Los tres estados de la materia

Hace años un escritor napolitano de novelas detectivescas, militante del Partido Comunista Italiano, me regaló un sobre con flores bendecidas en el que se lee: “Foglie di fiore benedetti e tocatti all’urna di S. Patrizia Vergine, protettrice di Napoli-Chiesa di S. Gregorio Armeno, Napoli”. También me regaló un busto de San Gennaro (san Jenaro), pequeño y policromado, que tengo en una estantería tras la silla en la que me siento a escribir. Que fuera comunista, decía, no le impedía defender los iconos de la ciudad que tanto amaba.

Yo pensaba que tenía una reliquia en casa (las flores, no el busto). Pues ahora veo que quizá no es así. Leo en 20 Minutos una nota de la agencia Efe que informa: “Las reliquias pueden clasificarse en tres grados. Las de primer grado son las que se corresponden con alguna parte del cuerpo de un santo o santa. Las de segundo grado se identifican con un fragmento de su ropa o de algún objeto personal utilizado en vida, y las de tercer grado son objetos que han estado en contacto con una reliquia de primer grado o con la tumba de algún personaje canonizado”. Mis flores no han estado en contacto con el cuerpo de santa Patricia. Pero sí con la urna. Si la urna se considera reliquia de primer grado, entonces serían de tercer grado. (De tercer grado pero reliquia al fin y al cabo.)

En Le livre des bizarres, Guy Bechtel y Jean-Claude Carrière publican una lista de la gran cantidad de reliquias que hay registradas en el mundo. Tres cuerpos enteros de san Isidoro de Sevilla. Cinco de santa Perpetua. La sangre de san Jenaro que cada tanto se licua. De san Sebastián, cuatro cuerpos, además de cinco cabezas y trece brazos. En Tréveris conservan el miembro viril de san Bartolomé. En Augsburgo, la vulva de santa Gúdula. De san Juan Bautista no hay ningún cuerpo entero pero lo compensan diez cabezas y once dedos índices. El mayor prodigio es el de san Ignacio: se preservan tres cuerpos, seis cabezas, siete brazos y siete piernas, un hecho sorprendente si tenemos en cuenta que, según la historia, murió devorado por los leones.

Lo que no sabía –y ahora leo en la nota de Efe– es que en el Vaticano se conserva, dentro de una botella, un estornudo del Espíritu Santo. Durante siglos lo custodiaron en la parroquia florentina de San Frontino. Para acabar de rematarlo también tienen un suspiro de san José. Según parece, un día el padre de Jesús bebía agua de una botella y estaba tan cansado que suspiró. ¡Ahí quedó atrapado el suspiro! Un ángel que contemplaba la escena cogió la botella y la mantuvo escondida durante siglos, hasta que unos monjes franceses que peregrinaban a Nazaret la descubrieron y se la llevaron a una de las iglesias de Blois, en el Valle del Loira. Mucho tiempo después la cedieron al Vaticano. Y como veo que de reliquias sólidas y líquidas hemos pasado a las gaseosas, prefiero acabar el artículo aquí para no ir más allá y resultar grosero.

LA VANGUARDIA