Enterrar el bienestar, matar la nación

Hace una semana, el presidente Mas terminaba una larga entrevista haciéndose una pregunta a sí mismo y respondiéndola taxativamente: «¿El catalanismo que ha construido el estado del bienestar, puede ser su enterrador? La respuesta es clara: no». Efectivamente, el catalanismo nunca ha sido una ideología meramente identitaria, sino un proyecto vinculado a dos principios universales: la libertad de los pueblos y la aspiración de prosperidad. Es gracias a la universalidad de este horizonte, pues, que el catalanismo pudo contar con relevantes compañeros de viaje durante la larga oposición franquista aunque fueran más bien reticentes con las libertades nacionales. Y también es gracias a estos principios que, desde 1980, el catalanismo nacionalista comenzó a reconstruir el país siempre con la convicción de que sólo la alcanzaría sólidamente si al mismo tiempo éramos un solo pueblo. Es decir, que sólo tendríamos futuro si se asociaba progreso nacional con progreso social.

 

En todo caso, si alguna vez desde el catalanismo más exigente se fue crítico con el nacionalismo de Jordi Pujol, fue precisamente porque parecía que condicionaba demasiado los progresos nacionales a los de la cohesión social y los de la prosperidad económica, que veía indisociables. Por eso ahora resulta tan injusto que el PP y el PSC insistan tanto en querer hacer creer que todo esto se ha abandonado cuando este proyecto nacional de prosperidad, libertad y dignidad, habiendo llegado a la madurez, se propone alcanzar un estado propio. Y es que, en vista de los enormes riesgos de que se acaben desmantelando los niveles de prosperidad alcanzados con el esfuerzo ingente de los catalanes a lo largo de estos últimos treinta años, lo que no debería extrañar a nadie es que una mayoría de ciudadanos tengamos prisa por dotarnos de este Estado propio. Un Estado que todo el mundo que no cierre los ojos a la evidencia sabe que es la única vía que ofrece garantías para hacer sostenible el modelo de bienestar del que nos habíamos dotado.

 

En este sentido, a la pregunta que se hacía el presidente Mas quizá aún le haría falta una respuesta más radical de la que él mismo daba. Porque el caso es que no sólo el catalanismo no puede ser el enterrador del el estado del bienestar que ha creado, sino que si moría la expectativa de prosperidad, al tiempo moriría la aspiración nacional tal como siempre lo hemos entendido. ¿A alguien le interesaría una lengua catalana fuerte en un país miserable? ¿A alguien le interesaría un fuerte sentimiento de pertenencia a un país sin futuro? ¿Tendría algún sentido ejercer el derecho a decidir si entre las decisiones a tomar no está la de la regeneración democrática? Por tanto, no es que el catalanismo no pueda enterrar el estado del bienestar, es que su muerte también enterraría la nación.

 

Hace tiempo que sabemos que la batalla por la independencia la tenemos planteada en el terreno de las ideas y de los intereses. En un lado, hay una idea y un interés que se esfuerza por hacer creer que los catalanes tenemos que dar prioridad a la recuperación económica española y dejar el derecho a decidir para más adelante. Es la misma trampa en que nos hicieron caer durante la Transición, separando democracia española y derechos nacionales de los catalanes. Decían: «Primero acatar la democracia constitucional, que luego ya habrá tiempo para su nación». Pero ahora ya no vamos con el lirio en la mano. Nunca como ahora estado del bienestar y derechos nacionales habían sido tanto lo mismo. De modo que no es que se pueda hacer una cosa antes de la otra, ni que queramos hacer las dos cosas a la vez: es que es una sola. Repito: enterrar el bienestar sería matar definitivamente la nación.

 

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