Del referéndum a la independencia: Cataluña y la Unión Europea 2

Hay escepticismos que se basan en los límites del conocimiento: sabemos que a partir de nuestras capacidades empíricas e intelectuales no podemos conocer más allá de determinados límites. Y siempre queda la duda de si estos límites sólo son los que ahora vemos. Es la línea Erasmo-Montaigne-Shakespeare-Hume-Kant-Heisenberg-Wittgenstein-Berlin. Pero también hay escepticismos que se basan en la incertidumbre del futuro. De que no sabemos exactamente qué pasará, algunos concluyen apresuradamente que ninguna de las alternativas previstas acabará realizándose, mientras que otros concluyen, más erróneamente, que todas las alternativas son igual de posibles y que todo depende de la voluntad de llevarlas a cabo.

La política tiene que ver con estos dos tipos de escepticismos. No conocemos todas las variables que intervienen en las decisiones políticas, y siempre podemos cuestionar cualquier proyecto de futuro. La conclusión es que hay que pasar por los dos tipos de escepticismo, pero sin instalarnos en ninguno de ellos. Bertrand Russell (Mi concepción del mundo) lo dice bien: «si alguien está seguro de lo que sea, ciertamente está equivocado, ya que no hay nada merecedor de una certeza absoluta y todos deberíamos considerar la posibilidad de añadir a nuestras creencias un determinado elemento de duda y ser capaces de actuar enérgicamente a pesar de esta duda».

Gobernar es difícil. También, o sobre todo, en las democracias contemporáneas. La política siempre incluye un componente agonístico inevitable. De hecho, si se quiere evitar el populismo -de derechas o de izquierdas-, gobernar se convierte en la tarea paradójica de unos espíritus solitarios. Siempre rodeados de gente, siempre solos. T. Wilder (Los idus de marzo) lo pone en boca de Julio César: «La condición de gobernante añade más grados de soledad a la soledad inherente del hombre. Cada orden que damos aumenta nuestro aislamiento, y cada muestra de deferencia que nos dedican nos separa de los demás «.

El proceso político «Cataluña, nuevo estado de Europa» está entrando en una nueva fase. La primera fase del proceso, la fase del independentismo , caracterizada por el liderazgo de organizaciones de la sociedad civil catalana (Omnium, ANC, movimiento de las consultas, etc) acabó con las elecciones al Parlamento del 25-N de 2012. El inicio de esta fase fue la manifestación-respuesta (julio 2010) a la sentencia del Tribunal Constitucional español sobre el Estatut, un texto muy modesto que había sido ratificado en referéndum por los ciudadanos de Cataluña. Tal como muestran diferentes estudios, el crecimiento del independentismo en esta fase ha sido constante, hasta llegar a la expresión inequívoca de la masiva manifestación del 11 de septiembre del 2012.

A partir del 25-N el país ha entrado en la fase de la independencia , liderada por las instituciones del país (Gobierno y Parlamento) y los partidos políticos. Podemos distinguir dos etapas en esta segunda fase. La primera comprende el período entre las elecciones al Parlamento y la celebración del referéndum / consulta. La segunda etapa, caso de una victoria del «sí», será la que irá desde el referendo hasta la formalización del nuevo estado. Las tareas a desarrollar en estas dos etapas son diferentes, y no hay que confundir los objetivos y las estrategias respectivas.

Uno de los aspectos sobre el que hay actualmente más confusión es el de la vinculación o no de Cataluña a la Unión Europea, caso de que los ciudadanos optemos por un «sí» en el referéndum. Podemos ver cómo se considera este punto en el caso de Escocia-Reino Unido. Esquematizamos hacerlo a partir de las dos etapas mencionadas.

Etapa Elecciones-Referéndum.

