El cortejo del banquero

Hace algunos años, con ocasión de una ‘bella giornata’ dantesca o dantiana, de la Divina Comedia y de una cierta medalla de oro, pasé media mañana en la capilla privada que Cosimo de ‘Medici, llamado Cosme el Viejo, se hizo construir en el palacio nuevo de Vía Larga, ahora Via Cavour, en la ciudad de Florencia. Es una capilla mínima, muy poco visitada, donde yo mismo, que conozco un poco la ciudad, no había tenido antes la oportunidad de entrar. Entre las cuatro paredes gloriosamente pintadas no debían caber más de una docena de personas. Supongo que el abuelo Cosimo, la mujer, el hijo Piero el Gotoso y los nietos: Lorenzo, que luego sería el Magnífico, y Giuliano, que fue asesinado en la conjura de los Pazzi, cuando los banqueros rivales del Medici decidieron combatir la competencia con un espléndido atentado con puñal, en Santa María del Fiore, durante la misa del día de Pascua. Los hechos acabaron de manera algo complicada, con Giuliano apuñalado, Lorenzo que escapó herido, y los Pazzi asesinados a su vez, uno de ellos -no recuerdo cuál- enterrado, desenterrado, arrastrado y arrojado al Arno, y el arzobispo Salviati, que no era cliente de los Medici, colgado de un ventana del Palacio de la Signoria. Leonardo da Vinci, aún joven, hizo unos dibujos muy realistas. El papa Sixto IV, genovés, excomulgó la ciudad, y los delegados florentinos tuvieron que humillarse vergonzosamente para conseguir el perdón. Ya ven que en materia de problemas bancarios, competencia, intereses, clientes y mercados, los conflictos del gremio ya tienen una historia muy larga y violenta.

 

Me viene ahora todo esto a la memoria, como una escena más de aquella Florencia que a lo largo de un siglo inventó e hizo cosas comparables sólo con el gran siglo de Atenas. Pericles, sin embargo, no era banquero, como los grandes señores de la Toscana, ni hacía préstamos a los industriales de la lana, a los papas de Roma y a los soberanos de media Europa. Ni se hizo construir en Atenas nada parecido al Palacio Medici de Florencia, dijo después Medici Riccardi. En el corazón de aquel imponente edificio, pues, de arquitectura acabada de inventar, Cosme el Viejo le encomendó a Benozzo Gozzoli la decoración de la capilla. El abuelo banquero y su hijo el gotoso (la gota era una maldición de la familia, como lo fue de los Borja y de los Habsburgo) vigilaron personalmente la ejecución de las pinturas murales. El tema, en teoría, era la adoración de los Reyes Magos, cuyo larguísimo cortejo llena tres de las cuatro paredes antes de llegar a una tierna escena de Belén, obra de Filippo Lippi. Pero contemplando con un poco de detenimiento la procesión de los magos, hace el efecto de que los Medici querían sobre todo adorarse a sí mismos, dejar sobre la pared de la capilla sus propios retratos con aquella inimitable expresividad de la pintura florentina del cuatrocento: el cortejo de los Reyes Magos viene de montañas remotas y aún tendrá que recorrer paisajes de roca para llegar a Belén.

 

En medio, antes de Baltasar viejo y barbudo, y tras un joven Gaspar bellísimo vestido de oro y de blanco, que representa el ascenso de la familia a la gloria, están los otros miembros de la casa, viejos y jóvenes, y al pequeño Lorenzo, de diez años apenas, ya se le ve la cara de lo que debía ser de mayor: feo, seductor y el hombre de negocios más político de su tiempo. No comparemos, por favor, con ningún banquero ni con ningún político nuestro, los que mandan ahora o los que mandaban hace algunos años: ninguno de ellos es florentino, ni sabe qué quiere decir tal cosa. Por ejemplo, quiere decir que Cosimo de Medici, en el grupo de figuras que hay delante del rey Baltasar, hizo retratar muy dignamente a sus propios empleados de mayor categoría, los que ahora llamaríamos directores de sucursales o agentes de filiales europeas de la banca familiar. Y allí los tiene, con caras circunspectas, no se sabe si pensando en el balance del último ejercicio contable, o en el Niño Jesús que les espera. La desgracia de nuestro tiempo, ni florentino ni renacentista, es que ya nadie sabría hacer tal combinación deliciosa entre banca, pintura y los magos del pesebre.

 

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