Muere Mazzarino, el cardenal que no quería amputar a Catalunya

Tal día como hoy del año 1661, hace 356 años, moría en Vincennes (en las afueras de París) Giulio Raimondo Mazzarino, conocido como cardenal Jules Mazarin. En el transcurso de su vida Mazzarino tuvo una progresión personal digna de una buena historia de maniobras y de intrigas en la lucha por el poder político. Nacido en una familia ni rica ni pobre de Sicilia, muy temprano se relacionó con la curia pontificia, en Roma. Dotado de una excepcional capacidad intelectual hizo carrera; primero como militar y después como diplomático, siempre al servicio de los intereses del Pontificado. Con sólo 28 años ya dirigía la política exterior del Estado Pontificio.

Con 32 años era nombrado nuncio apostólico -el equivalente a embajador pontificio- ante la corte del Rey de Francia. En París, Mazzarino trabó amistat con el cardenal Richelieu -el primer ministro francés-, que 4 años más tarde -después de un breve retorno del siciliano a Roma y de un encontronazo importante con el pontífice- le concedería carta de naturaleza francesa y lo incorporaría al equipo de gobierno. Mazzarino tuvo un papel relevante en las negociaciones entre los gobiernos de Catalunya y Francia -durante la crisis y la revolución de los Segadors (1638-1640)- que desembocaron en la proclamación de la primera República catalana (1641) bajo la protección del reino de Francia.

En 1640, con la decidida intervención de Richelieu, era nombrado cardenal, y en 1642, a la muerte del primer ministro, lo sucedía y se convertía también en regente de Francia por la minoría de edad de Luis XIV. Durante los años que ejerció la dirección del gobierno acumuló una de las fortunas más importantes de Europa. A su muerte (1661) su patrimonio -que legó íntegramente al Estado francés- se estimó en 35 millones de libras francesas -el equivalente actual a 7 mil millones de euros. Y también ennobleció a su familia, dotando y enlazando a sus cuatro sobrinas -célebres por su belleza y por su inteligencia- con las casas nobiliarias más poderosas de Francia.

La relación más determinante de Mazzarino con Catalunya fue, paradójicamente, de forma indirecta. Mazzarino dirigió a distancia la legación diplomática francesa en las negociaciones de la Paz de los Pirineos (1659). Entonces hacía 7 años que los franceses habían conseguido plantar la frontera en la cresta del Pirineo. Pero Mazzarino no tenía un especial interés en la Catalunya Nord. Era consciente de los graves problemas de orden público que le causaba la resistencia rosellonesa -los angelets de la terra. Y, hombre práctico como era, pensaba que los esfuerzos por dominar a los nordcatalanes eran inútiles, porque Catalunya, tarde o temprano acabaría cayendo del lado francés.

En aquellas negociaciones propuso cambiar la Catalunya Nord por las provincias francófonas de los Países Bajos hispánicos. Pero los negociadores hispánicos se negaron frontalmente a ello. En la corte de Madrid había fuertemente instalado un sentimiento punitivo y una cultura de castigo hacia Catalunya por la Revolución de los Segadors y por la proclamación de la República catalana. Y aunque la propuesta de Mazzarino era beneficiosa para las dos partes, la frontera entre las monarquías hispánica y francesa quedó definitivamente clavada en los Pirineos, consumando la amputación de Catalunya, separando el Principat de la cuna histórica de la nación catalana.

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