Cataluña independiente

La cuestión del ámbito territorial de la nación catalana arrastra, más que se asume, desde décadas y va apareciendo y desapareciendo, como un río subterráneo. Ya en el siglo XIX, JN Roca y Farreras, el líder de la autodeterminación y del patriotismo social, defendía que el espacio geopolítico catalán estaba constituido por lo que el notario valenciano Benvingut Oliver llamaba «Países Catalanes», expresión y concepto que otro valenciano, Joan Fuster, retomará con fuerza en 1962, con ‘Qüestió de noms’ (‘Cuestión de nombres’). En otros lugares y momentos he escrito sobre el tema, pero la identificación de la nación cultural con la voluntad de que sea también nación política, tiene una larga y sólida tradición, bien presente en todo el espectro ideológico, desde el comunismo de Emili Gómez Navidad o Jordi Arquer, hasta la democracia cristiana de M.Coll y Alentorn, pasando por el socialismo de M. Serra i Moret, entre tantísimos otros ejemplos.

 

Toda la obra de un hombre de izquierda liberal como A.Rovira y Virgili tiene, de hecho, como paisaje nacional de fondo, la totalidad de territorios de lengua catalana y no sólo cuatro provincias españolas. El filósofo y escritor Joan Crexells polemizaba con F. Cambó, en la serie de artículos ‘L’endemà de les festes’ (‘Al día siguiente de las fiestas’) (1923), sosteniendo que la viabilidad económica de la independencia catalana era incuestionable, más aún si ésta incluía también el País Valenciano y las Baleares y no se limitaba al Principado. Y, en una dirección similar, se manifestaba con ‘La catalanitat de les Mallorques’ (‘La catalanidad de las Mallorques’) (1916), el republicano Pere Oliver i Domenge, el alcalde democrático de Felanitx que, en la tarde del 6 de octubre de 1934, instalaba unos altavoces en la plaza del pueblo para que todos los felanitxers pudieran escuchar en directo, por radio, la proclamación del Estado Catalán hecha por el presidente Companys. El listado de ejemplos se haría interminable, desde el primer partido independentista, la Federación Democrática Nacionalista (1919), fundada por Macià y que tenía como ámbito liberador «la totalidad de municipios de lenguaje catalán», hasta el dolor que siente Serra i Moret, consejero de Obras Públicas de la Generalitat, en plena guerra, cuando ha de colocar el rótulo de «Catalunya», en la carretera a la altura de Alcanar, para diferenciarlo de Vinaròs. ¿Qué hacía, si no, V. Marco Miranda Alcalde de Valencia y diputado en Madrid, en el grupo parlamentario catalán liderado por ERC? ¿Y por qué el valenciano Joaquím Reig y el mallorquín Joan Estelrich iban en las listas electorales de la Liga?

 

No soy tan iluso como para creer que el futuro sólo es posible mirando el pasado. Pero tampoco creo que éste pueda ser, justamente, prescindiendo del mismo. El país de hoy es el resultado de la historia, de la diferente evolución que ha ido siguiendo cada territorio, con la ayuda inestimable del Estado español de las autonomías y los intereses de unos sectores sociales que ya hace mucho tiempo de que dimitieron del país. Seamos claros: ¿qué pensábamos que era la opresión nacional, sino la mentalidad que hoy es lamentablemente hegemónica en nuestra casa, incluso, al parecer, entre gente que se reclama independentista? La alienación nacional se ha ido forjando con el paso de los siglos, la escuela, la administración, el ejército, la justicia, las fronteras, el DNI, las provincias y diputaciones, las selecciones deportivas, los medios de comunicación hegemónicos que han acabado haciéndonos sentir extraños entre nosotros, pero, eso sí, españoles o franceses todos.

