Venenos y puñales

Cualquiera que conozca un poco la historia de los tiempos del Renacimiento sabe que en materia de intrigas, mujeres, muertos, o hijos complicados, los Borja no son excepcionales junto a otros linajes y cortes de la Europa de su tiempo, incluida la corte pontificia: otros papas de los siglos XV y XVI no llevaron precisamente una vida santa y ejemplar. Comprendo que las leyendas negras son malas de blanquear un poco, difíciles de reducir a la habitual mediocridad humana. Comprendo que cuando una leyenda bestia y maligna (todas son iguales: sexo, sangre, dinero, demonios, la receta habitual) tiene como actores papas e hijos de papas, la tentación es aún más grande. Comprendo que con ello se pueda hacer mala información y peor literatura. Pero aquí se acaba mi comprensión. Lo que me cuesta entender es que, a estas alturas, se siga presentando como verdad histórica, con aire de novela o no, las más vulgares y groseras mentiras. Si alguien quiere vender un subproducto literario o cinematográfico sobre los Borja, si quiere vender novelas donde son presentados absurdamente como «familia del crimen», y el Papa como un padrino de la mafia, es muy libre de hacerlo. No es tan libre de querer presentar como histórico , es decir, como verosímil o realista, basado en hechos que pasaron, a personajes reales. Hace años, leí las primeras cincuenta páginas de un engendro firmado por el famoso Mario Puzo, y no pude continuar: era demasiado grotescamente ignorante, demasiado ridículamente falso, demasiado de todo. El autor no sabía qué era un Papa, qué era un obispo, un cardenal, un concilio, un cónclave, un palacio romano, un Orsini, no sabía absolutamente nada. Pero esto es lo que se vendió por millones de ejemplares en todo el planeta. Entonces en España, por si fuera poco, en la revista dominical de un gran diario serio, comentando la novela, Alejandro VI aparecía asociado a Hitler, Stalin, Atila y Nerón. El más perverso de todos los pontífices, que realizó «verdaderos alardes de desenfreno», padre de Lucrecia, «una de las mujeres más pervertidas del Renacimiento» (¡pobre Lucrecia, después de tantos años!). Decía que «consiguió convertir el Vaticano en un grandioso burdel». Después vino una película española igualmente ignorante, bestia y banal, y luego llegó a la Televisión de Cataluña una producción estadounidense que supera toda la infamia, ignorancia y barbarie anteriores. Antes de emitir la serie, la dirección de TV3 me envió los CD y me pidió opinión, y respondí asegurando que era falsa de toda falsedad, intolerable, repugnante y estúpida: la emitieron igualmente.

 

Y hace pocos días, el 14 de febrero, en una columna de la última página del diario El País, un famoso escritor valenciano comenzaba así el artículo: «Decía Joan Fuster que todos los papas y príncipes renacentistas eran unos facinerosos, pero los nuestros, los Borgias valencianos eran los mejores, los más profesionales y también los más imaginativos, puesto que al crimen le añadían un voluptuoso placer. A la hora de impartir el veneno unas veces lo hacían con la liturgia sinuosa de un sacramento vertiendo la pócima desde el falso anillo en la copa del distraído comensal y otras usaban el matarratas a porrón entre grandes carcajadas como una gracia añadida al banquete. Y si se veían obligados a sustituir el veneno por el puñal, eran partidarios de una estocada rápida y por la espalda que les diera tiempo a llegar a los oficios a pedir perdón a Dios. Cada tierra imparte su genio». Bueno, en primer lugar he de recordar, agradecido aún, que el mismo escritor presentó la edición castellana de mi ‘Borja Papa’ en Madrid y, como había leído el libro, hay que suponer que es consciente de que todas estas tonterías banales son rigurosamente falsas. Pero ya se sabe que, al tratarse de los Borja, todo se despacha, todo se puede decir, todo puede ser objeto de estúpida infamia. Que Dios nos ampare, porque esto no tiene remedio: debe de ser cosa de un destino implacable y fatal. Venga, pues: don Corleone papa, la mafia renacentista, el incesto, los venenos, la mujer barbuda, los puñales, la escalera encima de la cabra, y a ver quién la dice más gruesa. En cuanto a la autoridad de Fuster en esta materia, dudo que nunca hubiera dicho eso que le atribuyen, a pesar de que en su tiempo la realidad histórica de la familia era mucho menos conocida que la leyenda vulgar. Ahora, sin embargo, después de tantos libros, artículos, congresos y simposios, insistir en las mismas vulgaridades ya no es simplemente frívolo, es imperdonable. Quién sabe si es también el genio de la tierra. O que el veneno de los Borja todavía actúa, pasados más de cinco siglos.

EL TEMPS