Acordar sin diluir

Me quedó grabada la frase del obispo Desmond Tutu en Barcelona cuando nos aconsejaba no hablar mal con dureza del rival porque la paz siempre se ha de acabar haciendo con el enemigo. Y ahora es bueno añadir que, del mismo modo, el pacto y el acuerdo siempre se hacen con el adversario. De modo que el pacto o acuerdo, en el fondo, no representan una disolución de la discrepancia ni deben ser vistos como una rendición y una derrota, sino que son la expresión más genuina del valor de la disensión puesta al servicio de un objetivo superior común.

Por eso resultan tan poco comprensibles los escrúpulos de los que expresan asco por compartir el tramo final del camino a la independencia con los adversarios políticos con los que, sin embargo, comparten un objetivo común. Parece que hay quien confunde «votar junto a» con «votar al de al lado». Y que conste que no pienso sólo en la fórmula de listas con las que habrá que presentarse a unas elecciones que con carácter plebiscitario puedan sustituir el imposible referéndum de autodeterminación, sino en todo el camino que ha de materializar la secesión con el Estado español.

Desde mi punto de vista, si algo tiene poco sentido en este momento de tanta trascendencia es querer aprovechar la ocasión para pasar cuentas con el adversario. Y no porque sugiera que se vuelva a cometer el peor pecado de la transición española a la democracia, el del olvido, sino todo lo contrario: que la mejor manera de hacer memoria y redimir pasados llenos de ambigüedades, de renuncias y de cobardías es con un nuevo compromiso firme con el futuro que las ha de superar. Nos podemos tirar unos y otros los platos autonómicos por la cabeza, pero eso nos aferra al pasado que queremos dejar atrás. Reprochar a CiU el Majestic o a ERC el tripartito -sólo por mencionar a los dos actores principales, pero extensible a todos los demás- es una manera absurda de quedar atrapados en el pasado. Lo que hubiera de error en el Majestic o en el tripartito precisamente se puede saldar con el acuerdo que facilite mejor el camino a la independencia.

Quiero decir que hay dos formas de rememorar el pasado. Una, con resentimiento, lo que lo convierte en una prisión. La otra, redimiéndolo con la autocrítica y un nuevo proyecto, de manera que nos sirva de referencia para alejarse de él. Y este es el gran desafío de todos los partidos y organizaciones políticas soberanistas y no soberanistas actuales: a partir de lo que han sido, refundarse en la perspectiva del mapa futuro de una Cataluña independiente. Quien sea más audaz en su proyecto de futuro es quien, renovado, sobrevivirá mejor al trance.

Quizá ha sido un error abogar tanto por la generosidad del acuerdo necesario y no insistir más en la defensa del interés de cada una de las partes. Desgraciadamente, asociamos más la generosidad con la renuncia que con lo que realmente la caracteriza: la fortaleza. En todo caso, si es necesario el acuerdo, si ahora es necesario un pacto lo más amplio posible, es en interés de todas las partes. Aunque todavía no lo tenemos, debemos exigir a nuestros representantes que actúen «como si» ya fuéramos un Estado y hubieran de defender el interés general.

En cualquier caso, puede ser útil recordar una de las viejas fábulas de Esopo, revisadas por La Fontaine y Samaniego. Hablo del conocido cuento de la lechera, aquella chica ilusionada que, mientras llevaba a vender la jarra de leche, se distrajo imaginando las ganancias que obtendría. Hasta que se tropezó y se le rompió la jarra. También en nuestro caso sería un error contar todo lo que se podría conseguir con la independencia, pero que no tomáramos las precauciones para llegar a ella, evitando los obstáculos enormes que habrá que superar antes de disfrutar de las promesas que esperamos.

ARA