Parece bastante claro que la UE no tiene una posición fijada sobre procesos de «ampliación interna». También está claro que los casos escocés y catalán están protagonizados por ciudadanos europeos (que lo son desde hace 40 años en el caso de Escocia y 26 en el de Cataluña). Sin embargo, hay un claro contraste en dos aspectos básicos. Por un lado, los ciudadanos escoceses tienen garantizado legalmente el derecho de pronunciarse en un referéndum democrático, previsto para el otoño de 2014, sobre si prefieren seguir dentro del Reino Unido o bien constituir un nuevo Estado. Por el contrario, los ciudadanos de Cataluña parten de un marco constitucional que impide el ejercicio de este derecho. Previsiblemente, por tanto, en este caso la consulta deberá hacerse a partir de un marco legal internacional. Por otra parte, mientras que las encuestas indican que la mayoría de ciudadanos escoceses son partidarios de seguir en el Reino Unido, en Cataluña resulta factible que una mayoría de ciudadanos apoyen la constitución de un Estado propio. Lo que tienen unos, les falta a los demás.

Resulta flagrante el contraste entre las culturas políticas británica y española en términos de democracia, modernidad, derechos y respeto al pluralismo interno. Mientras los escoceses prepararán el referéndum en los próximos dos años y debatirán los pros y contras de cada posición, en Cataluña la principal tarea será asegurar la realización de la consulta, dada la hostilidad del marco constitucional español. Un objetivo básico del próximo Gobierno de la Generalitat será asegurar que el referéndum se haga, y con todas las garantías procedimentales y legales que el legitimen internacionalmente. Para este objetivo contará con muchas complicidades de la ciudadanía y de la sociedad civil. Durante toda esta etapa tanto los ciudadanos escoceses como los catalanes seguirán siendo ciudadanos de la UE.

Etapa referéndum-proclamación formal del nuevo estado.

En el caso escocés, el proceso post-referéndum está descrito en detalle por diferentes informes (véase por ejemplo el firmado por Graham Avery, decisor y experto en temas europeos; sesión 2012-13, HC 643, accesible en la home page del Parlamento británico , repito, ¡no del Parlamento escocés, sino británico!). De manera contundente establece la irracionalidad y la falta de realismo que supondría que Escocia quedara fuera de la UE para volver a ser admitida poco después. Se da por supuesto que se establecería un procedimiento simplificado, después del referéndum, para el acceso de Escocia como nuevo miembro de la UE (también se hizo un procedimiento simplificado, y muy rápido, en el caso de la Alemania unificada). Se trata de un procedimiento muy distinto al del acceso de nuevos miembros a la UE. Escocia, se dice, no es Turquía. Hay derechos de ciudadanía europea que deben ser respetados. Cualquier otra cosa sería contradictoria con los valores de la Unión. Las modificaciones a introducir en los Tratados serían mínimas (decisión del número de eurodiputados, de votos en el Consejo, etc).

Este procedimiento se haría en paralelo a la negociación entre los gobiernos de Londres y Edimburgo sobre los términos concretos de la separación. En esta segunda etapa transitoria se apunta que se podrían adoptar fórmulas de participación de Escocia en la UE, como tener voz sin voto en el Consejo, representación en las Conferencias Intergubernamentales, delegado en la Comisión, etc. Así, en definitiva, al final de esta etapa, se producirían simultáneamente la proclamación formal de la independencia y el acceso de pleno derecho en la UE.

Después del referéndum, el caso de Cataluña se podría regular con un procedimiento similar. Por eso he propuesto que el referéndum en Cataluña se haga el mismo día que el de Escocia. Sería el día del referéndum Scot-Cat. Así, el proceso se europeizaría automáticamente. Y la respuesta prevista de la UE debería ser similar en ambos casos.

En definitiva, con una mayoría social interna no basta para ser un nuevo Estado de Europa. Hay que trabajar en diversos ámbitos: consolidar y ampliar esta mayoría; establecer una red y una estrategia de alianzas a nivel internacional que haga que actores decisivos apoyen el proceso (o al menos no se opongan); establecer una sólida mayoría parlamentaria; proyectar el liderazgo de la Presidencia de la Generalitat; mantener la congruencia entre las acciones de las instituciones del país y de la sociedad civil.

