Señores políticos, basta de diagnósticos, por favor

Un señor con 40 º de fiebre y con dolor en todo el cuerpo va al médico para que el cure. El médico le pide que se eche en la camilla, le hace una exploración minuciosa, le mira con cara de preocupación y, para estar más seguro, le vuelve a explorar de arriba abajo. Luego, le pide que se siente y, sin cambiar de expresión, le dice: «Usted está a 40º de fiebre». «Sí, sí, ya lo sé», responde el enfermo, «por eso he venido». «¡Oh, pero es que 40º es mucho!», Remarca el médico. «Claro, y tanto!», Corrobora el enfermo, «por eso estoy aquí». «Sí, sí, claro», continúa el médico, «pero es que el daño que tiene en todo el cuerpo y esta fiebre van unidos, ¿eh?» «Ya lo puede decir, ya», vuelve a corroborar el paciente. «Realmente constato que su estado es muy grave y que así no puede seguir», advierte el médico. «Lo sé, lo sé», dice el paciente. «¡Pero muy grave!», insiste el médico. «Soy muy consciente, doctor», reafirma el paciente. «No sé qué haremos con de usted. ¡Virgen santa!», Se lamenta el médico. Finalmente, como la visita parece que ha llegado a un punto muerto, el paciente se levanta, se despide y se va cabizbajo.

 

No se puede negar que este médico tiene razón, el paciente está muy enfermo. Incluso ha acertado el diagnóstico de los 40 grados de fiebre. Pero no ha aportado ninguna solución. Se ha limitado a constatar una realidad sin más iniciativa que la de ir repitiendo todo lo que el paciente ya sabía. El paciente, por suerte, puede cambiar de médico. ¿Pero qué puede hacer un país cuando su clase política adopta la misma actitud que la del médico mencionado? Los catalanes ya sabemos que estamos muy mal, ya sabemos que la situación es muy grave, gravísima, y que si no actuamos desapareceremos como pueblo. No basta con vivir en Cataluña y no ser españolista, para ser consciente. De hecho, la multitudinaria manifestación del Once de Septiembre pasado fue la expresión de esta conciencia. Cerca de dos millones de personas salieron a la calle no para que los políticos les dijeran lo que ya sabían, sino para que éstos, después de escuchar el mensaje, actuaran en consecuencia. De momento, sólo hemos visto declaraciones y contradeclaraciones especialmente diseñadas para salir en los telediarios, como si el paso del tiempo fuera a favor nuestro y nos pudiéramos permitir el lujo de charlar mientras el adversario se consume.

 

El problema es que quienes nos consumimos somos nosotros. Quien de verdad se consume es Cataluña. Y si alguien considera que desde la Diada hasta ahora sí ha habido cambios, y que la Cataluña de hoy no es la misma que la de hace siete meses, habrá que decirle que tiene razón. ¡Y tanto, que ha habido cambios! Cataluña está hoy más endeudada y tiene más gente desesperada y en el paro que en septiembre de 2012. Cataluña tiene hoy unos servicios sociales, unas infraestructuras y unos derechos individuales y colectivos más degradados que entonces. Y sí, ya sabemos que todo esto es consecuencia de la expoliación española de Cataluña, ya sabemos que nos roban miles de millones cada año y que de las migajas que nos echan para poder subsistir nos cobran intereses. Unos intereses que aumentan nuestra deuda y que nos empobrecen por momentos. Y también sabemos que los ataques a nuestra lengua y a nuestro sistema educativo son explícitamente franquistas y catalanofóbico. Pero lo que preguntamos a nuestros políticos es qué están haciendo ellos para cambiar esta situación.

 

Y se lo preguntamos, porque sabemos de sobra que el estado en que nos encontramos es insostenible y que la solución, la única solución posible, es constituirse en un Estado independiente. Por tanto, queridos políticos, no es necesario repetir nuestras propias palabras tras un atril o ante una cámara de TV3 como si hubieran descubierto la sopa de ajo. Lo que nos deben decir es qué están haciendo para convertir a Cataluña en un Estado independiente en un futuro inmediato. Debemos saber porque tenemos derecho y porque sólo en los cuatro minutos que ha tardado en leer este texto hemos sido expoliados por valor de 167.520 euros. Somos, por consiguiente, haciendo un símil futbolístico, el equipo que, a pesar de estar perdiendo, se dedica a perder tiempo como si ganara. Es decir, nos han declarado la guerra y nosotros, como las niñas bonitas de la mañana, nos levantamos y regamos el jardín.

 

 

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