El poder de las palabras

1. REFERÉNDUM.

La palabra es poder. Aquel que es capaz de imponer su lenguaje tiene mucho ganado. Por eso la lucha por la hegemonía cultural es tan importante. Quien consigue ejercer la capacidad normativa, dar nombre a lo que se puede hacer y a lo que no se puede hacer, tiene el control social asegurado. De modo que la política a menudo se juega en el terreno de las palabras. Y cuando una palabra irrumpe en los medios y se convierte en lugar común, hay que utilizar todos los recursos de la cultura de la sospecha: ¿por qué se ha puesto de moda? ¿Cuál es la intención de propagarlo? Enseguida descubrimos que son palabras que no aportan conocimiento sino que simplemente señalan. La más usual en estos momentos es populismo. No explica, sólo excluye: es la etiqueta con la que, desde la hegemonía ideológica conservadora, que ha dominado en Europa desde finales de los setenta hasta ahora, se marca a determinados grupos para declararlos no aptos para gobernar.

En el conflicto entre las instituciones españolas y el soberanismo catalán, la lucha por las palabras también es muy importante. Buena parte de la fuerza del independentismo viene de una consigna imbatible: referéndum, derecho a decidir. Es malo negar el deseo de votar, porque convierte al que lo niega en autoritario. Negar a la ciudadanía el deseo de expresarse es feo, por mucho que la razón legal lo acompañe. No es extraño que personas que han visitado a Rajoy expliquen que su obsesión es evitar una foto de portada del ‘New York Times’ con la policía retirando las urnas. Por mucho que la ley lo ampare, no es una buena imagen para un gobierno. Y no lo mejora que, como buscará el gobierno español si se llega a la situación, sean los Mossos los que hagan el trabajo sucio. En el extranjero no se hila tan fino para saber la diferencia entre ellos y la Policía Nacional, y, de hecho, en cualquier caso la orden de actuar vendrá de allí mismo.

 

2. GOLPE DE ESTADO.

Combatir la voluntad de votar es difícil. Y la prueba es que el Gobierno no había encontrado hasta ahora una consigna para contrarrestarla y se había limitado a repetir, una y mil veces, que la ley no lo permite. Así el PP lleva cinco años sin dar respuesta política a lo que pasa en Cataluña, con plena insatisfacción general. Según un sondeo reciente de Metroscopia, un 95 por ciento de los catalanes y un 77 por ciento de los españoles creen que Rajoy ha gestionado mal este conflicto. Seguro que las razones de unos y otros son diferentes -y contradictorias-: unos le deben acusar de no haber utilizado la vía represiva desde el primer momento; otros, de no negociar el referéndum, y otros, de no hacer propuestas alternativas. Pero el hecho es que, cinco años después, cinco años de inhibición, Mariano Rajoy debe reconocer su fracaso.

Ni el soberanismo se ha desinflado solo como esperaba el presidente ni él ha sido capaz de dar salida política a una situación envenenada. Y ha decidido subir el tono. ¿Cómo lo ha hecho? Intentando imponer la expresión ‘golpe de estado’ para describir las intenciones del soberanismo como trampolín hacia una escalada en las amenazas. A partir de la filtración de los borradores de una hipotética ley de transición, realmente lamentables en algunas de sus formulaciones pero que de momento no han sido en ningún sentido incorporados al proceso, Rajoy cree haber encontrado la manera de demonizar el independentismo, con una etiqueta terrible. Que el proceso soberanista sea el único movimiento subversivo -en el sentido de ruptura con el sistema político vigente- que hay en este país no da derecho a hablar de golpe de estado, es decir, de vía violenta a la subversión. Pero las palabras siempre son premonitorias de la acción. No es fácil, por desproporcionada, que la expresión cuaje como consigna, a pesar de que puede generar reactividad en España y miedo en Cataluña. Pero definir el proyecto independentista como golpe de estado da derecho a imaginar que se piensa en una respuesta a la altura de la amenaza. Hasta dónde está dispuesto a llegar el gobierno español. De la forma en que se impida el referéndum dependerá la continuación de todo.

ARA