La internacionalización del proceso es uno de los puntos clave de su éxito. A diferencia de lo que ocurre en el Reino Unido o Canadá, el marco constitucional español se ha convertido en un marco hostil para Cataluña. Se ha convertido en una camisa de fuerza que impide varias cosas: 1) el reconocimiento del país como una sociedad nacional diferenciada, tanto a nivel interno como europeo e internacional, 2) tener un autogobierno nacional solvente para que Cataluña decida por sí misma su futuro y su proyección en el mundo (economía, bienestar, cultura, educación, investigación, innovación, pensiones, política europea, relaciones internacionales, etc); 3) que el país salga del expolio fiscal actual y pueda disponer de los recursos que genera, sin la sangría permanente actual, y 4) que Cataluña disponga de las infraestructuras que necesita (aeropuertos, puertos, líneas ferroviarias, telecomunicaciones, etc) para su desarrollo competitivo en un mundo globalizado.

«Hay momentos -dice M. Yourcenar en Alexis – en que sólo necesitamos un árbol que rebase una muralla para recordarnos que los bosques existen». Ahora es uno de esos momentos. A partir de ahora es la hora de la profesionalidad. Esto quiere decir, entre otras cosas, que las prisas son comprensibles en la población, pero no en los profesionales de la política. Hay que poner mucho rigor en los objetivos, en las estrategias, en los procedimientos y en las alianzas. El ritmo, la velocidad del proceso, debe venir en función del rigor y la calidad, no al revés. Cuando uno tiene mucha prisa suele pensar rápido y mal. La hora de la profesionalidad también quiere decir que el próximo Gobierno esté compuesto por personas competentes, tanto en términos profesionales como en términos políticos (dos condiciones que no van juntas necesariamente). El reto es la presencia de Cataluña en el concierto internacional de los estados del mundo. Es un reto que podemos decir que hemos heredado de nuestros hijos y de nuestros nietos. De las generaciones futuras.

En el próximo bienio, el Gobierno de la Generalitat necesitará brújulas bien orientadas para navegar en la cara de Jano que mira al futuro. Harán falta decisiones que permitan que Cataluña se libere de un Estado anacrónico y establezcan una democracia de bienestar de mucha más calidad. Los políticos catalanes se moverán, pero, entre realidades que de entrada son hostiles o indiferentes al futuro del país. Los principales argumentos serán los de la democracia (fórmulas de desobediencia civil y movilizaciones ciudadanas incluidas). Votos y reconocimiento internacional. La política exterior del Gobierno será un elemento clave. Pero lo será aún más el hecho de que la mayoría social y la clase política que apoya el proceso hacia un Estado propio muestren al mundo, de manera reiterada, su voluntad de que la ubicación forzada de Cataluña en España pertenece al pasado. Y para tener éxito, esto probablemente habrá que hacerlo desde el racionalismo escéptico que expresan dos personajes de W. Faulkner: «el mal tiene una estructura lógica», «no tenemos tanto tiempo como para consumirlo a toda prisa».

Aviso final para federalistas bienintencionados: por la vía federalista, España nunca será federal. Una federación plurinacional entiende, el único modelo que podría ser aceptable desde Cataluña. Un modelo con rasgos confederales y asimétricos en que casi todas las decisiones internas e internacionales estuvieran en manos de una Generalitat protegida constitucionalmente (no como ahora). Con modelos federales uninacionales el resultado sería incluso peor que el Estado de las autonomías. Pero en todo caso, para lograr un acuerdo plurinacional lo que ahora conviene es votar a partidos favorables al Estado propio, no a partidos federalistas sin ideas claras sobre los diferentes modelos federales de la política comparada. En Madrid, el lenguaje que entienden es el de la fuerza. Sólo desde la contundencia de los resultados electorales a favor del Estado propio se podría negociar una federación plurinacional. Pero este modelo, como decía, está más allá de las posibilidades mentales de los actores políticos españoles. Para Cataluña, la vía federalista es una vía muerta.

En el siglo XXI, cada vez será democráticamente más inviable mantener territorios nacionales dentro de fronteras en contra de la voluntad de la mayoría de sus ciudadanos.

 

Revista del Col·legi de Politòlegs i Sociòlegs de Catalunya