El mal holandés

Una cierta manera de entender el periodismo tiene como efecto colateral el auge de los políticos fascistas

Durante semanas, los medios de comunicación de medio mundo hemos anunciado la victoria de un fascista en las elecciones holandesas del miércoles. El resultado final ha sido que Geert Wilders obtuvo 20 diputados, cinco más que en la anterior legislatura y no fue de lejos el partido más votado. De hecho, ocupó la segunda posición pero prácticamente empatado con dos fuerzas de clara vocación europeísta e integradora. Con los datos (hechos) en la mano, posiblemente lo más relevante de los comicios de la semana pasada es que la socialdemocracia liberal perdió 29 escaños tras pactar con los conservadores de Mark Ruthe y el partido ecologista pasó de 4 a 14 escaños, casi cuatro veces más. Este contraste entre las expectativas y los hechos merece una reflexión también desde el punto de vista periodístico, especialmente ahora que debatimos nuestra actitud, y también deberíamos hablar de nuestra responsabilidad, en el auge de los populismos. Un debate que se ha intensificado tras la victoria de Donald Trump y que se ha superpuesto al del futuro de las empresas periodísticas y su pugna con las redes sociales.

 

DETECTAR LAS NOTICIAS Y EXPLICARLAS

Los medios, y los periodistas que trabajamos en ellos, nos dedicamos fundamentalmente a dos cosas: detectar los hechos que merecen ser noticia y explicarlos de la forma más inteligible posible al público. Tradicionalmente hemos considerado que estas operaciones eran más un oficio que una ciencia, con lo cual tenían más de inspiración y de tradición que no de norma o de criterio objetivo. Esta indefinición nos ha llevado a decir perogrulladas del estilo “noticia es aquello que publican los periódicos” atribuyéndonos un poder absoluto liberado de cualquier crítica exógena. O en el mejor de los casos hemos recubierto el oficio de una épica vacua con sentencias del tipo “noticia es aquello que alguien no quiere que se publique, el resto es propaganda”. Una forma algo zafia de poner precio a nuestros silencios. Lo cierto es que sí que tenemos algunos criterios para seleccionar el temario informativo. Preferimos lo nuevo y lo desconocido. En la era digital anhelamos lo inmediato e incluso lo que está por acontecer de manera inminente, pulsión que nos acerca a esta tendencia posmoderna al posfactualismo. Nos gusta también lo histórico por encima de lo cotidiano y lo espectacular por delante de lo anodino. Con estos filtros en nuestra mirada sobre la realidad más el de la ideología contenida en la línea editorial de cada medio elevamos a la cúspide de la jerarquía informativa a personajes como Trump, Wilders, Farage o Le Pen. Son nuevos y desconocidos, anuncian su triunfo inminente, dan espectáculo, cambian la historia, … Lo tienen todo. De manera que medios con una línea editorial radicalmente democrática practican un tipo de periodismo –algo vinculado a  las formas de hacer populistas- que tiene como efecto colateral el auge del fascismo. Ni que sea como posibilidad es un debate que hay que afrontar.

 

EL PAPEL DE LAS REDES SOCIALES

En el contexto actual, cualquier cuestión relacionada con los medios se superpone a la pugna que mantenemos por la influencia con la redes sociales a las que a menudo se presenta como rivales de las empresas informativas a pesar de que sus propietarios reniegan de esta condición y, en la práctica, son a la vez aliados en la distribución digital de las noticias y competencia en la captación de la inversión publicitaria. El populista y fascista Donald Trump ha incidido una y otra vez en esta brecha hasta el punto que el miércoles pasado proclamó que no hubiera llegado a ser presidente sin la ayuda de Twitter que le permitió llegar al público soslayando a lo que califica de “prensa falsa y deshonesta”. Lo más impactante es que los propios medios periodísticos han entrado en el frame de Trump. Esta misma semana Mark Thompson, consejero delegado de ‘The New York Times’, atribuía las 276.000 nuevas suscripciones del diario directamente a la victoria del magnate en las elecciones. Lo curioso del caso es que hace 8 años hubo un consenso unánime en atribuir a las redes la victoria de Obama sin que nadie se escandalizara. Todo indica que la última terapia de las empresas periodísticas contra la pérdida de confianza de los lectores es atribuirla al poder hipnótico de las redes. Quizás sea el momento de mirar también un poco en la viga del ojo propio.

 

EXPECTATIVAS DESMENTIDAS

El corresponsal de ‘El Tiempo’ en Bruselas, Idafe Martín, escribió el mismo miércoles en Twitter: “La media de las últimas encuestas (de hoy) dan a Wilders un 14%. Pero lo cubrimos como si mañana fuera a ser primer ministro”. Mientras que la reincidente Irene Milleiro lo resumió con un comentario de un periodista de la televisión holandesa: “conocidos los resultados, la prensa extranjera está empezando a marcharse porque ya no es interesante”. Los hechos desmintieron a las expectativas. Menos credibilidad.

EL PERIODICO DE CATALUNYA