La mentira deliberada

Acaba de publicarse un libro de Hannah Arendt que debería ser prescrito por los médicos de cabecera como una vacuna obligatoria para cualquier mayor de edad: Verdad y mentira en la política (Página Indómita). Incluye dos textos que, en la actual situación política local y global, deberían ser leídos con lápiz en la mano. El primero, Verdad y política, fue publicado por primera vez en alemán el año 1964, a raíz de la controversia originada por la publicación de Eichmann en Jerusalén, el libro más polémico de Arendt. El segundo, La mentira en política, publicado originariamente en inglés en 1971, aborda las infraestructuras básicas de la enorme mentira de Estado con la que el gobierno norteamericano engañó a todo el mundo sobre su papel en Indochina desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1968, a partir del análisis de los llamados Documentos del Pentágono, publicados por The New York Times.

Es especialmente este segundo texto el que hoy me interesa convocar, debido a la espeluznante facilidad con la que, en el Estado español, se ha extendido la práctica de la mentira política. Y me refiero, en primera instancia, a las mentiras individuales de personajes que, amparados en la credibilidad que les otorga, parece que de manera automática, su responsabilidad pública, se han dedicado a prácticas ilegales, alegales o directamente delictivas, desde algunos miembros de la Casa Real hasta el actual fiscal jefe anticorrupción del Reino de España o el expresidente del Barça, mientras que sus palabras y declaraciones públicas mentían sobre la auténtica naturaleza de sus actos.

Pero, en segundo lugar, me refiero sobre todo a un hecho que, por su gravedad, desborda la responsabilidad individual del mentiroso concreto para contaminar de mentira a las estructuras e instituciones del Estado: es esta práctica a la que se han empleado, con auténtica profesionalidad, como cada día empezamos a conocer con más detalle, miembros de la cúpula gubernamental de algunos ministerios, pelotones informales de la policía y la judicatura, y algunos medios de comunicación serviles. La cantidad y magnitud de los ejemplos conocidos, desde hace meses, hacen innecesario mencionar ejemplos, si no es para hacer la lista completa y no dejarnos ninguno, cosa que desbordaría el espacio de este artículo.

Es en este contexto donde se han producido, difundido y repetido no sólo mentiras que faltan a la verdad de los acontecimientos, sino, y eso es lo que es especialmente grave, mentiras que son utilizadas como armas políticas para destruir al adversario o para amenazar a toda una parte de la población. La última de esta serie es tan burda, desmesurada e hiperbólica, además de difamatoria, que no merecería ninguna consideración si no fuera porque, desde el momento que fue pronunciada en la esfera pública por ministros del Gobierno español, está siendo repetida, indiscriminadamente, por políticos, tertulianos y supuestos analistas, por tierra, mar y aire: según este disparate, en Catalunya se está preparando un golpe de estado. Hay que ignorar qué es un “golpe de estado” para calificar de esta manera la voluntad de llevar a cabo un referéndum como el que Escocia pudo realizar en 2014 gracias al historial democrático del parlamentarismo británico. Pero quienes han puesto en marcha esta barbaridad saben muy bien lo que es un golpe de estado y, aunque lo que está pasando en Catalunya no sea eso, ni remotamente tenga nada que ver, quizás están preparando a la opinión pública para, más adelante, movilizar las acciones penales que, en el extremo del delirio, podrían invocarse caso de que la mentira consiga imponerse como un relato verosímil de los hechos.

Hanna Arendt se entretuvo en analizar con detalle, en el texto que mencionábamos al principio, “la infraestructura de casi una década de política exterior e interior de los Estados Unidos”, basada, como escribió, en “el engaño, es decir, la deliberada falsedad y la pura mentira como medios legítimos para el logro de fines políticos”, un procedimiento, por otra parte, como ella misma reconoció, de larga trayectoria histórica. Arendt se entretiene en ver cómo las mentiras deliberadas, con objetivos políticos, prepararon cuidadosamente su relato para el consumo público, esforzándose por hacerlo creíble, con la “intención de desembarazarse de los hechos”. Y cómo, con eso, pretendieron, inútilmente, conquistar la mente de los ciudadanos (“algo nuevo en el gran arsenal de las estupideces humanas registradas por la historia”). Inútilmente, deber recordarse, porque no calibraron con justicia los límites de la manipulación: al contrario, pensaron que “la manipulación rige las mentes del pueblo y que, por consiguiente, es la verdadera dueña y señora del mundo”.

¿Cuál es la gran lección que legaron los Documentos del Pentágono a la política contemporánea? Hannah Arendt no tiene ningún tipo de duda: el peligro al que aboca el desprecio de la realidad. El error, básico y fundamental, de pretender que un “relato” (ahora que vuelve a estar extrañamente de moda la expresión) puede sustituir la realidad de los hechos y de los acontecimientos. Por eso, lo que aquella manipulación histórica mostró, a juicio de Arendt, es que sólo se puede comprender “la dimensión del desastre y de nuestro fracaso a lo largo de estos años» si se llega a descubrir la divergencia total que se produjo entre los hechos y los acontecimientos, por una parte, y, por otra, los relatos a partir de los cuales se tomaron las decisiones.

Hannah Arendt, de regalo, nos deja dos consideraciones, con su lucidez habitual, que haríamos bien de tener en cuenta, en el contexto actual marcado por el ejercicio sistemático de la mentira deliberada e hiperbólica sobre la situación en Catalunya.

La primera: “El inconveniente de la mentira y del engaño es que su eficacia se basa por completo en que el embustero tenga una noción clara de la verdad que desea ocultar”. Pero ya se sabe que quien miente siempre acaba por no saber, en aquello que dice, qué es verdad y qué mentira, porque, al fin y al cabo, acaba mezclándolo todo. “En este sentido, la verdad, incluso si no prevalece en público, posee una inerradicable primacía sobre todas las falsedades”.

Y la segunda: “En los Documentos del Pentágono”, y sólo hay que cambiar la ocasión por la que viene al caso, “nos encontramos con hombres que hicieron todo lo posible para conquistar la mente de las personas, es decir, para manipularlas. Ahora bien, debido a que trabajaban en un país libre, donde se dispone de todo tipo de información, nunca triunfaron del todo”. Cuando el desprecio de la realidad es inherente a una forma de entender la política, sólo hay que esperar que los hechos, tozudos, acaben por imponer, más temprano que tarde, su verdad.

Arendt, la vacuna.

ELNACIONAL.CAT