John Adams (lecciones para independentistas)

Un sábado por la noche, olvidé preocupaciones y me tragué todos los capítulos de John Adams, una serie sobre el proceso de independencia de los Estados Unidos. La idea que se desprende es que el destino de los países depende de una élite. No es necesario que todos los catalanes bailen sardanas, los episodios importantes de una nación dependen de la iniciativa y la inteligencia de los mejores. Punto. La única excusa que podemos poner es no haber tenido escuelas y universidades hasta hace dos días.

La segunda lección importante es que los mejores siempre tienen tres virtudes, por este orden: suficiente capacidad de sufrimiento para vivir cerca de su verdad, suficiente inteligencia para explicarla y defenderla ante los demás y mucha magnanimidad. Aunque se peleen entre ellos, nunca rompen del todo porque por encima de la personalidad de cada uno, que es fortísima, hay un respeto por el coraje y el talento.

La tercera lección es que, para tener derecho a existir, un país debe representar una idea de belleza en el mundo. Y esta idea se debe concretar a través de un discurso, de unos valores, de una acción política y de una organización que permita a la gente crecer a través de unas imágenes y de unos referentes.

La serie destaca, sobre todo, cuatro figuras: John Adams, Tomas Jefferson, George Washington y Benjamin Franklin. John Adams es el más mediocre de los cuatro, pero también es el más importante, por eso es el protagonista. Él es quien unifica los genios de los demás, quien fuerza la designación de Washington como general del ejército de liberación y quien mantiene la unión cuando el país se ha constituido pero Francia e Inglaterra aún tienen fuerza para romperlo.

Adams es vanidoso y puritano, y vive obsesionado para que la historia se acuerde de él. Tal como lo plantea la serie, sin su mujer se habría anulado. Los debates que tiene con ella, y las contradicciones que sufre entre sus escrúpulos y su determinación de liberar el país, lo humanizan. Nos recuerdan que la gente que cambia el mundo no vive mucho en la tierra.

La serie comienza cuando Adams es unionista. Adams sería aproximadamente uno de estos convergentes que quieren hacer tortillas sin romper los huevos, con la diferencia de que estudió en Harvard y que, cuando decide dar un paso, no se echa atrás. A mí me hace pensar en Mas pero, ya lo veremos, la moraleja de las historias no se sabe hasta el final.

Jefferson y Washington también eran muy señores. En cambio, el inventor Benjamin Franklin era un bohemio, quizá por eso pudo vivir en el París de María Antonieta como en su casa. Cuando Adams se presenta en la corte de Versalles para pedir ayuda a Francia, la petulancia de la vieja aristocracia le saca de quicio y la misión diplomática fracasa. En Estados Unidos le dicen que le falta grandeza para entender aquel mundo de momias repintadas, pero, años después, él es quien frena a Jefferson, cuando vuelve de París deslumbrado por la revolución y la guillotina.

La relación de Adams y Jefferson da mucho juego. Para mí, Franklin es demasiado payaso y Washington es demasiado pasmarote. Jefferson es un viudo desesperanzado y melancólico que se follaría a la mujer de Adams como quien se mete una cocacola. Adams es tan megalómano que ni siquiera lo ve, preocupado como está por evitar que Jefferson le haga sombra. Al final, mueren ambos el mismo día, que curiosamente coincide con el cincuenta aniversario de la declaración de independencia.

Mueren decepcionados del país que habían soñado, pero seguros de haber hecho todo lo que podían. Es una muerte real y de película.

VILAWEB