El Kumbh Mela de este año


Mientras el papa de Roma meditaba acabando por decidirse a renunciar, mientras anunciaba a los católicos el hecho inesperado, al otro lado del mundo, cerca de la ciudad de Allahabad, millones y millones de hinduistas celebraban el Kumbh Mela y durante los meses de enero y febrero se bañaban masivamente en las aguas sagradas de la confluencia de los ríos santos Ganges y Yamuna y el río mítico Saraswati.

El 10 de marzo, día del Maha Shrivatri, el último de los días importantes de las fiestas, los cardenales cavilaban en Roma sobre el tiempo que tardaría en salir el humo blanco. El festival del gran baño, el Kumbh Mela, de magnitud difícilmente comparable (más millones que en la peregrinación a la Meca, más que en los años de jubileo en Roma, más que en ningún lugar del mundo) conmemora, o celebra un hecho puntual de la mitología hinduista, cuando durante una batalla entre dioses por la posesión de una jarra (Kumbh) de néctar divino cayeron del mismo cuatro gotas sobre los cuatro puntos donde se ha concentrado durante siglos y siglos la peregrinación.

De manera que los fieles que -con el espíritu bien preparado, el alma abierta y el cuerpo dispuesto al ritual- acuden al lugar consagrado, podrán salir de los baños fluviales perfectamente limpios de pecado, purificados, ligeros, liberados de los miedos y las penas. Unos textos de la web oficial de la peregrinación explican el sentido más profundo de la fiesta: «El Kumbh es un jarrón. Kumbh es el cuerpo humano, es el abdomen, y el mar, la tierra, el sol y Visnú son sinónimos de Kumbh. La jarra, el mar, los ríos, las balsas y el pozo son símbolos de Kumbh, ya que el agua de estos lugares está cubierta por todas partes. El cielo tiene la cobertura del viento, el sol cubre el universo entero con su luz, y el cuerpo humano está cubierto con células y tejidos. Por eso es Kumbh.

El deseo, que es ansia, es también Kumbh. El dios Visnú es también Kumbh ya que «se compenetra con la creación entera, la creación se compenetra con él». A continuación, hay una fotografía con una multitud de sadhu, los sabios ascéticos con el pelo íntegro, con grandes barbas y con los cabellos convertidos en trenzas finas larguísimas embadurnadas no sé si con barro o con ceniza. Y continúa la explicación oficial: «Kumbh es la confluencia de todas nuestras culturas. Es el símbolo del despertar espiritual. Es el flujo eterno de la humanidad. Es el flujo de la vida misma. Es el símbolo de la confluencia de la naturaleza y la humanidad. Kumbh es la fuente de toda energía.

«Los ríos santos son el símbolo del flujo lírico de la humanidad. Los ríos son indicadores del flujo del agua de la vida en el cuerpo humano mismo». Y termina: «El Himalaya es la residencia del alma de los dioses. El santo Ganges emprende desde allí su viaje, abrazando los bosques, los sabios de la montaña y la cultura de los pueblos. Su agua santa es considerada ella misma un néctar». Con atractivos tan poderosos, se comprende la afluencia de miles de sabios desnudos (las sabias se desnudan a escondidas), las carreras para lanzarse a pelo al agua bendita, el baño de tantísimos millones de fieles.

En definitiva, si en algo pueden competir las creencias religiosas es en capacidad de fantasía y, de vez en cuando, en explicaciones poéticas de los hechos más difíciles de creer. Que los fieles puedan comerse el cuerpo de un dios y beber su sangre en forma de pan y de vino, no de manera simbólica sino completamente material, es una creencia que se resiste tanto a la aceptación racional como la fe en aquellas gotas de néctar del jarro de los dioses y su eficacia prodigiosa en el ritual del baño de los ríos. Eficacia que se manifiesta de manera perfecta en cada Kumbh Mala, los de cada seis años y los de cada doce años, y de manera suprema en el Maha Kumbh, el Gran Kumbh, cada 144 años, como ha sido el de este 2013. El día de la inauguración ya se habían presentado unos doce millones de peregrinos. Entre los cuales el señor Rajkumar Sing, empleado público, que hubo de viajar durante tres días, en tren, en bus y a pie, pero que tenía claro el resultado: «Creo que un baño en el día más propicio me librará de todos mis pecados, y nos dará seguridad a mí ya mi familia en el futuro».

Se puede creer, pues, cualquier cosa, y en eso la competencia es difícil, vista la variedad infinita. Pero no cualquier fe reúne, a lo largo de unas pocas semanas de baños, entre 100 y 150 millones de fieles. El próximo papa, pues, no debería hacer como Juan Pablo II, que quiso reforzar la fe católica con espectáculos de masas. Comparados con las masas de bañistas hindúes siempre harán el ridículo.

 

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