Los cinco momentos de mayor riesgo antes de la independencia

Hasta ahora todo ha ido razonable y sorprendentemente bien. Han pasado cosas que pocos años atrás eran inimaginables para el independentista más convencido y optimista del país. Si alguien le hubiera dicho que hoy habría una mayoría parlamentaria, un gobierno y un presidente independentistas dispuestos a hacer un referéndum y a proclamar la independencia si ganaba el sí, no lo habría creído. Yo tampoco. Para llegar aquí, se han hecho cosas que tampoco parecían posibles. Por ejemplo, una candidatura de unidad entre Convergencia y Esquerra, eternos rivales. O la retirada del candidato a la presidencia de la candidatura ganadora para facilitar el comienzo de la desconexión. O la aprobación de un presupuesto autonómico por parte de los anticapitalistas.

Se ha llegado a donde ha llegado gracias a muchos sacrificios y muchos aciertos de mucha gente que ha decidido poner tanto como ha podido al servicio de una voluntad -una necesidad, a estas ahora- colectiva. Al servicio de resolver de una vez la incapacitación forzada de los ciudadanos de cuatro provincias de la nación catalana. Con todo, esta agudeza y esta generosidad demostrada ampliamente deberán superar ahora las pruebas de fuego que separan a Cataluña de la independencia. Y estas pruebas de fuego son las siguientes:

– El parlamento debe aprobar la ley de transitoriedad, fundacional o de desconexión (el nombre que deseen). Si la ley dice que los representantes del pueblo catalán instauran una nueva legalidad que sustituya la española, este momento tendrá la oposición más feroz del Estado español. De hecho, para su supervivencia, el Estado español no debería permitir que esta ley se aprobara. Ayer en el parlamento se dejaron ver los nervios de los partidos de la sumisión en la votación de una propuesta de modificación de los trámites parlamentarios habituales. Jugar con inteligencia (que no quiere decir con golpes de pecho) este momento es decisivo para seguir avanzando.

– La aprobación de la ley de desconexión puede situar la política catalana en una dimensión desconocida. Probablemente será la última oportunidad que tendrá el Estado español de reaccionar: después ya no sabrá dónde agarrarse. Pero después vendrá el momento de la convocatoria del referéndum. La justicia actuará por orden del gobierno español y lo hará con más rapidez de lo que nos podamos imaginar. Tengo muy pocas dudas de que serán capaces de omitir los criterios de proporcionalidad, de garantías de los acusados ​​y de derechos civiles más básicos. Por lo tanto, habrá que tener una estrategia bien pensada para que la actuación judicial no encalle la capacidad de actuación del gobierno. Cada uno de los dirigentes actuales haría bien en tener dos o tres sustitutos pensados ​​por si hay que elegir gobernantes con plazos muy cortos.

– La votación del referéndum es el aspecto que veo menos conflictivo de todos. Quiero decir que no será conflictivo en dos sentidos. Por un lado, porque me parece muy complicado que el Estado español quiera dejar la imagen de la retirada de urnas o del cierre de colegios de votación con colas de ciudadanos con una papeleta en las manos. Lo veo muy complicado. Por otra parte, porque si finalmente decidiera dejar esta imagen tan gráfica, ya no habría impedimento alguno para la independencia por una vía más rápida de lo que creemos. En esta segunda hipótesis, será decisiva la reacción ciudadana, que deberá ser ejemplar por pacífica y firme.

– La votación debe hacerse. Y la participación debe ser seria. Y el resultado ha de ser favorable a la independencia. Si se cumplen estas tres condiciones evidentes, la prueba de fuego llegará al día siguiente. Por no decir esa misma noche. Pero, sinceramente, creo que al día siguiente, pasadas las celebraciones, llegará el momento de la verdad. El gobierno no podrá no decir nada. Deberá explicar las consecuencias del resultado del referéndum. En pocas horas, tendremos también muy clara la reacción del Estado español. Y habrá que ver qué dice la UE y la comunidad internacional. Desde una perspectiva democrática, si la participación es fuerte será muy difícil callar y cerrar los ojos.

Todo hace pensar que hará falta emprender una movilización total. El gobierno de la Generalitat tiene la fuerza que tiene para poder ejercer el control efectivo del territorio y de la población. El presidente propondrá al gobierno español una negociación de activos y pasivos para la separación. Si en Madrid no están dispuestos (como es bastante evidente), habrá que empezar esta movilización que capte la atención internacional. Si no somos un problema internacional, nadie moverá un dedo para desatascar la situación. Y ser un problema internacional quiere decir que, si España no acepta de negociar la separación, deberemos ser capaces de paralizar la economía española y hacer añicos la prima de riesgo. La movilización en la calle (una movilización de aquellas que no permiten ir a dormir a casa) será decisiva. Para decirlo de otro modo, habrá que salir en la CNN cada tarde.

Estos serán los cinco momentos decisivos antes de la independencia. No serán cinco días decisivos. Serán olas. Períodos. Momentos. Y habrá que saberlos ver y, en cada caso, activar la estrategia más acertada. La independencia no la regalará nadie. Habrá que ganarla con inteligencia, generosidad, flexibilidad y carácter.

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