Chesterton contra el pragmatismo

Para quedar bien en cualquier conversación en la que la amenaza de pedantería es permanente, y para no abusar tanto de Oscar Wilde o Albert Camus, siempre podemos recurrir a G.K. Chesterton y tener pensada una de sus citas para demostrar que también somos buenos en el dudoso arte de la fatuidad literata. Chesterton, autor de títulos tan sui generis como ‘El hombre que fue Jueves’, ‘El club de los negocios extraños’ o ‘El bocazas honrado’, es una apuesta segura porque es tan polifacético y original que lo toca casi todo y siempre con ingeniosa anomalía. Cuando una admiradora le dijo que debía saber un sinfín de cosas, se limitó a responder: «Señora, yo no sé nada, soy un periodista».

Chesterton, vicioso del artificio y as de paradojas, es de esos autores que siempre vuelven: algún presuntuoso que lo cita, algún empedernido que lo recita, algún aficionado que lo recomienda o algún nostálgico que lo reedita. Su literatura y sus reflexiones son un eco constante en nuestra cultura, y sea por la profundidad, la originalidad o la heterodoxia de lo que escribió, la sensación es que nunca se ha ido y que, en palabras de T.S. Eliot, «merece una constante declaración de lealtad por nuestra parte», sesudos incluidos. Las editoriales Acantilado, Jus y Viena, que este año publican textos escogidos del autor, nos lo ponen fácil. Con pedantería o sin ella, no se puede negar que Chesterton es un tótem del pensamiento europeo del siglo XX.

No es extraño que se le haya definido como un ‘thinking man’, un hombre que, como escribe Silvia Coll-Vinent en ‘G.K. Chesterton. Cristianismo, pensamiento social y literatura’ (Viena), «pensaba continuamente y sobre todo tipo de cosas, desde el sentido de la vida humana hasta el valor de la conversación popular en una taberna», oponiéndose al pragmatismo, al oportunismo y a la eficacia, tan introducidos en las sociedades de nuestros días. Por eso era partidario de la ortodoxia y las teorías generales. Cuando un pueblo empieza a hablar en términos como pragmatismo, A especilizarse, es precisamente cuando se va volviendo débil e ineficaz, y sólo sabe apelar a la contraria eficacia porque es débil. Al igual que cuando el cuerpo de un hombre pierde facultades; es entonces cuando comienza por primera vez a hablar de salud. Por el contrario, «los organismos vigorosos no hablan de sus procesos, sino de sus designios».

Tener filosóficamente razón y la crítica del Superhombre

La cuestión es que cuando el pragmatismo triunfa se despliega con una brutalidad silente la gran ‘aurea mediocritas’ de la competencia y la conveniencia. «Todas las cosas importan -excepto todo-«, dice Chesterton. Y es así como defiende la ortodoxia, porque la gente rasca razones banales y concretas pero «se preocupa menos de si filosóficamente tiene razón». A modo de ejemplo, argumenta que «para un general a punto de combatir a un enemigo, es importante saber las cifras del enemigo, pero aún es más importante conocer la filosofía del enemigo». Este comportamiento ulterior, ¿nos interesa en nuestra realidad cotidiana? ¿O nos basta con el utilitarismo pragmático? Paul Valéry, hablando de paradojas, decía que lo más profundo del hombre es su superficie, una afirmación que se amolda metafóricamente con el concepto de eficacia que Chesterton critica.

Lo que no deberíamos hacer es pensar que, por este motivo, Chesterton se deja arrastrar alegremente por el idealismo. Su crítica del Superhombre junto al bebedor de cerveza da sentido a la perspectiva de que «todos los ideales privaban a los hombres de juzgar justamente el caso particular» porque oprimían al individuo; «La regla de oro era que no había regla de oro». Chesterton, descomunalmente poliédrico, va y viene, se abre y se cierra y se da la vuelta como un jersey. Es un prodigio de la retórica y el escrúpulo. Y tanto puede ser del agrado de un purista ramplón cargado de prejuicios como de un hipster inmaduro hartado de ocurrencias. Es la virtud de su temperamento y de sus deliberaciones esponjosas y dilatables, pero sobre todo es la virtud de alguien que reflexionaba sin condicionantes ni dejaciones: un librepensador.

