¡Es la soberanía, estúpidos!

El Tribunal Constitucional (TC) ha dicho que «no» a la declaración soberanista del Parlament y ha habido una serie de gente que, para variar, ha empezado a exclamar y a rasgarse las vestiduras. Incluso se han anunciado nuevas acciones legales, recursos y contrarrecursos. Todo ello, me cansa. ¿Por qué no hacemos lo único coherente que se puede hacer, que es ignorar la legalidad española? El TC ha hecho lo que debía hacer. Si la Constitución dice que la soberanía recae sobre el pueblo español, y el Parlament replica con una declaración diciendo que recae sobre el pueblo catalán, la conclusión es evidente: la declaración del Parlament es inconstitucional. No hay que ser Doctor en Derecho ni pasar cinco meses debatiéndolo por enterarse.

 

La cuestión es simple e irreductible : o el pueblo español es soberano, o el pueblo catalán es soberano. Y punto. Todo lo demás es palabrería. Hay que llevar el conflicto a este punto de simplicidad absoluta y desnuda. O sea que, por favor, señor Mas y señora Núria de Gispert: ¿podrían ahorrarnos la humillación y confusión de más papeleo legal? Parafraseando a Bill Clinton, hay que llegar al final de la calle y exclamar: «¡Es la soberanía, estúpidos!» Por parte de supuestos no nacionalistas, habíamos oído hace años sonoros sermones que advertían que la «soberanía» es un concepto bizantino e inútil y que debatir sobre este concepto era como hacerlo sobre el sexo de los ángeles. ¡Que mentirosos era! La soberanía es la clave de todo. Todas las guerras que en el mundo han sido, han sido por cuestiones de soberanía. Y todas las crisis que se hacen y se deshacen, se basan en temas relacionados con la soberanía.

 

Por ejemplo: toda la (nefasta) gestión de la crisis que han hecho, primero Zapatero y después Rajoy, no ha pivotado sobre la deuda, ni el crecimiento, ni el paro. No, eso no les interesaba. Lo único que contaba era la soberanía. España no podía «ceder soberanía» a Europa bajo ningún concepto, por lo que el único criterio que guiaba la actuación del PSOE y el PP era evitar el rescate. «España no puede perder soberanía», clamaban. «No estamos dispuestos a dar nuestra soberanía a Bruselas ni a Berlín», añadían. Todo el creciente antieuropeísmo y antigermanismo que se detecta en buena parte de la opinión española tiene como única base una defensa cerrada, estilo levantamiento del 2 de mayo, de la soberanía española.

 

Y llegamos al final de la calle. Los españoles reivindican el derecho a cometer cualquier animalada disfrazada de subida de impuestos para no ceder soberanía a la UE ni a Alemania. Al mismo tiempo, responden a los catalanes que reclamar soberanías es cosa de nacionalismos medievales y pasados de moda. ¿En qué quedamos?

 

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