Pacto CDC-ERC: ¿restar o sumar?

1. CLARIFICACIÓN.

El plan para la independencia firmado por Convergencia y ERC tiene la virtud de ser clarificador. Ahora ya sabemos que habrá elecciones el 27-S y que el presidente Mas y su partido se comprometen sin ambigüedad con la independencia. La especulación sobre las razones ocultas de los diferentes actores son recurrentes en el debate político. Se han hecho muchas elucubraciones sobre las maniobras tácticas del presidente, sobre el uso del discurso soberanista para consolidarse él personalmente y para salvar a su partido del trance de la impostura pujolista, con la certeza de que, a la hora de la verdad, Convergencia retornaría al orden como siempre. Pues bien, la independencia encabeza el plan de Convergencia y Esquerra y el presidente liga su suerte al resultado de las elecciones del 27-S. Si pierde un montón de escaños y además no suma mayoría absoluta con sus socios, no le quedará más remedio que irse a casa.

La fecha escogida para las elecciones, que el pacto firmado ayer quiere convertir definitivamente en plebiscitarias, me parece un error. Había dos opciones mejores: haberlas convocado cuando el Gobierno prohibió el 9-N, en lugar de la consulta, y seguramente no se habría producido la descarga psicológica de estos últimos meses, o aplazarlas para después de las elecciones españolas, cuando el batiburrillo que puede haber en el Parlamento español podría favorecer los intereses soberanistas. Pero estaba claro desde que el presidente dio una fecha que la palabra, para él, es más importante que la oportunidad.

El plan quiere romper la dinámica negativa en la que había entrado el secesionismo y marca una tregua en el bloque soberanista para las municipales. Queda sobreentendido que convergentes y republicanos otorgan la prioridad como aliados de formar mayorías donde sea necesario sumar para tener la alcaldía. Este acuerdo implícito es evidente que favorece a Trias en Barcelona y deja en una incómoda posición a Bosch: nunca nadie ha ganado unas elecciones desde la oposición sin presentarse como alternativa al alcalde saliente.

Sin embargo, el pacto deja en evidencia la dificultad del soberanismo para gobernar los tiempos y para avanzar con solidez hacia su objetivo: parece que se vaya pasando del «lo mejor» a «pocos, pero auténticos», y, cuando se entra en este pendiente, la derrota está garantizada. Más aún cuando se trata de un proceso de independencia, de un país que no tiene ni aliados internacionales ni poderes económicos que le apoyen en su aventura, y cuando sólo se tiene un arma, el voto de la ciudadanía, que además por ser ganadora necesita una amplísima mayoría. De momento, en cada nuevo pacto se pierden algunos trapos. Por el derecho a decidir estaban muchos (todos los partidos menos Ciudadanos y el PP) y por la independencia ya sólo quedan dos, o tres si contamos la CUP. Algo falla en esta estrategia. Y lo que falla es la prisa. Este es el otro error de este pacto. Otra vez un plazo: 18 meses para la independencia. Otra promesa de frustración. Un proceso de secesión es algo extremadamente complicada, que encontrará resistencias infinitas y más en un país que sólo la quiere si es a buen precio. Y queda mucha acumulación de capital político por hacer. Se podría interpretar de otro modo: lo jugamos todo a una carta, el 27-S. O sale o nos olvidamos por una temporada. No creo que sea la intención de los convocantes, pero podría terminar siendo el resultado. Eso, si de aquí a entonces no se invierte la inercia: hay que volver a sumar aliados, no a restar.

 

2. FANTASÍA.

Las elecciones andaluzas han devuelto una cierta calma a las élites madrileñas, en el sentido de que ven el bipartidismo tocado, pero, en ningún caso, el sistema amenazado. De modo que algunos ya dibujan un régimen a cuatro partidos principales, con Ciudadanos como cuña para el PP o el PSOE, según convenga. Por fin, dicen, el gobierno de Madrid ya no dependerá de los nacionalismos periféricos. Y en especial de CiU. En el momento álgido del independentismo, el nacionalismo catalán puede perder el peso y la influencia que había tenido en el Parlamento español. Pero se equivocan en Madrid si piensan que con ello tienen resuelto el problema. En este sentido, el pacto CDC-ERC viene a recordar que la cuestión independentista está viva. Y que si se apaga no será por lo que ocurra en el Parlamento español, sino por lo que decidan los catalanes el 27-S.

ARA