Otro mártir

Con el tiempo lo único que nos sabrá mal del presidente Pujol es que con el dinero escondido no lo pasara mejor, que no disfrutara con un poco de alegría de la pasta, como hicieron Bárcenas, Undargarín, y otros cargos condenados del PP y del PSOE. O como hacen Felipe González, José María Aznar o José Montilla que actualmente no pasan por corruptos, pero que no se habrían hecho nunca ricos con la política defendiendo la nación catalana.

Con el tiempo veremos que la confesión de Pujol es más inmoral que el dinero que pueda haber estafado a hacienda, y lo único que le reprochan será que después de tantos sermones cediera de nuevo al chantaje del Estado. La confesión del presidente es el resumen de lo que ha sido el autonomismo. Pujol no ha muerto fusilado como Companys, ni de una enfermedad contraída en la cárcel, como Prat de la Riba; ni ha muerto en el exilio como Cambó; ni acribillado a tiros como el General Prim. Y, aún así, con tanta democracia como desee, tendrá un final igual de lamentable. Ya hace años que Joan Sales escribió que, aparte de la muerte, de España sólo podríamos esperar la infamia.

En realidad, muchos de los envidiosos que le reprochan el dinero, lo que en el fondo no le perdonan al presidente es que se haya arrastrado hasta el final ante los españoles -que no tienen ningún derecho a juzgarlo-. Algunos articulistas han comparado a Pujol con Helmut Kohl, que también cayó del pedestal por un caso de corrupción, pero Kohl ha sido uno de los políticos más valientes que ha tenido el siglo XX, después de Churchill. Kohl reunificó Alemania contra todo pronóstico y dio una segunda oportunidad a toda Europa. Pujol pudo independizar Cataluña y dar otra oportunidad en España. En cambio, hasta el último momento ha preferido hacer discursos de hombre ético y dejar que los castellanos se explayasen haciendo de policía o de poeta -«hay que acabar con la violencia machista y con el independentismo»-.

El hecho de que Pujol y Kohl prácticamente sólo tengan en común las ratas que viven de la corrupción de los otros, no quita que su muerte política no tenga también un fuerte componente heroico. Inmolándose con el personaje, el mejor presidente que ha tenido la Cataluña autonómica convertirá su final en una lección difícil de olvidar. Maquiavelo ya escribió que, para dominar un país, hay que matar a sus habitantes o bien corromper su oligarquía. Supongo que el filósofo florentino no hablaba sólo del dinero, que es la fuerza más obvia del poder, después de las pistolas. Supongo que también tenía en cuenta el abanico de adversidades y de limitaciones de orden diverso que hacen que las personas se acaben rompiendo y empequeñeciendo, a base de pactar con el diablo.

Pujol escribió, al salir de la cárcel: «Hay una manera de no perder nunca, que es no aspirar a la victoria. Hay una manera de no probar la acritud de la derrota, que es no presentar nunca combate y retroceder siempre. Hay una manera de no morir o de morir lo menos posible que es vivir lo menos posible. Y hay una manera insuperable de no morir, que es no nacer». Yo esperaba que, después de hacernos vivir en su Cataluña contrahecha, esta vez diría: NO, y mandaría a los españoles a tomar por saco. Una cosa es ser un derrotado y otra es ser un vencido. Una cosa es tener moral y otra ser idiota. Pero ahora pienso que Pujol quizás ha hecho lo que le tocaba asumiendo su papel de catalán constitucional sin buscar excusas. El hecho de que se haya convertido en el corrupto más ético y espartano, tal vez sirva para entender algunas cosas.

En su libro ‘Des dels turons’ (‘Desde los Cerros’) en el otro lado del río -que contradice muchos de los tópicos del pujolismo-, el presidente explica la situación del país con una historia que ahora toma su significado profundo. Escrita en pleno franquismo, la historia dice así. Un pueblo se está muriendo de sed en medio del desierto. Alguien debe llegar al mar para pedir provisiones y ayuda, pero el viaje está lleno de peligros. El mensajero se puede perder por el camino, o puede ser asaltado por bandoleros o incluso puede ser sobornado por los enemigos. Y aún así, es necesario que alguien lo intente para que el pueblo sobreviva: es la única manera de devolver la esperanza a la comunidad y de que otros puedan continuar el camino recorrido, si el pionero no llega.

Pues eso hizo Pujol, antes de ponernos en peligro. Y también escribió pasajes como estos, que saco de ‘Construir Cataluña’, otro libro sin el cual no se puede entender la trituradora de hombres que ha sido la España autonómica. «A veces sucede que un pueblo se salva por lo que han hecho hombres, sectores, grupos políticos o económicos que no se lo habían propuesto. Juegan los vivos pero los muertos también cuentan. Digo esto para situar estos escritos en el plano que les corresponde, el de la modestia. De una gran y obligada modestia. Porque cuando alguien se atreve a decir claramente que él se apunta a la tarea de reconstrucción del país; que osa hablar de ello como de un proyecto, que se atreve a predicar la fe y la magnanimidad, cuando alguien actúa así, fácilmente se le tacha de petulante o peyorativamente ambicioso. Como cristiano y como patriota, estoy acostumbrado a la pequeñez de los hombres frente a la historia».

«Como un país es una suma de huertos y de casas solariegas, siempre nos salvamos, pero como un país en plenitud no es sólo esta suma, sino también un ordenamiento y un mutuo potenciamiento de todas estas casas solariegas (y ordenar y potenciar ya es obra de gobierno), por lo que no llegamos a ser nunca un país en plenitud completa. Y mientras no lo seamos, mientras no pasemos de las fidelidades básicas y salvadoras y los esfuerzos magníficos, a menudo conmovedores pero no globales, siempre parciales, seremos un pueblo en precario»,

«El hombre catalán necesita estar cubierto, en varios puntos elementales, de toda interferencia exterior. Necesita toda la libertad política que le es indispensable para llevar a cabo su misión educadora e integradora del hombre catalán. Si esta misión sólo fuera viable en una situación de Estado nacional separado de España, ésta sería la única solución buena».

Enric Vila
EL SINGULAR DIGITAL