Angustias de Francia

No sirven los apuntes. No sirven los esquemas guardados. No sirven, quizás, ni algunas palabras de las utilizadas. Los resultados de las presidenciales francesas nos fuerzan a repensar muchas cosas, como pasó con la victoria de Trump. A veces, desde los periódicos, parece que dé pereza reconocer que vamos a tientas y que la realidad nos deja en fuera de juego. Nos gustan las explicaciones tranquilizadoras y ahora no las tenemos. Para salir del paso, levantamos acta de una evidencia: hemos explicado los motivos de los votantes de Marine Le Pen, pero no hemos ido más allá. Porque nuestras ideas generales actúan –no pocas veces– como una cortina que oculta informaciones significativas.

La profesora Nonna Mayer –entrevistada en la revista El Temps por Nicolas Tomás– explica que la mayoría de los votantes del Frente Nacional culpan de su situación a la inmigración y la globalización, que identifican con el proyecto de la UE: “Lo ven como una amenaza económica, cultural y política. Es decir, nos roban los puestos de trabajo, la identidad y el Estado-nación”. Le Pen aparece ante muchos como el único escudo contra unas inercias que les hacen más pobres, más irrelevantes y menos franceses. El voto lepenista es un voto a la defensiva, además de ser un voto de rechazo, de malestar y de orgullo herido.

La mitad de Francia donde el Frente Nacional gana en las urnas apunta hacia un problema que atraviesa la complicada situación económica y social, que no es otro que la crisis de la identidad francesa. El votante que se siente amenazado por un mundo que no entiende y que ve hostil también se pregunta quién es y qué es. No es una pregunta metafísica, es una cuestión práctica que articula todo el debate político. Una cuestión a la cual el populismo de ultraderecha ha respondido con un programa muy claro que es el denominado “preferencia nacional”, etiqueta que resume todas las políticas del FN: sólo los considerados franceses (según su criterio) tienen derecho a las ayudas sociales, a las viviendas de protección oficial, a los puestos de trabajo, etcétera. La República sólo lo sería para los que encajen en una definición identitaria muy determinada y restrictiva. Un Estado de bienestar a medida de una imagen congelada de la ciudadanía francesa. Se rompería el mito de una Francia universalista, ilustrada y abierta, una patria acogedora, con momentos –hay que decirlo– no siempre gloriosos ni ejemplares, como ha quedado descrito en muchos testimonios de exiliados de la guerra civil española.

Anne-Marie Thiesse es autora de un libro de obligada lectura, França. Quina identitat nacional?, un ensayo que Editorial Afers ha traducido al catalán y ha editado oportunamente. Según la profesora Thiesse, “desde hace un cuarto de siglo, la inmigración, designada como principal problema del Estado y de la sociedad, concentra las angustias de una nación que, incapaz de producir una representación positiva de su futuro, se estanca en el declive presente y la nostalgia de un pasado embellecido”. El FN sabe sacar partido de estas angustias y de este pasado idealizado, como lo demuestran los altos niveles de fidelidad de sus electores. En este contexto, Macron –que suscita más odio en cierta izquierda antiliberal que Le Pen– es el único que se atreve a hablar del futuro en términos constructivos. Su narrativa de campaña se basa en una cierta esperanza (modesta), pero tiene una dificultad enorme: no servirá de nada si no genera complicidades y grandes consensos, sobre todo con los votantes de los partidos tradicionales, muy tocados pero imprescindibles cuando lleguen las legislativas de junio. A Macron lo demonizan algunos como supuesto criado del sistema, un tipo de crítica fácil que recuerda los ataques que la extrema izquierda hacía a la socialdemocracia durante la guerra fría.

Los problemas de Francia son muy particulares, pero también son los del conjunto de una Europa occidental donde la crisis económica ha hecho saltar las juntas de una cohesión social que enfriaba (y ocultaba) las tensiones identitarias. “Los debates contemporáneos sobre la identidad nacional y la inmigración –subraya Thiesse– cuestionan la distinción radical que ha funcionado a lo largo de más de un siglo entre franceses miembros de la nación y franceses sujetos del imperio”. A partir de los años setenta, el cierre de empresas, las deslocalizaciones y el paro son factores que modifican la mirada sobre el inmigrante. No es casual que el FN fuera fundado en 1972. Según la profesora Thiesse, “la población que se convierte en el blanco de las denuncias sobre la inmigración cristaliza, de manera impresionante, un conjunto de representaciones negativas conformadas a lo largo de dos siglos”. Los movimientos de reislamización en Europa y el terrorismo yihadista han añadido más leña a un fuego que ya quemaba.

Lo que sucede en Francia siempre acaba llegando a nuestros predios, de una manera u otra. Los miedos y los retos de los franceses de hoy deben servirnos para salir de ciertas burbujas que nos impiden observar nuestra realidad cotidiana con coraje.

EL PAÍS