Spainspreading

Es decir, sentarse despatarrado, en medio de la historia de la humanidad, con los ‘esos atributos’ nacionalistas muy espaciosos y expuestos (los tenemos tan grandes que necesitamos dos asientos en el autobús), mientras se proclama la verdad de todas las verdades: España no se entiende sin Cataluña, Cataluña no se entiende sin España. Lo dijo el nuevo portavoz socialista, Ábalos, atento a no moverse ni un milímetro del nacionalismo español «hard». Rajoy hubiera podido decir exactamente lo mismo. Una verdad testicular, cargada de testosterona, expresada con ligeros matices, con más o menos mala leche y rabia.

Es lo que decían los ingleses de sus colonias norteamericanas o de Irlanda. Lo que decían los emperadores romanos sobre su imperio. Lo mismo que decían en Francia sobre Argelia. Y tantos y tantos otros países e imperios de todas las épocas: es tan inimaginable, inconcebible, impensable, que dejamos de existir. La historia y la realidad, sin embargo, parece ser que tenían ideas diferentes sobre la cuestión…

El debate de la moción de censura de Pablo Iglesias y Podemos ha dibujado perfectamente el escenario político de los próximos meses. El nacionalismo español (que ya sabemos que no existe, ¿verdad?) no deja espacio para nada más que no sea este tipo de España, secuestrada políticamente por el borbonismo y el franquismo, que no puede ni podrá entender nunca cualquier tipo de plurinacionalidad. Ni siquiera el federalismo les entra en la cabeza. Ni el respeto a otras culturas, ni la justicia en el reparto de los equilibrios de la cosa pública. España sólo puede ser una, grande y libre. Y madrileña. Desengañémonos.

Esto es el ‘Spainspreading’: la idea de España tiende inevitablemente a despatarrarse por toda la península. Por eso les conviene siempre, siempre, ignorar Portugal, Gibraltar o Andorra: son excepciones que no entenderán nunca. Lo mismo les pasaba a los romanos o a los británicos: pensaban que el mundo era suyo por ley divina o natural. Les convenía ignorar cómo habían ido las cosas: el triunfador tiende a pensar que tiene algún dios a su lado y se sorprende mucho cuando el derrotado no lo ve igual.

Tras el debate de la moción de censura, el perímetro queda claramente definido: la Cataluña inquieta, incómoda, moderadamente rebelde, puede esperar, como mucho, una cierta comprensión de Podemos y del espacio social y político que representa. Pongamos que un 20% del total, además de algunos extraterrestres repartidos más o menos por todas las sensibilidades políticas. El ‘Spainspreading’ suma alrededor del 80% y no se moverá de aquí. ¿Nos suena de algo eso de «antes roja que rota»? Pues eso. La «unidad de destino en lo universal» es un concepto triunfador en España, sólido como una roca.

Y ante este 80% de ‘Spainspreading’ hay un 50% de ‘Cataloniadreaming’. ¿Debería ser más? Sin duda que sí, y no me dejará de sorprender la poca visión estratégica que impide ensancharlo, con generosidad, inteligencia y sin renuncias. Sin embargo, el 50% del ‘Cataloniadreaming’ (porque de momento es un sueño que todavía tiene que chocar con la realidad) es más de lo que parece: incluye los elementos más dinámicos, más activos, más potentes, de la sociedad catalana. Yo no menospreciaría esta mitad, porque es la que mueve y ha movido el país, la que lo ha preservado, la que no se ha rendido, la que no se deja encerrar en el marco mental del nacionalismo español…

El perímetro ha quedado ahora perfectamente fijado, antes del verano, de cara a los meses azarosos y peligrosos del otoño de 2017. Todo el mundo se va poniendo en su sitio (incluido el rey inexistente e irrelevante) a la espera de una batalla democrática inédita en Europa, a base de leyes, jueces, fiscales, policías, espías, palabras… y no a palos. No es un progreso insignificante, teniendo en cuenta nuestra historia reciente.

El nacionalismo español, despatarrado y orgulloso, no lo quiere ver, pero se enfrenta a un nuevo 1898. Del primero salió, treinta años después, una república. Del segundo pueden salir dos repúblicas, la catalana y la española. No es necesario que sea al día siguiente del choque. Pero tampoco pasarán treinta años: el ‘Spainspreading’ tiene los días contados.

EL MÓN