La Monarquía Hispánica reconoce la independencia de Portugal

Tal día como hoy del año 1668, hace 349 años, los representantes diplomáticos de las cancillerías de Madrid y de Lisboa firmaban un acuerdo de paz que ponía punto final a un conflicto bélico que había estallado 28 años antes (1640-41), coincidiendo con la declaración de independencia portuguesa y con la proclamación de la República catalana. Con el Tratado de Lisboa, que es el nombre que recibió aquel acuerdo de paz, la Monarquía Hispánica reconocía la independencia de Portugal y le reintegraba todas las colonias a excepción de Ceuta. Hacía 8 años que había concluido la Guerra de los Treinta Años, que había certificado el fin del liderazgo hispánico en el concierto internacional.

El jefe de la legación hispánica era Gaspar de Haro, hijo de Luis de Haro y de Guzmán, jefe de la representación diplomática hispánica en el Tratado de los Pirineos (1659), que había significado la amputación de Catalunya: la entrega de los condados del Rosselló y la Cerdanya a los Borbones franceses. Lo era en virtud de su condición de privado -ministro plenipotenciario- del rey Felipe IV; un cargo que prácticamente había heredado de su tío, Gaspar de Guzmán, el conde-duque de Olivares, responsable de una crisis económica y social de proporciones monstruosas, que desembocó en la revolución independentista de los Segadores (1640-1652).

El poliedro que dibujan estos tres personajes explica algunas cosas más que las prácticas generalizadas de corrupción y simonía (compra-venta de cargos públicos), que consumían la Administración hispánica. Un poliedro que se completa con la aparición en escena de Luisa de Guzmán, sobrina de Olivares y esposa del duque de Bragança, que es coronado rey de Portugal (1640) en la declaración de independencia. La poderosa familia de los Guzmán -de la elite oligárquica castellana- culminaba sus ambiciones obteniendo el trono de Lisboa. Un proyecto que en Barcelona les estaba negado por la naturaleza republicana de la revolución independentista catalana. Y que explica, en gran medida, el resultado final de aquellas dos revoluciones.

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