Sobre estrategias nacionales

La victoria de Syriza en las elecciones griegas, y su -muy pensada y bien silenciada- coalición gubernamental con los Griegos Independientes de la derecha más dura, ha puesto sobre la mesa el tema de hacia dónde tenemos que mirar en cuestión de soberanía nacional. En España, por ejemplo, los compañeros de viaje de Syriza se cuidarán mucho de decir en voz alta lo que piensan que les espera, si llegan al poder sin mayoría absoluta, es decir, con el que deberían formar un posible gobierno para echar afuera a los detentores del régimen del 78. Ante todo, sin embargo, tendrán que hacerse con la cuota de votos de PP y PSOE que impida a estos el formar una «unión sagrada» para asegurar el pan de casa día a toda la gente que depende de ellos. Mientras tanto las posibilidades de formar parejas de baile son las que son, y no parece que UPyD (profesionales de la política hasta el tuétano) o IU (rivales por la izquierda) tengan muchos números para ser sacados a bailar. Las apuestas van por Ciudadanos (C’s) como el ticket con más posibilidades de entrar con Podemos en el juego de las nuevas mayorías -todos juntos chicos jóvenes, regeneradores y sin sombra del 78-. Con la soberanía española fuertemente desplegada hacia dentro, y muy flexible hacia fuera para negociar con Bruselas, los jóvenes turcos de la política española podrían ir tirando de la tombolilla del Estado.

Como esta perspectiva no tiene futuro en Cataluña, los partidarios de que las cosas de aquí nos las resuelvan desde allí, sin que su régimen se tambalee y las migas continúen repartiéndose como de costumbre, ven en Podemos la doble solución para rearmar al Estado frente a la gente enfurecida y para mantener la unidad de España con alguna cataplasma constitucional que mantenga Cataluña en posición subordinada. El problema es que deberían de eliminar del tablero las clases medias políticamente rearmadas y suprimir la iniciativa de CiU (vía Mas) en el tablero para que las masas de población inciertas, desarraigadas, o dejadas de la mano de Dios por el Estado, cayeran como higos maduros en el saco de las «izquierdas españolas» procedentes de Vallecas -a las que, por cierto, al igual que a las «izquierdas catalanas», la coalición griega les ha caído como una losa, porque la mención del «abrazo» en Valle Hebrón (David Fernández de las CUP y Artur Mas) ahora parece un chiste de Jaimito, una broma de café de pueblo. En efecto: que en Grecia unos euroescépticos de izquierdas se abracen con unos euroescépticos de derechas, todavía se puede digerir: al fin y al cabo, les une la obligación de rehacer un Estado que saque a la gente de la miseria y, además, necesitan de Europa. Pero que, en Cataluña, unos independentistas de izquierdas que creen en la gente movilizada y autoorganizada, y no en el Estado-patrón ni en la Europa de los mercados, se abracen a un ferviente europeísta de derechas, a la gente del altioplano les cuesta más el tragárselo. No entienden que, aquí, no se trata de cambiar el personal del Estado -el suyo, el español-, sino de crear uno. Y para ello necesitamos toda la gente, la que alimenta la locomotora del tren que nos debe permitir avituallarnos de estación en estación. Hemos almacenado combustible a granel en los últimos años, nos queda mucho para consumir, y tenemos maquinistas y fogoneros. Pero la ruta va por tramos y se hace a medida que corremos. Que no nos vuelvan a desviar los guardabarreras de turno.

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