los refugiados que estamos viendo están huyendo de este tipo de organización humana.

 

– De pequeños muchos tuvimos la suerte de ir a los talleres del Museo de la Ciencia de Barcelona, ​​después CosmoCaixa, cuando tú eras el director. Allí se daba una visión de la ciencia completamente diferente de lo que enseñaban en la escuela. ¿Cómo hemos de enseñar las ciencias hoy para explicarlas mejor?

– Debemos hacer que las escuelas no hagan de museos ni los museos hagan de escuelas. Este es un primer error, ya que muchas escuelas quieren que los museos hagan las prácticas que ellas deberían hacer. Se trata de dos aproximaciones diferentes a la realidad. El museo es una concentración de realidad que luego en la escuela puedes seguir discutiendo. Se trata de que el museo provoque conversación después en la escuela. Por lo tanto, debe proveer buenos estímulos. ¿Cuáles son los buenos estímulos? Las paradojas, las contradicciones. Que es lo que normalmente el maestro esconde. Su reflexión es «hombre, ya es bastante difícil esto que estoy contando para encima añadir paradojas». Pero las contradicciones son lo que más estimula y despierta interés.

 

– ¿Cómo ves el sistema educativo actual?

– Hay muchas asignaturas que no hay tiempo de ver en la escuela. No se estudia nada de derecho y un alumno, cuando termina el bachillerato, no puede leer un periódico, ya que no tiene una idea clara de conceptos jurídicos básicos como, ‘fiscal’ o ‘Tribunal Constitucional’. Tampoco tiene muchas nociones de medicina. Mira que estamos casi 20 años en una escuela y allí no hay espacio. Lo importante no es tanto el contenido, sino educar el sentido crítico y enseñar a estudiar. Yo en los 10 primeros años sólo enseñaría las ideas relacionadas con el lenguaje. Un niño a partir de los 15 años tiene más dificultades para aprender un lenguaje concreto, sea un idioma o tocar un instrumento. A partir de los 10 y hasta los 20 años me centraría en educar en la crítica, la conversación. Esto está realmente mal planteado en muchas escuelas, ya que quien habla principalmente es el profesor. Justamente, uno de los castigos más frecuentes es que un niño ha intentado hablar. Este planteamiento unidireccional debería cambiar. Los contenidos se aprenden rápidamente si tienes sentido crítico y sabes conversar. Se debe enseñar a razonar. Fíjate que el catalán es el único idioma cercano donde la forma ‘raonar-enraonar’ (‘razonar-hablar’) hace referencia tanto a utilizar la razón como a hablar. La mayoría de los sistemas de enseñanza inyectan contenidos absurdos sin enseñar a pensarlos.

CRITIC

Jorge Wagensberg: “Que l’economia es basi en el creixement és absurd”