La deriva española

En estos últimos meses se ha acelerado, a un ritmo impensable, la deriva española hacia el endurecimiento de formas autoritarias y antidemocráticas, así como su aceptación acrítica por parte de la mayoría de los partidos políticos, los medios de comunicación y la opinión pública de España. Se trata de una situación muy preocupante, dado que es una práctica que deja al descubierto la persistencia de la herencia franquista en este Estado miembro de la Unión Europea (UE) y la fragilidad de su cultura y vocación democráticas.

 

1. Utilización de un lenguaje negativo para calificar el deseo de democracia del pueblo de Cataluña y las decisiones adoptadas por el gobierno de la Generalitat y el Parlamento. Saben, como teorizó Goebbels en sus once principios sobre la propaganda política, que toda mentira repetida suficientes veces acaba convirtiéndose en una verdad y arraiga en las conciencias de quien recibe constantemente el mismo mensaje. Así, cualquier cosa que provenga de Cataluña es tachado, de desafío, antidemocrático, ilegalidad, fuera de la Constitución, deriva, fractura, ruptura, precipicio, radicalidad, locura, ataque, acoso, violencia, etc.

 

2. institucionalización de la mentira como método. Ministros, políticos y periodistas hacen uso de la mentira inventándose una realidad inexistente o bien atribuyendo a los catalanes un comportamiento que es justo lo contrario de lo que practican, sin ningún rubor, ni vergüenza, ni escrúpulo, porque saben perfectamente que mienten. Así, el ministro Dastis afirma en una cadena francesa de televisión que, en las escuelas catalanas, no se enseña a los alumnos lengua castellana y se queda tan ancho. El ministro Zoido asegura que los agentes policiales españoles, protagonistas de una brutalidad sin precedentes en democracia, fueron acosados ​​por la población, negando la evidencia de una realidad represora que ha dado la vuelta al mundo en unas imágenes bien expresivas y lo ha hecho con bastante cara como para atribuir a las víctimas el papel de verdugo, intercambiándose así los papeles. La líder de Ciudadanos, Arrimadas,  ha hecho grandes elogios de la valentía de sus alcaldes catalanes cuando resulta que, de hecho, de los 948 que hay en el Principado, su partido no tiene ni uno, ya que no preside ningún municipio.

 

3. Ausencia de un espacio de comunicación plural y objetivo, de ámbito estatal. Con la excepción de dos diarios digitales (Público y Eldiario.es), el resto de periódicos, radios y cadenas de televisión con circulación habitual en todo el Estado y sintonizables desde cualquier punto de este territorio, son medios homogéneos de pensamiento único. Todos ellos vehiculan, sin matices, el pensamiento único del nacionalismo español y anticatalán y, de forma regular, mienten, manipulan o intoxican con informaciones sesgadas sobre lo que de verdad ocurre en Cataluña, con el objetivo de crear una opinión pública española hostil a las demandas catalanas. Esto conlleva que no haya diferencias, en cuanto a Cataluña, entre El País, La Razón, El Mundo y ABC, como no la hay entre las cadenas de televisión públicas y las privadas, por lo que algunos profesionales de TVE han protestado y algunos columnistas destacados del Principado y País Valenciano se hayan negado a continuar publicando sus artículos en El País.

 

4. Extensión de la catalanofobia violenta y el odio étnico contra todo lo que sea catalán. Las redes sociales, las cartas al director, los artículos de opinión, los editoriales de la prensa, las opiniones de los tertulianos habituales y las llamadas de los oyentes reflejan la intensidad y el alcance de la catalanofobia. Los gritos de «a por ellos», animando a los policías españoles que iban destinados a Cataluña lo expresan bastante bien, así como las miradas de rabia de ciertos agentes gritando «que nos dejen actuar» O bien los ojos llenos de odio de ciertos policías mientras agredían la gente pacífica con toda impunidad. De hecho, la sociedad española les animaba con el mismo fervor que, en su momento, despedía a los soldados que iban al Rif a luchar contra el enemigo. Y, esta sociedad, no sólo ha visto cómo algunos hoteleros estaban dispuestos a pagar unos días de vacaciones a sus agentes en algún lugar de España, sino también cómo el ministro del ramo condecoraba a sus mandos que habían dirigido la represión contra gente indefensa, con todos los honores y la ostentación máxima. Contra Cataluña, pues, España siempre legitima la violencia y, hoy, su policía es vista aquí como simple fuerza de ocupación, en suma.

 

5. Prácticas ilegales por parte del gobierno español. Ya hace tiempo que el gobierno de España incumple las leyes vigentes, como el cambio de sistema de financiación autonómica que ya debería haberse producido, sin que ello le genere ningún malestar. Por eso no llama la atención la vulneración del artículo 164 del Estatuto de Autonomía en vigor que, justamente, deja en manos de la policía de la Generalitat el mantenimiento de la seguridad ciudadana en Cataluña y, por tanto, no contempla su dependencia de ningún otro mando o autoridad policial que no provenga de los mismos Mossos d’Esquadra. Este artículo deja sin fundamento legal la presencia de los miles de policías nacionales y guardias civiles en Cataluña, enviados para reprimir a su población e impedir el ejercicio de sus derechos democráticos. Por otra parte, aunque una ley catalana prohíbe totalmente el uso de balas de goma como instrumento disuasivo para ser empleado en operaciones de antidisturbios, los cuerpos policiales españoles han cometido también la ilegalidad de emplear este material prohibido contra la población catalana. Y todavía es la hora de que alguna autoridad haya salido a reconocer esta ilegalidad y pedir disculpas.

