Los bárbaros ya están aquí

El gobierno de Mariano Rajoy ha decidido liquidar la autonomía de Catalunya precisamente hoy, cuando se cumple el 40 aniversario del regreso del president Tarradellas a Catalunya. Paradójicamente son casi los mismos años que duró la dictadura franquista. Rajoy dice que solo suspende los cargos electos rebeldes, pero está claro que, desde el 20 de septiembre, si no antes, la autonomía catalana ha dejado de existir. La gran diferencia entre el estreno ficticio de la autonomía en 1977 y ahora es que el PSC ha cambiado de bando. Este es el gran drama. El decreto de restitución de la Generalitat fue una filigrana y una maniobra para descafeinar la victoria de las izquierdas en Catalunya en las elecciones del 15-J, aunque al PSC y al PSUC les costara darse cuenta de ello. La situación actual es diferente, puesto que el Estatuto de Autonomía de 2006 fue recortado por el TC en 2010, en lo que fue la primera fase de la desnaturalización del autogobierno con la participación activa del PSOE, y ahora llega la destitución del president y del Consell Executiu con la adhesión servil del PSC. Han pasado 40 años y Miquel Iceta dirige un PSC que se ha convertido en la Federación Catalana del PSOE.

Los socialistas son los grandes culpables de la derrota de la autonomía. Les recuerdo la secuencia para que el pozo profundo de la desmemoria no se trague la realidad. Los socialistas primero se enrocaron en un antipujolismo feroz, incluyendo el apoyo a la LOAPA que fue consecuencia del primer intento de golpe de Estado el 23-F de 1981. Años más tarde combatieron el Estatut que había promovido el presidente Maragall, a quien hicieron la vida imposible, a pesar de ser de su partido y el primer president socialista catalán. Al fin, en pleno proceso soberanista, dejaron de defender el referéndum como solución democrática al conflicto entre Catalunya y España. Esta semana obtendrán el pleno al quince cuando se conviertan en los cómplices de PP y Cs para implantar un régimen policiaco en Catalunya que comportará la destitución del presidente y del Gobierno elegidos democráticamente y de todos los altos cargos —y también funcionarios— que consideren desafectos al nuevo régimen. Me pone la piel de gallina escribir esto. Si eso no es un estado del terror, no sé qué debe de ser. Está claro que siempre puede ocurrir algo peor; por ejemplo, que te encarcelen por defender una idea política. Un día le pregunté a un conocido mío unionista qué le parecería si en una Catalunya independiente las nuevas autoridades decidieran pedir cuentas a los líderes unionistas. ¿Qué les parecería a Miquel Iceta, Inés Arrimadas y Xavier García Albiol que el Estado catalán les encarcelara por alta traición? Personalmente, me parecería desproporcionado, aunque estos tres personajes me provoquen náuseas.

El unionismo ya está aquí. Llega con un decreto gubernamental que es, sencillamente, un golpe de estado con apariencia de legalidad. Tiene la justicia a su favor, puesto que en España la división de poderes es inexistente, y el aval de la monarquía. Las fuerzas de la reacción, pues, implantarán a partir del próximo viernes un régimen que intentará sofocar —por la vía de la destrucción política y personal— al soberanismo. Este sábado vi llorar a mucha gente en la masiva manifestación por la libertad de los dos Jordis, que se convirtió a su vez en una demostración de repulsa a la aplicación del 155. La gente lloraba con pena. La revolución de las sonrisas se había convertido por un día en la revuelta de los indignados. El llanto era de rabia contra quienes, además, culpan a los independentistas de lo que está ocurriendo por no haber puesto el freno a tiempo. En las comisarías franquistas se razonaba igual. ¿Es que España es más importante que la democracia? Para los militares franquistas, para los «nacionales» de 1936, era evidente que sí. Para sus herederos, PP y Cs, también. Pero ahora sabemos que para el PSC defender la unidad de España es mucho más importante que preservar el autogobierno catalán. Las dictaduras son dictaduras, aunque disimulen y digan que no lo son, como los asesinatos de los GAL eran terrorismo de Estado. Quien aceptó sin inmutarse aquella barbaridad para combatir a ETA se puede tragar a partir de ahora el estado de excepción que viviremos los próximos meses.

Todos los golpes de estado empiezan del mismo modo. Primero se cesa al gobierno legítimo, después se controlan los medios de comunicación y se cierra el parlamento, y, finalmente, se depura la administración de los elementos subversivos. Supongo que, a partir de la implantación del nuevo régimen, con el voto favorable de un antiguo presidente socialista de la Generalitat (¡qué infamia, madre mía!), empezará la persecución de personas, se intentará descabezar a la opinión pública y se atacará al soberanismo como un delito de alta traición en España. En cuarenta años, pues, habremos pasado de aquel «Ciudadanos de Catalunya, ya estoy aquí» al «Condenados de la tierra, los bárbaros ya están aquí». Las fuerzas de ocupación se harán con el control de las instituciones sin pasar por las urnas. Solo los ingenuos y los tramposos pueden creer que si durante esta semana el president Carles Puigdemont convocara elecciones autonómicas se paralizaría el golpe de mano ejecutado por la coalición autoritaria. Si se tiene que morir, por lo menos muramos con dignidad. Lo que es exigible, por lo tanto, es que el Parlament legítimo apruebe el levantamiento de la suspensión de la declaración de independencia, siguiendo el mandato del 1-O, y ponga a todo el mundo en su sitio.

La muerte de la Catalunya autónoma ya está anunciada, pero «nuestra esperanza es invencible» —escribió Antoni Rovira i Virgili en julio de 1939 en el que sería su primer libro en el exilio—. «Catalunya y los catalanes —concluyó el patricio republicano— merecen tiempos mejores. Estos tiempos llegarán. Hemos visto el éxodo; veremos el regreso. Y yo, que he vivido y descrito los últimos días de la caída, querría vivir y describir los primeros días de la recuperación». No pudo hacerlo, murió en 1949. Les confieso que tengo una sensación parecida a la de Rovira. Puedo imaginar el estado de ánimo de los que lo perdieron todo en una Catalunya sometida a la dictadura del general Franco. Yo viví el regreso de Tarradellas y estoy seguro de que viviré el fin del régimen del 78. Espero poder vivir unos cuantos años más para poder saborear la victoria contra estos nuevos bárbaros y superar así la desazón del insomnio con la independencia de mi país.

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