Independencia ‘guay’

Las actitudes nacionales acríticas, la fatiga ante otras vías y un cierto nacionalismo naïf hacen que, para mucha gente, la noción de soberanía asocie casi poderes taumatúrgicos. Se ha ido extendiendo la idea de que, en una Cataluña independiente, todos los problemas quedarían resueltos por el simple hecho de no depender ya de España. Independencia, pues, ha llegado a convertirse en una especie de varita mágica, en sinónimo de ausencia de problemas o de atar perros con longanizas. Claro que, si así fuera, como la mayoría de países del mundo son independientes, no debería haber, en buena lógica, problemas en casi ninguna parte, y no es exactamente el caso. Junto a esta visión digamos milagrosa de la soberanía, que sostiene la urgencia de la independencia para superar todos los obstáculos de una sola tacada, hay también, en el otro extremo, la posición de los que aseguran que defienden la independencia nacional, pero, eso sí, no a «cualquier precio». Para éstos, la independencia no conlleva necesariamente la resolución de los grandes conflictos sociales existentes, sino que, en la práctica, sólo es deseable y planteable, sólo se justifica su reivindicación, si como objetivo político conlleva, al mismo tiempo, un verdadero cambio global, en todos los ámbitos, desde el principio.

 

La independencia nacional se convierte en un sinónimo de revolución general, de cambio de sistema absoluto (nacionalización de la banca, expropiación de las empresas del sector de la energía, salida de la OTAN y no disponer de ejército propio, etcétera). Es curioso que únicamente sean irrenunciables en el supuesto de creación de un nuevo Estado catalán, pero no aparecen en ninguna parte, ni parecen ser tan prioritarios, para mantenerse en el viejo Estado español. Sólo se reivindican cuando se habla de una Cataluña independiente, pero no en el caso de una Cataluña autónoma, la de ahora, la única que existe. Sirven para ir hacia el Estado propio, pero no para quedarse en España. Cataluña independiente con La Caixa, no, ¿y Cataluña dependiente de España con Bankia y todo el grupo de corruptos e incompetentes, sí? Cataluña soberana sin ejército propio, ¿pero Cataluña autónoma pagando el ejército de España y la contribución a la OTAN, con nuestros impuestos, sí? Da un poco la sensaciópn del clásico todo o nada, que suele tener como consecuencia el mantenimiento del statu quo, es decir, el nada.

 

Tengo que decir que son objetivos muy legítimos, con algunos de los cuales puedo incluso simpatizar en algunos aspectos, sobre todo en lo que se refiere al papel de las entidades financieras, nada en el tema defensivo, pero me sorprende que tan sólo se ‘invoquen para decidirse a avanzar nacionalmente, pero en ningún caso son cuestionados para quedarnos como ya estamos ahora. «Para ir hacia una Cataluña capitalista, conmigo que no cuenten. Para eso ya estamos bien como estamos», hay quien dice. Pues mire, no, yo no estoy bien como estamos. Por eso quiero tener un Estado propio, para disponer de los instrumentos jurídicos, políticos, institucionales y administrativos adecuados para avanzar hacia un país más justo, más social, más culto, más solidario, más civilizado. Pero mientras no disponga de Estado propio para ir avanzando, no acepto que la alternativa deba ser quedarnos como estamos ahora y donde estamos ahora, sino, justamente, movernos para ser otra cosa. La alternativa a la Cataluña perfecta, desde el primer momento, acaba siendo la España imperfecta de toda la vida. La independencia sirve para ser independientes y, por tanto, es el ejercicio máximo de responsabilidad que puede hacer un pueblo, sin depender de nadie. Esta situación de ahora me hace pensar en la guerra civil, dentro de la Guerra Civil, que se produjo en nuestra casa entre los que querían ganar la guerra y hacer la revolución y los que primero querían ganar la guerra para hacer después lo que fuera necesario. El resultado, lamentablemente, es bastante conocido: ni se hizo la revolución ni se ganó la guerra…

 

 

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