La bandera quatribarrada: ¿catalana o aragonesa?

El jueves pasado, 11 de agosto, se cumplieron 1.120 años desde que Wifredo el Velloso, el mítico conde barcelonés iniciador de la dinastía nacional catalana, muriera a causa de las heridas sufridas en un enfrentamiento armado con el ejército del valí islámico de Lleida. Era el año 897, hace más de once siglos, en el paraje denominado Vall d’Ora, sobre la divisoria de los valles de los ríos Llobregat, al este, y Segre, al oeste, en la actual comarca del Solsonès. Wifredo el Velloso no murió en el corazón del Imperio combatiendo la amenaza vikinga. Ni su probada lealtad fue honrada con la sangre que dibuja las cuatro barras. La leyenda de Wifredo el Velloso y las cuatro barras de sangre es una historia épica y legendaria que fue construida seiscientos años después de su muerte. En plena centuria del 1400, cuando el Principat de Catalunya y el reino de Aragón hacía más de dos siglos que andaban juntos el sendero de la historia. Entonces, la bandera catalana, la de la Corona de Aragón, ¿es catalana o es aragonesa?

 

¿Quién era Wifredo el Velloso?

A Wifredo el Velloso le endosaron la autoría del diseño de las cuatro barras. Y la licencia. En definitiva, el copyright de la bandera. Pero no le hacía falta. Wifredo pasaría a la historia por sí solo, como una de las figuras más relevantes en el proceso de formación nacional de Catalunya. Wifredo, conde de Barcelona, de Girona, de Osona, de Urgell y de Cerdanya —y eso quiere decir la máxima autoridad delegada del poder franco a caballo de los Pirineos—, impulsó una obra repobladora colosal que daría forma definitiva al territorio que, más adelante, se denominaría la Catalunya Vella. Al inicio del gobierno de Wifredo, los dominios condales ocupaban un territorio en forma de número 7 con una franja entre La Seu d’Urgell y Girona y otra entre Girona y Barcelona. Esto quiere decir que las comarcas de la actual Catalunya central —Osona, Bages, Solsonès, Anoia y Segarra— eran una inmensa frontera, tierra de nadie, yerma y despoblada, que Wifredo incorporaría a sus dominios.

 

¿Quiénes eran los enemigos de Wifredo?

Los enemigos de Wifredo no eran los vikingos que asolaban los valles de los ríos Sena y Loira. Por lo menos, no de forma directa. La guerra particular de Wifredo y su gente estaba a caballo de los Pirineos, en el territorio que hoy denominamos Catalunya. En el valle del Ebro, más allá de la amplia frontera, estaban los dominios de la poderosa familia de los Banu Qasi: los valiatos independientes de Tortosa, de Lleida, de Zaragoza y de Tudela. Un pequeño imperio islámico que explica la curiosa historia de los Banu Qasi: una estirpe de gobernantes que en tiempos de las dominaciones romana y visigoda, en la centurias del 400 al 700, se llamaban Cassius. Los Banu Qas, los Cassius islamizados para mantener poder y posición, tenían una larga historia de matrimonios convenidos con princesas cristianas, oportunamente islamizadas, de los pequeños reinos de Aragón y de Navarra. Un detalle que revela que en aquellas sociedades, tal y como ocurre actualmente, la política, la guerra, la religión y la identidad no siempre iban juntas.

 

Los caminos de la independencia

Otra de las facetas relevantes de Wifredo el Velloso fue su política de probada lealtad al Imperio franco. Cuando menos a la rama legítima de la familia imperial, que luchaba por conservar el poder. Este detalle es muy revelador para entender los diferentes procesos de formación nacional, de independencia, de los microestados (con todas las reservas que requiere el uso de este término) que surgieron en los Pirineos. Porque mientras las oligarquías navarras y aragonesas, juntas o por separado, luchaban por librarse de los francos, considerados abiertamente extranjeros, las elites de la Septimania (catalanes y languedocianos) tenían muy asumido que pertenecían al orbe imperial. Al alba del año del año 900, los independentistas no estaban en Barcelona, sino en Jaca y en Pamplona. Y los que tenían y mantenían relaciones diplomáticas y de otra naturaleza con el enemigo por antonomasia, por razones obvias, eran aragoneses y navarros: el solar ancestral de la cultura éuscara.

 

La desconexión medieval

Esto explica por qué un siglo más tarde, al amanecer del mítico año 1000, los gobernantes de Aragón y de Navarra se hacían llamar reyes, y los de Barcelona mantenían la dignidad de condes. Simplificando, Jaca y Pamplona habían completado el proceso de desconexión y habían conseguido, también, el reconocimiento internacional. Que en aquella época consistía en solicitar al Pontificado, el gran rival político del Imperio, la facultad de convertir en monarca lo que hasta entonces había sido un simple caudillo tribal, antropológicamente hablando. Ni el estandarte del reino de Navarra ni el de Aragón contenían detalle alguno relacionado con las cuatro barras. Ni lo querían. Las barras rojas sobre fondo amarillo era un distintivo que el Pontificado concedía a los Estados que quedaban en su órbita política, bajo su tutela y protección. Aragón y Navarra miraban hacia León, el singular y ufano reino peninsular que, aislado geográficamente, había crecido, y mucho, lejos de la sombra de los francos.

 

Ni Francia, ni el proyecto hispánico

En cambio, los condes catalanes miraban hacia el otro lado. En el año 1000 las elites catalanas ya miraban en sentido opuesto a las oligarquías peninsulares. Tanto es así que en la hora más crítica —cuando Almanzor redujo a ceniza los condados catalanes y Lotario hizo como que no se enteraba—, Borrell, el nieto de Wifredo, cogió los trastos y se fue a Roma, la rival política de París. Habría podido irse a Pamplona. Entonces el rey Sancho de Navarra había unificado todos los dominios cristianos peninsulares independientes y había creado un pequeño imperio, desde Jaca a Compostela y desde Oviedo a las puertas de Toledo. El contrapeso al poder de París y al de Roma. Pero ante la disyuntiva, Borrell no hizo el viaje ni a París ni a Pamplona. Ni a la capital del reino francés, ni a la capital de lo que pretendía convertirse en el imperio hispánico. El viaje de Borrell, la independencia de facto, era una auténtica y reveladora declaración de intenciones: ni Francia, ni el proyecto hispánico.

 

Catalana, aragonesa, valenciana y mallorquina

Borrell y sus sucesores pasarían a gravitar en la órbita política pontificia y su nueva bandera sería, como la de otros Estados bajo la protección de Roma, la de las barras rojas sobre fondo amarillo. La bandera, que no tenía un número fijo de barras, llega a Catalunya con la independencia de facto, la no renovación del vasallaje a los reyes franceses, la integración en la órbita política pontificia. Año 1000. Un siglo y medio más tarde, con la unión dinástica de las casas soberanas de Barcelona y de Zaragoza, se convertiría en el estandarte de la Corona de Aragón. Y posteriormente pasaría a ser la bandera de todos los Estados de la confederación: Catalunya, Aragón, Mallorques, Regne de València, Cerdeña, Sicilia y Nápoles. La bandera quatribarrada és el símbolo del nacimiento de los condados catalanes como entidad política independiente. Pero también es el símbolo de identidad de todos los países de la Corona de Aragón que, durante más de cinco siglos, compartieron historia y proyectos.

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