Conservación de la naturaleza y biodiversidad

En los años sesenta, la bióloga Rachel Carson hizo temblar a los sectores político y empresarial de los Estados Unidos con su libro La Primavera Silenciosa, un contundente ensayo sobre el impacto ambiental de los plaguicidas. La metáfora de aquel libro -una primavera sin cantos de pájaros- sigue vigente más de medio siglo después debido a la sostenida reducción de las aves en los campos de cultivo europeos, a merced de prácticas agrícolas poco sensibles con los servicios que la biodiversidad ofrece.

Rachel Carson puso de manifiesto en su libro la percepción de que cada vez se iban haciendo más escasas las especies que nos acompañan en el planeta Tierra. Posteriormente, se han documentado los factores humanos que impactan sobre las poblaciones de muchas especies, a destacar los siguientes: los herbicidas destruyen las plantas que sirven de alimento a pájaros granívoros como el escribano cerillo (emberiza citrinella);los insecticidas y la ganadería intensiva abaten los invertebrados que forman la dieta de ciertas aves insectívoras y omnívoras, como la perdiz pardilla (perdix perdix), así como de las rapaces que se alimentan de ellas, caso del halcón peregrino (falco peregrinus);la desecación de praderas contrae el hábitat potencial de especies como la avefría (vanellus vanellus);y otro tanto ocurre con el zorzal común (turdus philomelos) en respuesta a transformaciones sufridas por el bosque, el matorral y los setos alrededor de las tierras de cultivo.

Hoy sabemos que el ritmo de extinción de especies se ha situado a un nivel similar al de las otras cinco grandes extinciones habidas a lo largo de la evolución de la vida en nuestro planeta, y de ahí que diversos científicos hayan bautizado a esta época como la sexta extinción. Frente a esta situación, se ha tratado de luchar para evitar la pérdida de la biodiversidad a través de varias estrategias de conservación. La primera de ellas ha sido con la declaración de espacios protegidos, que fue iniciada en Estados Unidos con el parque nacional de Yellowstone, en 1872. En el Estado español se inició con el parque nacional de Covadonga (hoy Picos de Europa), que fue declarado en 1916. En Navarra existen hoy en día diferentes figuras de protección, entre ellas los parques naturales. El primero de ellos fue el parque del Señorío de Bértiz (2.040 ha), declarado como tal en 1984, al que le siguió el parque natural de Urbasa-Andía (20.950 ha) en 1997, y posteriormente, en 1999, el parque natural de las Bardenas Reales (40.000 ha). En 2000, el parque natural de Bardenas Reales fue declarado por la ONU reserva mundial de la Biosfera. Además, existen otras figuras principales de protección con diferentes funciones como las reservas integrales (3, con un total de 487 ha), reservas naturales (38, con 9.178 ha), enclaves naturales (28 con 931 ha), áreas naturales recreativas (2, bosque de Orgi y embalse de Leurtza), y 47 monumentos naturales. Esta estrategia de conservación ha visto mermada su efectividad por la función tan importante que juegan en este tipo de espacios el acceso del público que ha supuesto que en buena parte su uso público sea su principal papel.

Una segunda estrategia es la protección de especies y hábitats. La UE se ha dotado de un preciado mecanismo que es la Directiva de Aves y la de Hábitats, que se han conjuntado en la llamada la Red Natura 2000, que son aquellos espacios que serán objeto de especial conservación y que pretenden preservar las especies amenazadas. Son espacios en donde se pueden favorecer los usos que conservan biodiversidad, que se llaman Zonas de Especial Conservación (ZEC) y Zonas de Especial Protección de Aves (ZEPAS), pero también son una idónea forma para el desarrollo rural de esas zonas. En Navarra, el 27% del territorio, 281.000 hectáreas, forman parte de esta red, contando con 59 lugares incluidos en Natura 2000, de los que 19 son Lugares de Interés Comunitaria (LIC), 23 son Zonas de Especial Conservación (ZEC) y 17 son Zonas de Especial Protección de Aves (ZEPAS).

Una tercera estrategia es el mantenimiento de los servicios ambientales de los ecosistemas (bienes y servicios), que es la conservación del futuro. No se trata solo de proteger espacios y especies, sino de mantener funcionales los sistemas naturales para que sigan produciendo biodiversidad y sigan manteniéndose los servicios tan importantes que nos prestan. Estos servicios se han popularizado y sus definiciones fueron formalizadas por la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (EM) organizada por las Naciones Unidas en 2005, un estudio de cuatro años que involucró a más de 1300 científicos del mundo entero. Con esto se agrupó los servicios de ecosistemas en cuatro categorías amplias: aprovisionamiento, tal como la producción de agua y de alimentos;regulación, tal como el control del clima y de las enfermedades;apoyo, tales como los ciclos de nutrientes y la polinización de cultivos, y cultural, tales como beneficios espirituales y recreativas.

En resumen, nos enfrentamos a importantes retos en la conservación de la naturaleza y de la biodiversidad en el siglo XXI que precisan de unos espacios naturales protegidos que mejoren la socialización de los beneficios de la naturaleza para la población;la conservación de especies y sus hábitats, a través de la Red Natura 2000;y una política de mantenimiento de los servicios de los ecosistemas, con un primer diagnóstico, a través de la Evaluación de los Ecosistemas de Milenio (Milennium Ecosystem Assessment), que se debería hacer en Navarra y que, por tanto, es una asignatura pendiente.

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