Neocolonialismo constitucional

Martes. Madrid. Se plantea desde el Parlamento catalán un reto democrático, transparente y a pecho descubierto. Queremos ser escrupulosos en los procedimientos. Porque los hay y nos conviene. El Estado resopla, harto de nosotros. Nos escucha con un rictus condescendiente. Después sube con varios rostros al atril, se escurre las fauces y habla, enojado, exponiendo sus evidencias y desplegando su virtuosismo argumental: no; nada; imposible; descabellado; aberrante; nunca; en ninguna parte; desde siempre; vade retro.

¿Razones? ¿Explicaciones? Sólo esencias. Ellos son continente; nosotros una hipótesis de manzana. Ellos son completos; nosotros sólo una parte. Ellos son una solución histórica; nosotros un problema. Ellos son un ejemplo modélico de Estado nación; nosotros una anomalía. Ellos son metrópoli de un viejo imperio; nosotros simple provincia. Ellos son fuente de legitimidad; nosotros carne de conflicto. Ellos unen; nosotros separamos. Ellos son más; nosotros menos. Ellos son propietarios generosos; nosotros inquilinos malpagadores. Ellos son cuerpo entero; nosotros un simple miembro. Ellos son protagonistas; nosotros figurantes. Ellos son soberanos; nosotros no. Ellos pueden decidir; nosotros no. Ellos son los elegidos y los dueños. Ellos dominan. Ellos mandan. El Estado es suyo. Y el destino. Suya es la única plataforma de todas las homologaciones. Ellos son, en definitiva, los ganadores. Los que dictan. Los de la única nación nacional a considerar en este caso.

Ellos pueden determinarse solos; nosotros no. Ellos pueden ser en Europa; nosotros, solos, no. Ellos, audaces de tipo, otorgan la potestad de indicar quiénes somos, qué somos y cómo debemos ser. Ellos -no nosotros- saben si estaremos mejor juntos o separados. Ellos piensan -hace siglos- por ellos y por nosotros. Se desviven por nosotros. Ellos fijan los límites. Reescriben su pasado y el nuestro; prefiguran su futuro y el nuestro. Ellos son los intérpretes de nuestra voluntad. Sienten que somos de ellos; que formamos parte de ellos, ontológicamente subsumidos; que fuera de ellos no tenemos sentido. Por eso no pueden dejar de orientarnos; de decirnos qué es democrático o no; qué es legal y qué no; qué es legítimo y qué no. Saben qué preguntas podemos formularnos y cuáles no. Qué ilusiones son viables y cuáles son pura quimera.

¿Cómo puede ser que, a pesar de poder ser españoles como ellos, de la precisa manera como lo son ellos, con las ventajas indudables que esta condición conlleva, tengamos dudas? Increíble. Ridículo. ¿Es que no nos damos cuenta de que estamos inseparablemente ligados y soldados? ¿Cuántas veces más nos lo tienen que explicar? ¿Cuántas veces más nos deberán reñir y castigar? ¿Cuántas veces más nos tendrán que derrotar? ¿Tanto nos cuesta aceptar la evidencia de la propia inferioridad, de la propia subordinación?

Pues sí. Nos cuesta tanto aceptar su prepotencia, el autoritarismo del Estado y la reiteración de sus intimidaciones, que no las queremos aceptar. Ya no las aceptamos. Queremos votar y votaremos. Queremos elegir y elegiremos. Queremos decidir libremente y lo haremos.

Exploraremos todas las vías democráticas para poder emanciparnos. Nacional y socialmente. Estaremos abiertos al diálogo y a la negociación que se planteen en efectivas condiciones de igualdad. Rechazamos el sistemático recurso instrumental a una ley que no nos reconoce la plena capacidad de actuar y decidir. Y desobedeceremos su imposición. No tenemos ninguna intención de pensar por otros; ni decidir por ellos; ni sugerir quién, qué o cómo deben ser. Y queremos mantener vínculos de amistad con los pueblos y la gente de España; fraternalmente; voluntariamente. Pero no queremos someternos más a las exigencias de su Estado.

Somos un grupo humano diverso y en constante mutación. Nos afirmamos como sujeto histórico. Nos sentimos pueblo, al lado de los otros pueblos y como los otros pueblos. No nos ha fundado ningún Estado ni ley; ni ningún tratado ni ninguna batalla. Tenemos raíces y una trayectoria y un presente hechos de complejidad y contradicciones. Pero hemos podido suscitar una voluntad compartida y tenemos el firme propósito de realizarla.

No somos toda la gente de Cataluña; ya lo sabemos. Pero queremos poder comprobar democráticamente si somos la mayoría. Nos sentimos bastante cargados de legitimidad y de fuerza como para reivindicar ahora, en 2014, nuestra condición de pueblo soberano, y estamos dispuestos a ejercerla. Para construir un nuevo Estado y una nueva sociedad caracterizados por la participación directa y el impulso sostenido de una mayoría democrática, expresión de una nueva hegemonía social, que tome el relevo de las viejas, caducas, clases dirigentes.

ARA