Dios, el octavo pasajero

1637: la duda cartesiana mata a Dios. Dudar es, ya, matar a Dios. Negar la verdad revelada en nombre de la verdad de la subjetividad. El hombre pasa ser el subjetum. Incluso, en la “prueba ontológica” que Descartes, concediendo, desarrolla, Dios es deducido de la conciencia: “Dado que existe en mí la idea de la perfección, la perfección debe existir”.

1789: Cortarle la cabeza a Luis XVI es matar a Dios, ya que los reyes gobernaban por “derecho divino”. Ya no hay derecho divino. La única divinización que se postula es la de la Razón. Kant: “El intelecto dicta leyes a la naturaleza”.

1807, “Fenomenología del Espíritu”: Hegel niega toda trascendencia a la historia humana, proceso inmanente, racional y necesario. Dios ha muerto.

1843: Marx, en su “Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, postula la teoría de la religión como “opio”. Hay que reemplazar la crítica del cielo por la crítica de la tierra. El hombre hace la historia. Y su conciencia crítica es fundamental: “Hay que añadirle a la ignominia la conciencia de la ignominia para hacerla más ignominiosa”.

1870, Nietzsche: la unidad alemana reclama la voluntad de poder.

Alemania, “nación tardía”, necesita su espacio vital. Luego: la voluntad de poder es conservación y crecimiento. Si quiere “conservarse” tiene que crecer. Para conservarse y crecer la voluntad debe ante todo ser voluntad de voluntad, es decir, quererse a sí  misma. Este es el sentido más profundo del eterno retorno: es el eterno retorno de la voluntad de poder sobre sí misma.

Lo que quiere la voluntad es la voluntad. (Lo que quiere mi deseo es mi deseo. El deseo es, ante todo, deseo de mi deseo.  La voluntad de poder se instala en la Lebenswelt, el mundo de la vida).

Así, Nietzsche abomina del platonismo y del cristianismo, que instalan el reino de lo suprasensible. Dios ha muerto. Lo reemplaza el Superhombre. El hombre es un puente entre la bestia y el superhombre.

1927, “Ser y Tiempo”: el Dasein existe en “estado de arrojo”, estado de e-yección. Arrojo temporalizante hacia sus posibles (el posible de todos sus posibles es la muerte, de aquí que el Dasein sea “para la muerte” y asumirlo implique su “autenticidad”).

Pero… Heidegger retrocede. Si el “ser ahí” es el “ahí del ser” es porque es por el Dasein que la pregunta ontológica, la pregunta por el Ser, viene al mundo. ¡Esto es neo-kantismo!, se horroriza el Maestro de Alemania.

Y decide hacer su “viraje” (Kehre). Ahora el Dasein es el ente que ha “olvidado al Ser” por consagrarse al dominio de los entes a través de la técnica. El Ser “se retira”. Por fin, en la “Carta sobre el Humanismo” (1946), el Ser encuentra su morada, el lenguaje, y el hombre es meramente su pastor.

1943, Sartre, “El Ser y la Nada”. Si hubiera un Dios el hombre tendría una esencia. No hay Dios, ergo no la tiene. Es un existente. La existencia precede a la esencia y el hombre, a partir de sí, debe darse el ser eligiendo y eligiéndose. Nunca logrará saciar la pasión de ser “algo”, ya que es una “nada” que nihiliza el ser en su pro-yecto temporalizante. La conciencia es un agujero en la plenitud del Ser. La conciencia es libre. En suma, la libertad es el fundamento del Ser.

Foucault, “el hombre ha muerto”. Nace la estructura. El antihumanismo.

Althusser declara el “odio al hombre”. Niega al Marx “humanista” de sus escritos juveniles y consagra al Marx “científico” de “El Capital”. Una mezcla entre la “Carta sobre el humanismo” y el modo de producción marxiano.

Derrida, deconstrucción. Giro lingüístico. Crítica de la metafísica de la presencia. “No hay más allá del lenguaje”. Siempre Heidegger: la morada del Ser es el lenguaje. El secreto lo tienen los poetas.

Bien, hasta aquí.

Ahora, ¿ha muerto Dios? No: Dios es el octavo pasajero.

Es el “absoluto” del que ninguna filosofía alcanza a prescindir.

Seamos osados:

Descartes: Dios es el cogito.

Kant: Dios es el sujeto trascendental.

Hegel: Dios es la sustancia devenida sujeto. El desarrollo de la autoconciencia hasta el Saber absoluto. Y, en última instancia, el Estado.

Marx: Dios es la materia, es la historia y su redentor (su Cristo) el proletariado.

Nietzsche: Dios es la vida, la voluntad de poder y el Superhombre.

Heidegger: Dios es el lenguaje. Porque ahí mora el Ser. Pero, en rigor, el Ser es Dios.

Althusser: Dios es la estructura. (Para colmo, jamás demostró cómo “cambia” la estructura. O sea, tiene la fijeza de lo Eterno.)

Foucault: Ha muerto Dios. Ha muerto el hombre. Ha muerto el autor (Barthés). ¿Qué queda? La arqueología, la genealogía, el lenguaje y…

¡Jomeini! En Foucault Dios es… ¡El Poder!

Sartre: Dios es el “para sí”. El hombre del humanismo sartreano. La “praxis” en la Critique. La “nada” nihilizante de “El Ser y la Nada”. Dios es la libertad del sujeto práctico que fundamenta el ser. Hasta el ser de la alienación. La libertad es el fundamento de la alienación.

Derrida: Dios es el lenguaje. Dios es el texto. Es un Dios sin trascendencia, que remite a sí mismo.

Lacan: Dios es el inconsciente. ¿Por qué? Porque está estructurado como un lenguaje. Porque como dijo el maestro Heidegger: el Ser es lenguaje.

Somos lenguaje. Y Lacan –dicen algunas malísimas lenguas-– se reduce a veinte conceptos de Heidegger.

O sea, la filosofía no puede existir sin un fundamento, sin un absoluto, sin un punto de partida indubitable. Si a “eso” lo llamamos “Dios”…

Dios no ha muerto ni morirá jamás. Estamos condenados a darle otros nombres y a ponerlo en otros lugares. Pero difícil que los hombres puedan vivir sin absolutos. O, al menos, sin motivos esenciales, fundamentales que entreguen un sentido a sus vidas. Dios es el eterno alienígena.

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