Con él no se nos acaban todas las etiquetas y todas son constatables: humorista, moralista, aforista, eugenista, ensayista, novelista, periodista… Nos tocó todo un ramillete de melodías antropológicas para quitarse el sombrero con el talento de un pianista desbocado y sin despeinarse, elegante como era. Si un servidor tuviera que hacer una apología de la curiosidad como una de las grandes cualidades humanas, bastaría con decir su nombre. A Chesterton siempre le empujó una inquietud insaciable de pensar y saber, de escribir y de discutir, por lo que ha pasado a la historia como un gran polígrafo y polemista.

Mientras que el libro de la editorial Viena reúne textos relacionados con el cristianismo y la religión en general, el pensamiento social y político y la literatura y la crítica literaria (algunos inéditos), la editorial Jus ha optado por reunir un conjunto de ensayos alrededor del arte y la religión en el volumen ‘G.K. Chesterton. Temperamentos’, que tiene la particularidad de estar integrado por biografías sobre escritores, artistas, reyes y místicos como Lord Byron, León Tolstoi, William Blake, Carlos II de Inglaterra o San Francisco de Asís. Una recopilación tan codiciable como el primer rayo untuoso de un aceite de oliva virgen, una cima de montaña de difícil acceso cuando las estrellas se ponen o la propuesta de Acantilado ‘G.K. Chesterton. Ensayos escogidos’, receptáculo de otra tanda de textos que en este caso están seleccionados por el poeta W.H. Auden.

‘Small is beautiful, orthodoxy is cool’

Hizo de la paradoja lógica su motor narrativo y la esparció con filigrana constitucional a través del cultivo perseverante de una gran variedad de géneros discursivos, con la acrobacia argumental, la parábola y la sorpresa como sellos distintivos. Entre el simbolismo y la sátira, Chesterton pilotaba de la apologética a la metafísica sin perder nunca de vista la simpatía por las pequeñas cosas, al igual que otros ilustres barrigones británicos como Churchill o Hitchcock desde los meandros de la política y el cine. Tras sus gafas, Chesterton se convierte en visionario, entre otras sutilezas que, a diferencia de William Morris, se atreve a afrontar la fealdad de las cosas con una intuición tolerada por el escepticismo: «Este dolorido gris verdoso de la penumbra estética en la que ahora vivimos, a pesar de la opinión de los pesimistas, no es el gris de la muerte, sino del amanecer».

En su catolicismo y su tradicionalismo hay mucho más que una oposición al progresismo laico en un país anglicano, la asepsia científica o la mediatización de la democracia por los intereses económicos. Más allá del conservadurismo o la contradicción más o menos consciente está la genialidad que derrama de la certeza del instinto. Junto con Dios, Chesterton pretende recuperar el valor de la ortodoxia en una sociedad moderna secuestrada por el ideal burocrático de la eficacia y el pragmatismo, el culto endémico al éxito y al oportunismo, y por la idea de la arte por el arte (y la política por la política). Una sociedad prostituida donde la verdad es más extraña que la ficción, «porque la ficción nos la hemos hecho nosotros mismos a nuestra medida».

Decía Manuel Vicent (lo cito de memoria) que un periodista es alguien que suele escribir precipitadamente sobre cosas que ignora, de noche y borracho, falto de talento y coraje para ser escritor o policía. Parece dar la razón al «yo no sé nada, soy un periodista», pero por el contrario, el mismo Chesterton, más irónico que catastrofista, le desmiente, porque precisamente gracias al talento y el coraje fue un gran escritor de relatos policiales. Sherlock Holmes está muy bien, pero en las novelas de detectives no hay nada tan literariamente entretenido como el sentido común del Padre Brown.

Ingenio recargado contra pragmatismo y exceso argumental contra eficacia: ‘ante un problema humano, los materialistas analizan la parte fácil, niegan la parte difícil y se van a casa a tomar el té’. La exigencia de Chesterton siempre es un clamor necesario y se intenta personificar con consecuencia y honestidad. Dicho esto, sin embargo, tendremos que admitir que, en nuestra vida cotidiana primermundista más bien ajetreada y quejica, hay veces que se hace muy difícil no ir a tomar el té. Ah, qué tentación tan cristiana…

NÚVOL

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