“¡Pobre de mí, pobre de mí…!”

El miércoles empezarán en Pamplona las fiestas en honor de san Fermín de Amiens, patrón de la ciudad, de los boteros, de los vinateros y de los panaderos. Como el Ayuntamiento sabe bien de qué pie calzan muchos de los que participan en esas celebraciones, este año ha decidido aplicar un repelente de orina a las partes bajas de muchos edificios de la ciudad –unos 500 metros cuadrados en total–, en la zona de la plaza de los Burgos, los porches de la plaza del Castillo, la Bajada de Javier, la Travesía de Espoz y Mina… Se trata de un producto llamado CK-Splash Back, del que oí hablar, ya hace años, cuando decidieron utilizarlo en Hamburgo, en el barrio de Sankt Pauli, el del desenfreno. Después en ciudades británicas y americanas y, según explica la agencia Efe, ahora ya se usa –“con éxito”– en Vitoria, Miranda de Ebro, San Sebastián, Hernani y Santander. La estrategia de este invento es que, cuando meas contra la pared (ningún hombre mea en el suelo si puede hacerlo contra una pared), el CK-Splash Back hace que la orina rebote y te manche los pantalones y los zapatos. Pero dudo que a los que se dedican a mear por la calle –a menudo en un estado de embriaguez admirable– les importe mucho que sus pantalones y sus zapatos queden manchados.

El Ayuntamiento de Pamplona está harto de la peste y la suciedad que generan “estas conductas incívicas”. Cada año, las meadas de los sanfermineros le cuestan unos diez mil euros en gastos de limpieza y desinfección. “Además de la mala imagen que dan de la ciudad”. El año pasado multaron a setenta y seis personas sólo durante estas fiestas. Sumando las de todo el año, el resultado es de 614. La sanción económica por orinar en la vía pública es de 300 euros, que se reducen a la mitad –150– si se pagan inmediatamente y sin rechistar.

Si lo del CK-Splash Back no funciona hay otro método, no tan incruento pero mucho más efectivo. El libro How to kill de John Minnery (Paladin Press, 1973) detalla cómo funciona. En principio está pensado para los urinarios pero sin muchos cambios se podría utilizar en las calles donde sin ningún miramiento esos señores vacían sus vejigas. Consiste en una rejilla electrificada que se coloca allí donde se calcula que mearán. Se sitúa una placa de metal (o varias placas de metal) conectada (o conectadas) al sistema eléctrico, de manera que formen un circuito. “La orina del individuo, que es un líquido salado y un conductor perfecto de electricidad, hace contacto con la rejilla y la descarga lo mata”. Es un método drástico, sí, pero tal como dijo el creador del lenguaje de programación informática PHP, Rasmus Lerdof: “A menudo los problemas desagradables requieren soluciones desagradables. Resolver un problema desagradable de una manera inmaculada es condenadamente difícil”. Por no decir imposible.

LA VANGUARDIA