 

Debo confesar mi estupefacción ante la polémica desatada, estos días, en el seno de la ANC, al no aceptar ésta que, el centenar largo de miembros que ya hay en Mallorca, puedan constituirse en ella como una territorial más, dentro del conjunto nacional. A ver si lo entiendo: valencianos y mallorquines -e ibicencos, menorquines y formenterenses-, según la ANC, no pueden ser una rama o región reconocida de la Asamblea Nacional Catalana y, en cambio, ¿los de Cataluña Norte, sí? ¿Y por qué no? ¿Qué novela escribían, pues, en la manifestación del 11 de septiembre, ¿cómo es que no expulsaron a aquel grupo numeroso de gente que desfilaba por las calles de Barcelona, tras la pancarta «Isleños por los Países Catalanes»? ¿Con qué legitimidad alguien se reserva, como si tuviera el monopolio en exclusiva, las palabras «nacional» y «catalán»? ¿Es que Raimon, Ovidi Montllor, V. Andrés Estellés, Al Tall, Obrint Pas, Ja t’ho Diré, Maria del Mar Bonet, Miquel Barceló y Antoni Miró son extranjeros para nosotros? ¿Es que lo son, acaso, Eliseu Climent, Joan Fuster, Bernat Joan, Aina Moll, Isidor Marí, Pau Faner y el mismo Ramon Llull?

 

Estoy desconcertado, de verdad. ¿No habíamos quedado que el nuestro era un proyecto nacional moderno, abierto, democrático, cosmopolita, integrador, que abría puertas y que no cerraba, que sumaba y no restaba, que incluía y no excluía? ¿No habíamos dicho, por activa y por pasiva, que ser catalán no era una herencia, ni una imposición, sino una elección, una voluntad? ¿No nos habíamos desgañitado, aquí y allá, afirmando que era catalán todo aquel que quería serlo? ¿No defendíamos que, al margen de lugar donde habían nacido y de la lengua que hablasen dábamos la bienvenida a la catalanidad libremente asumida a todo el que quisiera, fuera andaluz, extremeño, argentino, marroquí, rumano, senegalés o de donde fuera su origen? ¿No nos habíamos llegado a creer que lo importante no era de donde veníamos, sino hacia dónde queríamos ir? Entonces, ¿a qué viene a sacar al aire todo lo de ahora? Por este camino, resulta que podrá ser catalán cualquiera, de cualquier parte del mundo, excepto, eso sí, si uno es valenciano, o mallorquín, o menorquín, o ibicenco, o formenterano, ¡aunque hable catalán y manifieste sentirse nacionalmente catalán! ¡Qué disparate más enorme!, ¡qué tristeza más grande…!

 

¿De verdad consideramos extranjeros valencianos y baleares? Es de verdad que no les queremos, que no les vemos ni les creemos como los nuestros? ¿Por qué los reivindicamos, pues, en el mapa del tiempo y no reclamamos en absoluto que salga Soria, Narbona o Calatayud? ¿Nos es indiferente lo que pueda pasar en el País Valenciano y las Baleares, viviendo en el Principado? A veces, lo parece. No me quiero ni imaginar el estado de ánimo desmoralizador que se habrá adueñado de este centenar de mallorquines que sí son buenos para pagar cuota en Barcelona, pero no para constituirse como rama territorial de la ANC, precisamente porque asumen el mismo proyecto y un idéntico destino colectivo. Parece como si sólo contaran para pagarnos a nosotros y los consideramos de los nuestros cuando cantan y escriben en nuestra lengua. ¿»Nuestra», si también es la de ellos? Por cierto, son instrumentos estos que también usan los que estando en España, quieren que hablemos y cantemos como ellos, dan por hecho que les debemos continuar pagando y, además, se supone que no tenemos derecho a quejarnos de nada… La pregunta es, ¿cuando decimos «nosotros», quién diablos somos «nosotros», de quien estamos hablando? Lamentablemente, la visión principatinocèntrica de la nacionalidad sigue campando libremente…

 

