No pongas tus sucias manos sobre nuestra bandera

La concesión de la Medalla de Oro de Navarra a Campión, Olóriz y Altadill ha despertado entre nosotros al menos dos polémicas. La primera de ellas tiene una enjundia filosófica, política y moral indudable y entronca con una cuestión -la mirada hacia el pasado- que se discute hoy en prácticamente todas las democracias occidentales. Nos ha durado dos minutos. A la segunda la empuja un provincialismo de esos de manual y es producto del peor tacticismo gallináceo. En ella estamos.

“Hoy hace cien años ondeó por primera vez en el Palacio de Navarra la bandera de nuestra Comunidad Foral”. Así empezaba el artículo escrito por Miguel Sanz el 16 de julio de 2010 en el Diario de Navarra. Seguía así: “La Diputación Foral adoptó un acuerdo, a la vista de los informes aportados por relevantes personalidades conocedoras de la historia de Navarra -Arturo Campión, Hermilio Olóriz y Julio Altadill-, definiendo las características de este nuevo símbolo, que tomaba el color rojo propio del escudo de armas de Navarra y que a partir de entonces representa a todos los ciudadanos de Navarra”. Anoten: “por primera vez”, “nuevo símbolo”, “a partir de entonces”.

El Gobierno de Navarra premia en 2017 a esos tres caballeros por ese mismo hecho. ¿Reacción de UPN? Radicalmente en contra del reconocimiento porque “hay constancia documental de la existencia de la bandera de Navarra desde hace al menos cinco siglos, ésta no surge en 1910” y porque“el nacionalismo vasco manipula y desprecia la historia de Navarra y la reinventa a su conveniencia”. Pero, hombre, los que parece que están reinventando a marchas forzadas no ya alguna interpretación histórica más o menos discutible, sino las mismas declaraciones escritas negro sobre blanco por su presidente, son los representantes de UPN, que ahora, sin asomo de vergüenza, dicen lo contrario a lo que decían en 2010… ¿En qué quedamos?

El juego, por supuesto, es otro. Que UPN salga ahora con semejante bodrio argumental no se explica porque realmente crea en lo que dice, que no lo hace (¡no quiero ni pensar si la Medalla la hubieran concedido ellos, a esos mismos tres señores y por exactamente lo mismo!), sino más bien porque está como aferrado, con el tema de la bandera, a una ofuscada dinámica en la que van de la mano cierto tacticismo barato -intuyen más votos- con rescoldos de una ideología identitaria esencialista -Navarra soy yo- de la que no acaba de desprenderse. Una dinámica que probablemente no ven, pero que les aboca día sí día también a una reacción carente de altura de miras y por completo huérfana de eso que suele llamarse altura de Estado. Qué oportunidad perdida.

El artículo de Miguel Sanz acababa como sigue: “La bandera de Navarra es de todos y a todos nos identifica. Más allá de diferencias de criterio en cualquier ámbito, todos formamos parte de esta Comunidad Foral que día a día construye su futuro”. Pues bien, cuando hete aquí que nada menos que Bildu y Geroa Bai van abandonando posiciones anteriores, cuando empiezan a manifestar que desean cobijarse simbólicamente bajo esa bandera y parecen hacer gestos claros de asumirla, en UPN-PP responden de la peor manera posible: “Si de verdad quieren homenajear a la bandera de Navarra lo mejor que pueden hacer es no permitir la ikurriña en las instituciones navarras”.

Semejante respuesta solo puede interpretarse en clave ideológica: si eres nacionalista vasco, entonces no eres navarro. No puedes serlo. Navarros solo somos los que consideramos que Navarra pertenece a España, y si consideras otra cosa, entonces o eres menos navarro o eres antinavarro. Si es eso lo que se quiere decir -y a la vista está que sí-, entonces se está imprimiendo a la bandera una ideología determinada. Se está atribuyendo a la navarridad cierta concepción política. Se está, en fin, confundiendo la pertenencia con el credo, el todo con la parte, la comunidad con el partido.

Nada de extraño tiene, así, que desde UPN y el PP hayan enlazado la concesión de la Medalla con la derogación de la Ley de Símbolos, pues ambos episodios los han abordado desde exactamente la misma mentalidad ideologizada sobre la voz Navarra y sus representaciones. En aquella ocasión ya dejaron claro que la navarridad que ellos abrazan no admitía que cada ayuntamiento decidiera libremente, en uso de su voluntad, colgar o no colgar unas banderas u otras en su balcón, además de las que representan a la comunidad foral. Tenía que ser la navarra y solo la navarra. La navarridad esgrimida contra la más elemental idea de libertad.

Y ahora, tras la libertad, le llega el turno a la pluralidad. Ya no es que no se deje colgar una u otra bandera. Es que se monopoliza el sentido político -no de pertenencia- de la única permitida. Se prohíbe a los que no piensan como uno que se adhieran a la enseña de todos. Nada de celebrarla, nada de reivindicar su legado: no pongas tus sucias manos sobre nuestra bandera, que tú eres nacionalista vasco y a nosotros no nos la cuelas. La bandera así entendida no asume la pluralidad de la sociedad, la impide. No acoge a todos, sino solo a algunos… ¿Pero de verdad hay que recordar esto a estas alturas? ¿Qué ha pasado con las palabras de Sanz, “la bandera es de todos y a todos nos identifica”, eran solo retórica barata? Desde UPN harían bien en replantearse todo esto, porque es el abc de la Teoría de la Democracia.

¿Y la otra polémica, la de la mirada hacia el pasado? La ha planteado, lógica y fugazmente, la izquierda (PSN e IU, en este caso), siempre más atenta a lo social que a lo identitario. Yo también creo, con ellos, que la figura de Campión en absoluto merece celebrarse en 2017, pero no tengo claro que la Medalla esté celebrando a Campión y a sus dos compañeros, sino más bien al hecho que protagonizaron, el diseño de la bandera. Que al parecer no haya en nuestro pasado otra cosa que celebrar que gestas identitarias ya es harina de otro costal…

Por lo demás, cuando desde esa izquierda se recuerda el integrismo de Campión y su rechazo “a la venida de trabajadores y trabajadoras a Navarra para labrarse un futuro”, a mí al menos me vienen a la cabeza las casi 15.000 personas que en los últimos años han perecido ahogadas en el Mediterráneo huyendo de los más variados infiernos. Y no solo no tengo claro si somos mucho mejores que ese integrismo de Campión, sino que me estremece imaginar lo que pensarán de nosotros cuando, en 2117, miren hacia el pasado y observen la miseria moral de esta Europa que somos. Ojalá no nos concedan ninguna medalla, sino todo lo contrario.

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