Pero Bélgica no invadió Alemania…

En estas últimas semanas se constata un aumento importante de la virulencia del discurso unionista. Con dos características que llaman la atención: crece mucho la persecución de personas concretas, el intento de desprestigiar, de señalar, de acosar, de poner en la diana. Y crece mucho la voluntad deliberada de provocar confusión. Ahora nos acusan de mentirosos o pretenden presentarnos como lo que no somos, cambiando el lenguaje y forzando la lógica hasta límites insospechados. Políticos y periodistas también. El otro día, por ejemplo, Enrique Hernández culpaba al independentismo de la inexistencia de una tercera vía, afirmando que, como no aflojábamos, Rajoy no nos la podía ofrecer. Así, tal como suena.

Hay que ser conscientes de que en la política, y en la vida, la verdad es un objeto complicado de definir, muy esquivo. Pero la mentira no. Estas maniobras deliberadas de la confusión se basan en el intento de relativizar quién tiene la culpa de las cosas y cómo hemos llegado hasta aquí. El hecho no es que Rajoy no proponga nada, el hecho es decir que si no lo hace es por culpa nuestra. Para poder situar bien el debate y la trampa, permítanme explicar una anécdota ilustrativa, protagonizada por Clemenceau.

El 28 de julio de 1914, como es bien sabido, comenzó la Primera Guerra Mundial, con una serie de movimientos militares que incluyeron la invasión de Bélgica por parte de las tropas alemanas que querían atacar Francia. Bélgica se había declarado neutral y aquella invasión hizo que Francia y el Reino Unido declarasen la guerra a Alemania. Para invadir Bélgica los alemanes alegaron que la neutralidad era falsa y usaron como excusa al clima antialemán de la época.

Cuentan que pocos años después Georges Clemenceau, periodista y jefe del gobierno francés que había ganado la guerra, discutía con un dirigente de la república de Weimar, el régimen que había sucedido al imperio alemán una vez derrotado. Sorprendentemente, el político alemán trataba de relativizar el ataque de su país y quería repartir culpas sobre la forma en que habían comenzado los combates. Clemenceau calló hasta que su interlocutor le preguntó qué pensarían los historiadores sobre el inicio de los combates y sobre quién tenía la culpa. Y entonces Clemenceau le aniquiló con una sola frase: ‘Seguro que no podrán decir nunca que Bélgica invadió Alemania’.

Transportémonos en el tiempo: el conflicto político entre Cataluña y España, éste que nos ha llevado donde estamos ahora, tiene un origen claro, que es la sentencia contra el estatuto de Pasqual Maragall. Un estatuto que los catalanes aceptamos en referéndum, a pesar de las burlas y los recortes que ya había tenido en Madrid. Pero ellos no tuvieron suficiente con eso, y el Constitucional rompió la norma, la regla e incluso su propia constitución con un golpe de estado jurídico de consecuencias enormes. Si el Constitucional no hubiera tumbado de manera irregular el estatuto hoy no estaríamos aquí. Como Bélgica no invadió nunca Alemania.

Desde aquel 10-J de 2010, los partidarios de la independencia hemos construido un movimiento único, impresionante, que ha desafiado todos los apriorismos y que ha vencido todos los obstáculos. Y desde ese día la voluntad de hacer un Estado independiente ha ido acompañada siempre de la voluntad de hacerlo bien, desde la seguridad jurídica, con acuerdo y negociando los términos. Concretamente, en siete años se ha pedido oficialmente dieciocho veces el hacer el referéndum de autodeterminación con el acuerdo y el apoyo del Estado español, sin obtener ni una sola respuesta que no fuera el no a todo. Si España hubiera aceptado que aquí hay un problema político y que en la Europa del siglo XXI los problemas se resuelven votando, hoy nadie hablaría de referéndum unilateral. Como Bélgica no invadió nunca Alemania.

Aún más. Desde incluso antes de la sentencia del estatuto, desde el referéndum de Arenys de Munt, los partidarios de la independencia hemos trabajado siempre para que los contrarios a la independencia tuvieran el derecho de expresar su voluntad y de derrotarnos por la vía democrática, si son más. El independentismo lucha, también, el derecho de voto de los que van contra la independencia, en claro contraste con todos aquellos que lo único que pretenden es que no se pongan urnas. El independentismo no ha negado la legitimidad y la existencia del unionismo en Cataluña. Y si España no hubiera negado repetidamente la legitimidad del proceso independentista hoy no estaríamos donde estamos. Como Bélgica no invadió nunca Alemania.

Finalmente: en siete años de conflicto político evidente, en Cataluña el Estado español no ha propuesto nada ni una sola vez. Ni una alternativa. Nada. La tercera vía fue un invento de algunos catalanes preocupados por la dirección que tomaban los acontecimientos. En Madrid, sin embargo, no la defiende nadie. Como Bélgica no invadió nunca Alemania.

Es evidente que estos próximos meses crecerá el cinismo de algunos de los partidarios de mantener vivo este Estado español del que tantos ciudadanos de este país nos queremos ir. Es todo lo que les queda: tienen poder y tienen muchos altavoces desde donde pueden difundir su griterío, desde donde pueden propagar la ceremonia de la confusión. Seamos conscientes y trabajemos para que no les resulte fácil. Y hagámoslo con el convencimiento y la firmeza que nos da saber que fabricar una realidad paralela no es tan sencillo como ellos creen: que Bélgica, simplemente, nunca invadió Alemania.

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