Lo que hay sobre la mesa no es una operación política, dirigida desde Barcelona, para ir a competir electoralmente en Valencia o Baleares, en las urnas, con fuerzas que ya existen. Que yo sepa, y por eso pago mi cuota, la ANC no es un partido político, sino un movimiento cívico nacional que se propone la concienciación y movilización de la sociedad, influyendo pacíficamente en la dinámica de los partidos políticos y las instituciones democráticas, para que avancen hacia la soberanía. ¿Dónde está, entonces, el problema? Los defensores del derecho a decidir se oponen, ahora, a incorporar como suyos a los ciudadanos que ya han decidido ser catalanes, en cualquier punto del territorio lingüístico, fuera de las cuatro provincias?

 

Todos sabemos que hay un nivel diferente de conciencia nacional, de sentido de pertenencia nacional, de voluntad de soberanía nacional, de Fraga a Maó y de Salses a Guardamar. ¿Quiere decir esto, sin embargo, que el Principado, siendo bastante más generales las actitudes soberanistas y más acelerado el ritmo, es un todo homogéneo, sin islotes que se sientan alejados de estos objetivos? La ANC tiene que hacer lo que no hacen los partidos, debe tener el coraje civil y la vocación nacional de ir hasta donde no llegan los partidos, indicará el horizonte de plenitud donde queremos llegar y a qué estamos dispuestos a renunciar, a pesar de las dificultades evidentes.

 

No conozco a nadie que defienda que Cataluña no puede dar ningún paso hasta que no lo puedan hacer también, al mismo tiempo, valencianos y baleares. ¿De qué tienen miedo algunos independentistas del Principado, pues? ¿No se dan cuenta de la fuerza extraordinaria que significa contar con compatriotas conscientes, fuera de las cuatro provincias, que harán de aliados ahora en todo el proceso y, también después, una vez liberados de España? ¿Cómo no podemos darnos cuenta de que valencianos y baleares no son ningún obstáculo sino un estímulo y una complicidad que nos será, a los principatinos, de gran utilidad para asegurar el éxito soberanista? Una Cataluña independiente, sin España, necesitará territorios y ciudadanos amigos, en plena sintonía, entre los que se habrán quedado en el interior de España. Con el catalán como lengua de Estado y una independencia que garantiza más calidad de vida material, cultural y democrática, el efecto contagio y atracción deberá funcionar en relación al País Valenciano y Baleares. Y tendremos que seguir comprando y vendiendo en estos territorios, como habremos de hacerlo también con España.

 

Ya escribí hace mucho tiempo que, valencianos, baleares y norcatalanes, en el futuro Estado de Cataluña, deberían tener derecho a la nacionalidad, pasaporte, a ser elegidos en las instituciones de representación democrática y a ocupar cargos de responsabilidad. Esto último ya lo hemos ido haciendo a lo largo de la historia y son, exactamente, las mismas atribuciones que los irlandeses del norte tienen hoy en la República de Irlanda, Estado donde nadie ha renunciado a la unificación con los condados del norte. Confío en que la ANC rectifique el error en que está instalada y se dé cuenta de la importancia estratégica de contar con la nación entera en su proyecto liberador, y no sólo con una parte de ésta. Y que lo haga sabiendo que vamos a ritmos distintos, respetándolos y alargando la mano hacia los que, ya ahora, quieren apretarla con fuerza. El barcelonicentrismo no se supera con la negación o el olvido, sino con un proyecto de confluencia y reencuentro nacional con todos los que, en el horizonte, tienen el mismo anhelo de libertad. La nación catalana libre deberá ser multipolar, hecha de abajo a arriba, con una estructura realmente federal, donde nadie sea más que nadie, sino todos iguales. Pero aquí no llegaremos nunca si, cuando alguien dice: «yo soy mallorquín, catalán de Mallorca, y desde Mallorca quiero trabajar por la independencia nacional, como rama Territorial de la ANC», le retiramos la mano y le cerramos la puerta en la cara, eso sí, en catalán, la lengua nuestra…

 

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