 

6. Ausencia de independencia judicial y politización de la justicia. Si bien, a lo largo de estos últimos 40 años, el ejército español ha sido el estamento oficial que más ha cambiado desde el franquismo (OTAN, mandos que hablan inglés, misiones en el extranjero, relaciones con fuerzas armadas de países de tradición democrática), la justicia es el que menos lo ha hecho y el que, en general, menos se puede decir que se ha adaptado a los parámetros habituales de una sociedad democrática. El ministro de justicia y el fiscal general actuales han llegado a ser reprobados por el congreso de diputados, sin que se les haya pasado por la cabeza la posibilidad de dimitir de su cargo, circunstancia que ya se habría producido en cualquier otro país europeo. Un ministro del interior admite, con toda naturalidad, que el fiscal “afina” ciertas acusaciones contra cargos catalanes y algunos jueces y fiscales adoptan decisiones que no les corresponden legalmente o bien se inventan delitos que no existen en el ordenamiento jurídico vigente.

 

7. Sistema de partidos estatales empapados de nacionalismo español anticatalán. Los partidos del régimen (PP, PSOE y C’s) se tapan mutuamente las vergüenzas en su carrera de españolismo galopante, en la que todos luchan para no quedar descalificados por el público o por no llegar a la meta demasiado rezagados. A la hora de la verdad, el PP se ve desbordado por C’s que le supera por la derecha y el PSOE, que ya colaboró con la dictadura de Primo de Rivera que suprimió la Mancomunidad y persiguió cualquier forma de catalanidad (política, cultural, lingüística, deportiva, etc.), forma junto al gobierno de Rajoy, incapaz de formular una salida democrática y valiente ante la espiral anticatalana reinante. Así como, ahora mismo, no hay diferencias entre El País y La Razón, tampoco la hay entre PP y PSOE, con el agravante de que estos que aseguran, con un sentido del humor notable, «somos la izquierda», son unos simples monaguillos del partido gobernante fundado por franquistas, sin iniciativa propia. Podemos es la excepción, hay que reconocerlo, pero si bien su actitud pública les dignifica y honra, su peso en la sociedad española no le permite que vislumbre una mayoría inmediata a sus posiciones de respeto por Cataluña y de defensa de su derecho a decidir el futuro.

 

8. Desaparición pública de una progresía democrática independiente. Contrariamente a lo que era habitual los primeros años de la transición, o más recientemente, en el caso de la guerra de Irak, hoy no hay un grupo numeroso y destacado de personajes españoles populares (intelectuales, cantantes, actores, artistas, músicos, escritores, personajes mediáticos diversos, etc.) que tengan el coraje público de desmarcarse de la deriva española nacionalista, autoritaria y anticatalana. Nombres famosísimos, defensores de las causas nobles más minoritarias o exóticas, acaban tomando partido contra Cataluña o bien, simplemente, callando, quietos en casa, mientras aquí la gente es agredida físicamente, las libertades son recortes y gente pacífica es encarcelada. Su progresismo es de pacotilla, ya que les pesa más su nacionalismo español anticatalán que cualquier otro valor. Y no tienen ningún reparo en apoyar a las posiciones más rancias del españolismo, reproduciendo la cantinela habitual de tópicos anticatalanes más ancestrales. Las pocas voces honorables que, en España, se alzan denunciando la deriva española actual merecen nuestro respeto y nuestro agradecimiento.

 

9. Uso restrictivo del marco legal vigente contra Cataluña. La constitución española de 1978 es el pretexto utilizado por los partidos que lo apuntalen para desatar la represión contra los catalanes e impedir una lectura más abierta, útil y democrática del marco institucional vigente. Esta lectura, posible según el criterio de reconocidos catedráticos y juristas, habría permitido la celebración de un referéndum como el del 1 de octubre. Pero está comprobado que la constitución nació para hacer posible un tránsito de la dictadura a la democracia que impidiera pasar cuentas a franquistas por sus crímenes. Al margen de apelar a derechos democráticos individuales, la constitución es la expresión legal máxima de una España absolutamente uniforme en todo lo que tiene una dimensión colectiva: uniformismo nacional, lingüístico, cultural y religioso. España, pues, ayer y hoy continúa siendo alérgica a la diversidad i defensora de una sola nació, una sola lengua, una sola cultura y una sola religión.

 

10. Un jefe de estado sólo de una parte. El último posicionamiento del rey de España parece haber hecho caso de la acertada consigna de la CUP: Vivir es tomar partido. El rey ha tomado partido contra Cataluña y a favor de la España rancia e inmodificable de siempre. Y no hay que darle más vueltas. Su hipotético papel mediador se ha deshecho en mil pedazos y su comportamiento estimula la catalanofobia y da cobertura a la deriva autoritaria. Ya lo sabíamos, pero los que todavía tenían dudas ahora ya no tienen. Un Estado que sólo aspira a retener a porrazos -y no por el atractivo de los argumentos- no merece que formamos parte del mismo. Con España, lo único que los catalanes podemos hacer es dejarla para siempre, a su ritmo, sus valores y sus leyes.

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